Capítulo 9 La noche en que el huracán toca tierra

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Hemos visto desde la llegada de Emily hasta algunos otros días de la semana, por ejemplo el domingo que visitó St. James y el martes que tuvo compañía, pero ahora no tomaremos en cuenta el miércoles, pues no ocurrió nada digno de contarse, ya que un golpe estaba presto a efectuarse.

Mientras tanto, ese día la heroína había salido a las cercanías de St. James, para pintar una acuarela, ya que un árbol le parecía muy bello y eso significaba que tenía que ser retratado, pues el tronco parecía tener rostros de animales, de un lado un león y del otro la formación y dureza permitían contemplar, con un poco de imaginación, la silueta de un pez. 

Tomaba el pigmento café y lo degradaba, eso poco a poco, hasta que logró darle los colores deseados. De hecho, esperaba a que secara cada una de las partes y cuidadosamente retocaba lo que fuese necesario. Pronto obtuvo un resultado del que se sintió satisfecha parcialmente, pero como todo artista ella no era la excepción, pues sentía que le faltaba algo a su creación, aunque cualquiera de los que vieran lo que hizo, hasta yo mismo, pienso que es algo maravilloso. 

Terminó de recoger cada uno de sus materiales y su pintura, hasta llegar a su casa, donde desempacó todas las cosas.  El camino había sido un poco dificultoso, sobre todo porque su vestido era muy formal y no debía ensuciarlo, además contaba con pocas mudas, que no era lo mismo que decir míseras mudas (me refiero a sólo dos prendas). 

Lo primero que hizo fue lavarse las manos y guardar sus cosas en los estantes correspondientes de su cajonera, que era un conjunto antiguo, quizás una joya de la época de la gran reina Isabel I. Pero, aunque un mueble tan codiciado por los anticuarios se encontraba en esa habitación, no dejaba de sorprender a Emily, sobre todo su físico tan cuidado sin que la madera se enmoheciera. 

Emily, a través de su ventana pudo ver una magnífica puesta de Sol, que representaba la muerte del día.  Pero, le pareció muy curioso el anochecer, pues una gran Luna comenzó a hacer acto de presencia. El cuerpo mostraba soberbiamente sus cráteres y poco a poco perdía su color blanco para transformarse en un amarillo presagioso. La noche tomó matices oscuros y con rincones anaranjados. La Luna representaba muerte y desesperación en noche tan gótica, en que un animal pudo haber asesinado a su presa, sacándole hasta la última gota de sangre y hasta el castillo más indefenso cobraría un aspecto en extremo espantoso, rodeado de murciélagos que eran indefensos, pero dados los mitos, chupaban el líquido color grosella del humano. Toda la tierra tuvo un aspecto mortífero, hasta tal fenómeno tuvo en Emily ciertos efectos, basados en un presentimiento terrible que la incluía. 

Si cualquiera hubiera visto esto, sin prejuicios pensaría que estaba a punto de acabarse el mundo, pero claro, nadie sabe ni el día ni la hora en que eso sucederá. El viento era otro factor que daba cierto escenario curioso. De repente, un perro comenzó a aullar intensamente por la calle, a unas pocas casas de Emily, como si le avisara de su suerte y dándole a entender que debía marcharse. El viento huracanado entró por la ventana y era tan fuerte que un jarrón que contenía flores con raíz, cayó hecho añicos y nuestra heroína montó guardia por tal suceso.

Se sintió aliviada de que sólo se tratara de un imprevisto propio de la imaginación. El ama de llaves tocó a su puerta y le anunció que la cena estaba lista y la mesa puesta. Bajó sin demora y al verse sola, llamó a sus compañeras para que tomarán bocado con ella, pues ese momento no quería estar sola por miles de razones, una de ellas que conozco y que conocerás es que sentía una especie de nerviosismo que la embargaba en todo el ser y le impedía pensar claramente.

Las mujeres de servicio se sintieron extrañadas ante tal propuesta, por lo que intercambiaron miradas que denotaban rareza en el proceder de Emily, lo cual fue muy significativo para la protagonista, pero para ella las sirvientas pasaron inadvertidas, pues tenía otras preocupaciones.

Tomaron el alimento en silencio y la mermelada junto con las tostadas pasó sin importancia, a pesar de que tenían una mejor consistencia. 

Fue a su cuarto, pero no podía hacer nada, pues en esta ocasión se veía sumisa y dominada ante la preocupación. Desistió de estar en esa estancia y bajó a la pequeña sala que estaba en el mismo lugar que el comedor, aunque un trecho insignificante los separaba.

Cuando logró tranquilizarse y estaba pegando los ojos en una posición cómoda en un sofá, un ruido se escuchó. No era un ruido común y corriente, siendo un sonido proveniente de la puerta que expresaba una angustia terrible y una desesperación tal, como si la hora final estuviera cercana. Dudó en preguntar si quiera, quién era, pero lo hizo.

—Soy yo, John, el vicario.

—John—abrió rápidamente Emily—qué sorpresa, pero ¿Qué lo trae por aquí?

—Venga, no hay tiempo que perder. Mrs. Catherine me lo contó, pues escuchó que está noche vendrán por usted y para correrla del pueblo, incluso pensaban en que si usted ponía resistencia, debían asesinarla.

—Pero, qué hay de...

John intuyó lo que preguntaría al ver sus ojos y respondió con exactitud.

—Ellas vendrán con nosotros. Apúrese, se lo explicaré en el camino y si duda de su paradero le diré que temporalmente irá a vivir a la rectoría.

Emily guardó sus cosas a una velocidad impresionante y se marcharon ella y las mujeres que estaban a su servicio. El vicario las escoltó y llegaron sin imprevistos.

Cuando dieron las once en punto, una enorme multitud, armada con antorchas y otras cosas empezaron a forzar la puerta, pero no fue tarea dificultosa, pues no tenía más que un cerrojo. Al ver que todo estaba oscuro, subieron y se dieron cuenta que la casa estaba abandonada.

—La bruja se ha marchado—gruñó Miss Byrne.

—Todo fue en vano y a estas horas esa mujerzuela estará riéndose de todos y cada uno de nosotros—dijo la señorita Smith.

Parecía que sus palabras encendieron la cólera de todos y los primeros en hablar fueron el vicario y Mrs. Brown.

—Si vuelve yo mismo la maldeciré con todo el poder divino que se me permite—agregó el vicario.

—Demostrémosle de lo que somos capaces—opinó Mrs Brown—destrozando algunas cosas.

Tal diálogo fue recibido con satisfacción y algunos rompieron ventanas con la mayor de las atrocidades, mientras otros incendiaban algunas puertas y la humareda alcanzó cierto espesor. La noche fue larga y bastante mala. De todo ello sólo quedaron restos muy pobres.

Una vez instaladas en la rectoría, el vicario les explicó cada detalle que nosotros sabemos.




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