Deja vu

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•Alice•

—Creo que ahora sí estás por explotar —se burló Mandy cuando, inútilmente, traté de abrocharme el pantalón.

—Mejor cállate y ayúdame —gruñi dejando caer mis brazos a los lados.

—Nada más llegó y quieres que yo haga todo —refunfuñó quitándome el pantalón y buscando en el closet algo donde si entrara mi barriga.

—Pobrecita —trate de sonar enternecida—. Imagínate cómo estoy yo... Hace una semana que volviste y ya quiero que te vayas.

Me miró "ofendida" y luego me lanzó a la cara unos leggings de leopardo que mi tía Mery compró en un bazar, pero a ella no le quedaban.

—Mandy, ayúdame —escuchamos la puerta del departamento abrirse y la castaña se acercó al umbral de la puerta para revisar quién era.

Una enorme sonrisa psicópata y pervertida, se dibujó en todo su rostro y con un tipo de berrinche salió de la habitación con dirección a la habitación donde Jun y ella se estaban quedando.

—Ya no la soporto —dijo a la persona que acababa de llegar.

Una risa masculina resonó en el pasillo y antes de que me mirará acostada boca arriba y desnuda, me cubrí con uno de los incómodos cojines decorativos.

—Hola —Paulo apareció todo lindo y divertido con el uniforme del trabajo—. Oh, lo siento —se giró sobre sus talones y estaba dispuesto a irte.

—No, por favor. No te vallas —lloriqué—. ¿Puedes ayudarme a ponerme una lona que si cubra toda mi barriga? —Paulo se rió un poco antes de salir de la habitación y volver con la mochila verde lima que desde que salí del hospital lo acompaña.

—Perdón por no tocar —un ligero rubor en sus mejillas apareció cuando se acercó a mí.

—No pasa nada —le entregué los leggings y con una sonrisa burlona comenzó a enrrollar la tela.

—No te cabe la barriga en los pantalones, ¿verdad? —sentí que se agachó un poco para meter la tela en mis hinchadas piernas.

Cargar dos bebés no es nada fácil.
De hecho mi padre me había mandado como regalo de arrepentimiento una silla de ruedas, junto con los servicios de un enfermero personal. Paulo.

—Y los vestidos me quedan como camisones —gruñí con molestia.

—¿Y qué has pensado de lo que hablamos ayer? —hice una mueca y miré hacia la ventana, para tratar de distraerme y no volver a llorar.

—Hablamos muchas cosas —metió mi otra pierna—. Tendrás que ser más específico...

Maldición. Se quebró mi voz en las últimas dos palabras.

—Sobre lo de volver a hablar con tu padre —de reojo pude ver como buscaba mi mirada, pero luego volvio a concentrarse en ponerme los leggings—. Voy a subir los leggings, dame tu mano para ponerte de pie.

Antes de hacerlo, con nada de discreción, limpié las lágrimas que habían salido sin querer.

Subió una rodilla a la cama para que su mano izquierda empujara mi espalda, mientras que con la derecha yo podía sostenerme.
Sus manos me tomaron con extremado cuidado y como las veces anteriores, contó hasta tres para poder trabajar al mismo tiempo.

—Despacio. No llevamos prisa —me susurró cuando iba por medio camino.

—Cada día me cuesta más trabajo hacer las cosas —con movimientos rápidos se acomodó delante de mí, para ponerme de pie.

Embarazada De Mi Mejor AmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora