Laila: Reconciliaciones

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Cuando termino de dar mi discurso, Seth se queda perplejo cuando le dije de los aldeanos junto con un par de guardias, estaban planeando en derrocarlo. Seth como no confía en hablar en su estudio, me cargó como la primera vez que me dormí con él y nos aparecemos en su habitación. Me deposita en el muro del pozo de su cuarto de baño y se acerca hasta la llave que le había dicho. El agua salía rápida y fría por el tiempo que se tardó en las tuberías.

 Es relajante sentir el agua tocando mis pies llenándome de paz. No me importa que Seth me haya desnudado antes de meterme en el agua, me daba igual, ya me había visto desnuda, no había nada que ocultar. Él toma una esponja y me limpia la sangre seca que hay por todo mi cuerpo, el agua del recipiente que había tomado se ensuciaba rápidamente. Cuando terminó y lo único que quedaba eran los golpes que habían quedado. Me vuelve a cargar dejándome en su cama. Vuelve al cuarto de baño y tarda un poco. Regresa mojado y desnudo, se coloca su bata y se acuesta conmigo. Me pide que le cuente de manera más calmada de los aldeanos.

 Le cuento que en las noches cuando todos dormían me escabullía en sus casas metiéndome en sus mentes para saber que sabían, que sentían y mucho más importante, poder ejercer un control sobre ellos. Por eso se me hizo fácil que siguieran mis órdenes. Seth estaba molesto por lo que le decía, pero lo tranquilicé cuando me monté encima de él. No tenía muchas fuerzas, pero no podía desaprovechar esta oportunidad.

—Déjeme seguir controlándolos, mi señor, yo me encargaré que nadie piense en hacerle nada malo —le digo encima de su cadera sin tocar su miembro.

—Lo que necesito es matarlos a todos —gruñe acariciando mi muslo derecho.

—Pero si los matara, creará más simpatizantes y sería peor. ¿Por qué no mantenerlos felices y hacerles creer que no hay nada en que preocuparse? Puedo hacer incluso que lo amen si eso quiere.

—Un rey necesita el miedo de su gente, aunque necesito que no me odien —comenta serio.

—Estamos de acurdo. Todos quieren el poder mi rey y usted lo tiene. No falta ganas para quitárselo.

 Eso no le gusta para nada y se levanta quedándome sentada en su regazo. Me besa en los labios frenético y yo lo recibí gustosa, pasando su boca por mi cuello descendiendo hasta mis pechos. Me acuesta en la cama besando cada golpe que él me dio. Seth es un hombre orgulloso y jamás me pedirá perdón por la paliza, sin embargo, sus caricias es una manera no verbal de hacerlo.

Lo que la estúpida de Irami no planeó es que después de que Seth me tomaría por primera vez tres meses después, en mi habitación. Algunas noches venía para recordarme que era suya y solo suya. A veces tardaba un par de horas en llegar, pero no faltaba jamás, aprendí sus distintos cambios de humor dependiendo como me hacía suya. Cuando estaba furioso no pedía permiso e iba directo a lo que venía, por detrás cuando no tenía ganas de hablar por lo cual se volvió su posición favorita y mi favorita era cuando se ponía tierno como ahora. Se tomaba su tiempo en besarme, descubrir cada parte de mi cuerpo, devorando cada centímetro de él. Esa noche me hizo suya otra vez, aunque esta vez me lo hizo suave, pausado y duro como solo él era capaz de hacer.

***

 Había pasado el tiempo desde que Seth me había pegado para ser exacta había pasado más de trecientos años. Es increíble lo que puede para en ese tiempo. Después de hacerme el amor ideamos entre los dos un plan para que no lo derrocaran, él me dejó que siguiera con las obras, manteniendo los aldeanos ocupados llevando nuestro progreso por los demás reinos. Los gobernantes que Seth había puesto estaban reacios a acatar las órdenes que yo les imponía, pero al final aceptaron porque los tuve que sobornar. Las personas se alegraban cuando llegaba porque sabían que les daría una vida mejor a lo que ellos estaban acostumbrados. Los pensamientos de usurpación fueron desapareciendo gracias a mí y no porque controlara sus mentes, sino por una frase que había escuchado de la señora Amira. Fue complejo que Seth y yo nos lleváramos bien, su personalidad arrogante, sus cambios incesantes de ira, no desaparecieron de la nada. Él tuvo que ir controlando sus impulsos si quería que lo ayudara a gobernar. Él aprendió a regañadientes a cederme ciertas responsabilidades, él me enseñaba como debía a mantener el miedo de mis súbditos.

 Una de tantas decepciones que aprendí a gobernar con él, es que no puedes tratar a las personas como tus iguales porque te van a traicionar o socavar tu autoridad. Ayudo a quien deba ayudar, pero me mantengo al margen de sus problemas. Me he vuelto una mujer fría con el pasar de los años, mi única compañía es de mis capitanes, de Amira cuando viene y de Seth. Amira me dijo una vez que un pueblo feliz, equivale a un gobierno duradero; intento vivir con esas palabras, pero a veces me sobrepasa.

 Me encuentro con Seth en el nuevo castillo del reino del Este, estoy supervisando las cosechas para abastecer al pueblo y llevarnos lo que quede al reino del Norte.

—Necesito que me acompañes a un sitio —me hala Seth por el brazo.

—Pero señor, todavía falta trabajo por hacer —protesto, ya faltaba poco para terminar el sistema de recolección de cultivos.

—Eso se terminará sin que lo estés supervisando —me monta en su guardiana—. Créeme que preferirás más lo que te tengo que mostrar que los cultivos.

 Él se monta en su guardiana, toma las correas y salimos desbocados del castillo. Corremos a tal velocidad que los paisajes del reino del Este se van desvaneciendo acercándonos a una luz que no recordaba. Cuando llegamos al reino de Kenan, no podía ver casi nada por haber estado tanto tiempo en el lado oscuro. Seth detiene a su guardiana junto a la misma escalinata que había bajado cuando me fui. No comprendía nada, pero estaba tan feliz que no me importó saltar del caballo y salir corriendo por esas escaleras.

—Espérame —grita Seth con su guardiana a su lado.

 No me detengo, corro por estos pasillos que ya no me recordaban. Todo está tan cambiado que me costó recordar por donde tenía que ir. Tropecé con un hombre que cargaba con unos rollos de papel.

—Discúlpeme, señor —me inclino para ayudar a recoger los rollos que le tumbé.

—No se preocupe hija, yo los recojo —dice el hombre con una voz que no escuchaba desde pequeña.

—¿Kenan? —susurro con los rollos en la mano. Él me mira nostálgico con lágrimas en sus ojos. Está diferente, tiene el cabello más corto y la barba más cuidada, la túnica la cambió por una más corta, pero con pantalón.

—Hija mía, estás enorme —me abraza tirando los rollos al suelo—. Estás convertida en toda una mujer, mírate.

—Te extrañé demasiado —lo abrazo con fuerza.

—Es la primera vez que me das un abrazo sin que te lo pida —me dice al oído. Río un poco.

—Me voy a poner celoso —dice Seth detrás de mí.

—Pero, no te gustan los abrazos —cuestiono sin soltar a Kenan.

—No me gustan, pero tampoco me gusta que te toquen —protesta con las manos por detrás.

—Entonces no sé qué harás cuando Laila vea a Liora —contesta Kenan mirándome a los ojos.

 Me separé de él de inmediato.

—¿Dónde está mi hermana? —pregunto emocionada.

—En el jardín con Eva y Beck —responde tranquilo

—¿Quiénes son Eva y Beck? —demando confundida, jamás he escuchado esos nombres.

—¿No le dijiste? —le pregunta Kenan a Seth.

—No me dejó —se excusa.

 Pero no escucho sus explicaciones porque salgo corriendo a buscar a mi hermana y a descubrir quiénes son Eva y Beck.

Los Dos Reinos [I Libro De La Saga Dioses Universales]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora