Capítulo 36: Vuelvo a América

247 22 0
                                    

El golpe de la puerta al cerrar me despertó y aquel dulce perfume que me traía tanta inspiración volvió a juguetear por mi nariz. Mi cabeza descansaba sobre el duro pecho de él y mi cuerpo era cargado por sus fuertes brazos.


Luego sentí mi cuerpo descansar sobre algo blando y cálido, entonces mis ojos pudieron captar algo; aquella blanquecina luz no era alguna que me pareciera familiar y el aroma de su varonil perfume seguía jugueteando en mi nariz a pesar de que ya no sentía su cuerpo cerca. Dos segundos después de haberme percatado de ello me pregunté dónde estaba.


-michael-musité y enseguida mis ojos se encontraron con su rostro. Yacía parado, mirándome allí acostada donde sea que yo estuviera.


-Descansa-susurró y se acercó para besarme la frente y sentí sus cálidos labios a través de mi flequillo desparpajado.


Pero entonces sujeté fuertemente su rostro con mis manos y conduje sus labios hasta los míos, guiada por el impulso de tenerlo así de cerca. Su cálido hálito recorrió desde mi frente hasta mis labios y luego nuestras bocas se unieron; ambas deseosas una de la otra. Un remolino de emociones junto a un huracán de sensaciones explotó dentro de todo mi interior; y una carga eléctrica se envió desde mi corazón hasta cada extremidad de mi cuerpo, y até mis dedos a su cabello. Su boca se movió junto con la mía y su aliento se metía por mi garganta en donde ardía un nuevo fuego, esta vez creado de pasión. Sus manos se apoyaron a cada lado de mi cuerpo, puesto que sentí una hendidura al mismo tiempo. Me llevó un minuto darme cuenta de que yo descansaba en una cama. Mi cuerpo ardió entre la pasión y el amor, mientras que nuestros labios aun permanecían unidos, bailando en una sincronización sin igual.


Pero de pronto, una voz en mi cabeza me preguntó escandalizada que qué estaba ocurriendo y me ordenó severa que parara.


-¡No!-jadeé, apartando su rostro del mío.


La respiración estaba acelerada y el puñado de mariposas volaba desquiciadamente en mi estómago. Miré con el pánico pintado en los ojos el rostro prohibido que acababa de besar y la culpa me revolvió el estómago; aventé su cuerpo lejos del mío y me llevé las sábanas hasta la cabeza, cubriéndome completamente.


- Lo siento - susurró.


- Vete - alcancé a decir, con un hilo de voz . Oí después el sonido de la puerta al cerrar y el silencio me hizo derramar algunas lágrimas. Eso había estado mal, muy mal. La que tuvo que haberse disculpado tenía que haber sido yo. Yo fui quien aferró su rostro al mío, quien anheló ese beso, yo, yo, yo… traidora era mi segundo nombre.


La culpa que sentía en ese momento era inexplicable; parecía como si los órganos dentro de mi cuerpo se hubiesen vuelto pesados y luego desaparecieran dejando un vacío completamente abrumador. Había tocado fondo. Estaba ebria, pero por supuesto, aun me quedaba una pizca de cordura. El corazón hecho pedazos debajo de mi pecho, me dolía de la inmensa culpa que estaba sintiendo y era como si trajera un espina clavada en mi bombeador de sangre. Cada latido era una oleada más fuerte de dolor y el mar al que pertenecían aquellas olas llevaba nombre propio: Sharon.


Ashton me lo había advertido, “nada estúpido” me había dicho y yo, iba con un letrero de ‘Estúpida’ pintado en la frente. Seguro ashton me mataría, pero aquello era lo mejor, yo merecía morir como mínimo ó con menos dramatismo, irme de la vida de Sharon.


La hora de partida había llegado, yo tenía que irme en cuanto tuviera la oportunidad, tomar el primer avión a California o cualquier otro medio que me ofreciera alejarme de aquí.
La cabeza comenzó a punzar de dolor y con el estómago revuelto aun, me levanté de la cama y visualicé rápidamente el baño, a donde corrí y en el que devolví lo último que había tocado mi estómago. Luego de que quedé vacía, lavé mi cara y me dejé caer sobre el azulejo blanco del piso, sintiendo su frío contacto con mi piel y allí, hecha un ovillo de hilo en el suelo, perdí la conciencia de nuevo.


Al abrir los ojos, el dolor de cabeza taladró con intensidad mi cráneo, haciéndome cerrarlos de nuevo. Traté de abrirlos otra vez, poco a poco, y la luz clara del día me los encandiló a tal grado que el dolor agudizó. Tenía un recuerdo vano del día anterior y entre más me esforzaba en ordenar el desorden en mi cabeza, más me dolía.

Manual de lo prohibido [Michael Clifford]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora