Almas rotas

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•Alice•

—Respira —escuchaba la tímida voz de Paulo tratando de tranquilizarme.

Quería verlo a la cara para que su lindo rostro me transmitiera esa serenidad se necesitaba, pero las cochinas lágrimas me nublaban la vista y los espasmos me hacían apretar todos los músculos con tal de soportar un poco el dolor repetitivo.

—Cinco minutos —avisó un hombre a la chica que trata de colocarme una mascarilla con oxígeno.

—Creo que me va a dar un maldito calambre —mi hice bolita para tocarme la pantorrilla derecha.

Paulo, que estaba más cerca, levantó mi vestido y comenzó masajear mi pantorrilla.

—En verdad sabes lo que debes de hacer —le dijo la chica con un ligero tono de coqueteo.

—Ay —sentí una punzada antes del espasmo, entonces Paulo con su mano desocupada tomó mi mano.

—Tranquila, ya casi llegamos —solté la respiración que inconscientemente contuve.

—Me duele todo —me quejé cuando sentí mi cuerpo liberarse del dolor—. Prométeme algo —con la mano que tenía sobre mi vientre, me limpié las lágrimas para mirarlo fijamente y me quite la mascarilla.

—No. Póntelo —dejó de masajearme la pantorrilla y quiso volver a ponerme la mascarilla.

—No —hice un puchero—. Déjame decirte algo —los ojos claros de Paulo se llenaron de lágrimas.

—No... Todo va...

—Calla —el espasmo de nuevo, lo extraño fue que sólo duró unos segundos—. Prométeme que ni tú ni nadie van a dejar que Adrián se quede con ninguna de mis hijas —Paulo me acarició la mejilla y bajandome la mascarilla asintió.

—Te lo prometo, si tú también me prometes que luego nos iremos de paseo todos —le di una media sonrisa y antes de desmayarme, logré asentir dos veces.

•Adrián•

—¿Estas listo, mi niño? —la preocupación en los ojos de mi madre me desagradaba más que la idea de un desconocido criando a mis hijas como suyas.

Con el dedo índice respondí que sí. En realidad no lo estaba, pero tenía que guardar las apariencias por lo que quedaba del bien mental de mi madre.

Estaban por someterme a la cuarta operación para dejarme lo más discreta posible la cicatriz de mi estupidez. Ya que la opción de volver a hablar, la había perdido desde el día en que oculte a mi hijo, pero la esperanza murió cuando Andrew clavó ese pedazo de azulejo en mi garganta.

La puerta de mi habitación se abrió de golpe. Una enfermera bajita y de cabello rojo como el fuego, apareció en el umbral de la puerta algo agitada.

—¿No han visto al doctor Ronald? —variadas expresiones aparecieron en su rostro.

—¿Ronald Dixiland? ¿Está aquí? —mi madre pareció encantada.

La enfermera asintió con ganas de largarse.

—¡Llévame con él! —le rogó mi madre.

—No puedo hacerlo señora —miró con nerviosismo detrás de sí.

—¿Y por qué mierda no?

—Porque no lo encuentro y lo necesitan para una cirugía de emergencia.

—¿Alguna mujer va a dar a luz? —la enfermera asintió.

—Es una mujer joven con un embarazo doble... A la pobrecilla la traen desde el lugar donde celebraba su baby shower y tiene complicaciones. Por eso necesito encontrar al doctor Ronald —Alice se me vino a la mente de inmediato, pero descarte la idea. Ella no había organizado ninguna fiesta.

Embarazada De Mi Mejor AmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora