Cosmo: Despedidas Y Reencuentros

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   Fue difícil despedirme de Lilith, ya cuando se había vuelto indispensable en mi vida. Ella me había suplicando en que si se podía llevarse a Kai, me había puesto malhumorado, pero como no quería que se fuera enojada conmigo tuve que aceptar. Ella estará a cargo de la colonia de Zaragoza hasta que se establezca un congreso fuerte y unido. Confío plenamente que ella podrá hacerlo.

 La veo partir junto con Kai a su lado. Me hubiese gustado que se fuera ido en el carruaje, pero insistió en que así era mejor. Hago unos pendientes del Reino y sus lejanías y me abarca casi toda la semana, pero me deja el viernes libre para ver a Aryana. Me quito las cosas llamativas que tengo no por miedo o algo por el estilo sino para causar familiaridad con ella porque si quiero que se enamore no puedo parecer un rey.

 Bajo hasta su consultorio, pero ella está corriendo en la pista con otro caballo, esquiva ágil los obstáculos y las flechas que varios soldados le lanzan. Da varias vueltas hasta que se detiene en una pequeña cerca y los soldados se despliegan a llevarse las flechas que fueron empleadas en la práctica. Aryana se baja del caballo débil, me percato que tiene una franja de sangre en el brazo izquierdo. Me introduzco en su consultorio y ella se sorprende en verme.

—Mi señor —dice haciendo una breve reverencia pero el brazo no le deja hacerlo bien.

—¿Herida? —señalo el brazo.

—Solo es un rasguño —se tapa el brazo con su mano, pero empieza a brotar la sangre a través de el—. Estaré bien, gracias.

—Déjeme ayudarla —le ofrezco mi ayuda.

—No, en serio estaré bien —su sonrisa es forzada.

 Pero como no me quedaré a ver cómo se desangra, hago que se siente, ella protesta ante mi uso de fuerza así que suavizo mi tacto. Le quito la mano de la herida que al parecer no es grave pero sí ha perdido sangre. Le subo la manga empapada, agarro unas vendas y le limpio la herida con agua.

—¿Puede utilizar ese frasco al finalizar?—pregunta con cautela.

—¿Por qué lo haría?

—Es un cicatrizante, ayuda bastante —me dice mirando el frasco.

 Lo tomo y lo dejo a un lado. Cuando la sangre deja de salir le aplico la crema y la vendo.

—Lo siento —me disculpo al ver su mueca aunque con la cicatriz es más fea pero sigo haciendo mi trabajo—. Ya está listo.

 Aun no entiendo por qué no ha utilizado la crema en su rostro.

—Gracias —susurra amable, se levanta y recoge las cosas que utilicé.

—Debería descansar —sugiero sin pensar.

—Debería, sí, pero tengo trabajo que hacer y la encargada se me montaría encima si me ve descansado.

—Sí, tiene que, está herida —la intento convencer, pero su terquedad no la deja.

—Me las he arreglado con peores —levanta una caja de madera y la coloca en la mesa con grandes frascos.

—Pues no debería —replico. Creo que si no logro hacer que por lo menos se siente por un rato, le hechizaré para que lo haga—. Déjeme ayudarla y así descansa.

¡PERO QUÉ! ¿Por qué dije eso?

—No se preocupe, mi señor que yo puedo —intenta tomar el frasco, pero casi se le cae al suelo pero lo agarro y así evitando su quiebre.

—Decía —coloco el frasco en la mesa.

 La siento en la silla donde la curé. Y me limito a colocar cada frasco donde Aryana me indica. Recojo cajas pesadas y las llevo a un almacén que está detrás del castillo pequeño, terminamos en los establos asegurándose que cada animal estuviese cuidado y alimentado.

—Me sorprende la cantidad de trabajo que usted hace.

—Y eso solo era algunos pendientes que tenía antes de irme a mi casa —dice acercándose a un barril lleno de agua—. ¿Quiere?

 Niego. Si quiero agua, pero no tomaré del mismo lugar que de las personas de aquí. Ella agarra un vaso de un lugar aparentemente escondido, lo sumerge y lo toma.

— ¿Y dónde vive usted? —le pregunto con educación.

—En la casa de mis padres —responde con una sonrisa, pero al ver que no me río apresura decir—. En las  afueras del reino por los campos de cosecha.

—Eso es un poco lejos —intento ser un amable, pero sueno con sarcasmo.

—Sí, pero que le puedo hacer —se encoje de hombros.

—Vivir más cerca o tomar un caballo.

¡¿Qué?! Y vuelvo a arruinarlo.

—Vivir más cerca sería bueno, pero para comprar una casa falta bastantes años y tomar el caballo no sería bueno, ya que los que están son para los soldados que los utilizan para patrullar.

—Entonces le toca caminar —ella asiente.

—Sí, no me queda de otra —vuelve a esconder el vaso—. Bueno gracias por ayudarme, pero tengo que seguir trabajando y no quiero quitarle más su valioso tiempo.

—No se preocupe que lo hice con el mayor agrado, pero por favor tenga cuidado al irse y más si va sola.

—Tomaré mis previsiones —ella hace una reverencia y se va.

 La veo irse y me percato que tiene un bonito trasero. Me teletransporto a mi habitación porque si ella no toma ese descanso, yo sí.

Los Dos Reinos [I Libro De La Saga Dioses Universales]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora