Intercambio

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Me gustaba preguntarme si el destino existe o es obra de la idealización humana, de la necesidad que tenemos por aportar a nuestra vida un poco de sazón derivada de lo que no entendemos, así como las diferentes religiones y creencias del mundo, las supersticiones, la brujería, la santería, el vudú, demonios, fantasmas y la vida después de la muerte, el hilo rojo. Creo que, en efecto, buscamos desesperadamente una manera de hacer nuestra estadía en la tierra mucho más interesante, nos aferramos a ideas complejas y sin definiciones exactas, las convertimos en nuestros temas de debate favoritos, en las protagonistas de las películas más famosas; ¿conocen esta sensación de dejarse sobrecoger por el viento y caer presos de una sordera inducida? La falta de audición puede regalarte sensaciones interesantes, como la de ser consciente de la gravedad ejerciendo presión sobre tu cuerpo, tus muslos y brazos funcionando en cada movimiento que haces, por más mínimo que sea, o incluso, el roce constante de la tela que te separa de la desnudez volviéndose mucho más evidente que nunca. Lo llamaba: "Alcanzar un estado zen"; lo verdaderamente extraño era llegar a él mientras iba sentada en el transporte público, con dieciséis grados y una humedad tan elevada que era capaz de penetrar los huesos y ensanchar sus poros mucho más.

El día de entrega de notas era conocido como "El Calvario" por gran mayoría de la población universitaria, para algunos significaba sacrificar su verano y resignarse a estudiar todo lo que se había visto en el semestre; para otros, un boleto de salida a un mes y medio de borrachera en las paradisíacas playas vírgenes del norte; y para mí, la posibilidad de obtener un tiquete al extranjero, por el cual había dejado los surcos de mis codos en el escritorio, y lo poco que me quedaba de buena vista, en los libros. En cuanto el bus paró frente a la segunda puerta de la universidad, bajé rápidamente y caminé hacia la entrada mientras enrollaba mis audífonos y los guardaba en uno de los bolsillos de mi chaqueta, saludé al guardia y seguí de largo hasta la Secretaría, donde tocó esperar en una no tan reducida fila de alumnos, mientras saludaba a uno que otro compañero.

Transcurrieron alrededor de cuarenta y cinco minutos antes de que al fin me tocara el maldito turno, como era costumbre le extendí el DNI y el carné de la universidad a la encargada, quien solo atinó a buscar mis calificaciones en la pila de documentos que tenía detrás, y poco después me alcanzó una carpeta azul. Le agradecí y cuando estaba a punto de irme, algo desilusionada por la ausencia de respuesta a mi solicitud de intercambio, me detuvo para entregarme un sobre blanco, ligeramente grueso y con el escudo de la universidad estampado en la cara del mismo. Unas felicitaciones salieron de sus labios, di las gracias por última vez y desaparecí de aquella oficina.

Corrí como alma que lleva el diablo por toda la universidad, crucé la plaza frente a mi facultad y continué corriendo por los largos pasillos flanqueados con frondosos y antiguos árboles, no me detuve hasta terminar en la piscina abandonada, frente a las precarias canchas de fútbol y básquet. La imagen surrealista de dicho recinto era más que hermosa, la piscina, escenario de entrenamientos e importantes competencias del equipo ahora inexistente, estaba llena de sillas y muebles de metal completamente oxidados; la única gradería de concreto se encontraba invadida por el polvo y las telarañas; y las paredes que rodeaban el lugar, derruidas por partes y pintadas con mensajes sin sentido aparente o dibujos varios, pero a pesar de todo eso, aquel era mi lugar favorito en todo el campus. El silencio fue mi cómplice y con sumo cuidado me apresuré a revisar el fólder con las calificaciones.

Los números variaban en el rango de diecisiete a diecinueve en las cinco materias que llevamos aquel semestre, aunque eran más abundantes los dieciochos; suspiré antes de ver el orden de mérito, rogando al cielo por un buen resultado, pues aunque llevaba partiéndome el lomo desde que inició la carrera y siempre terminaba en los primeros lugares, esta vez era sumamente vital que se volviera a repetir. Mis ojos temerosos se posaron en el número, un maravilloso "dos" se lució ante mis ojos y no pude evitar gritar de la emoción; lo del sobre más pequeño era, sin duda, mi autorización para cursar el último semestre en el extranjero.

Memorias del Poder. [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora