El Ejército de la Emperatriz

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He sido consciente de mi feminidad desde hace algún tiempo, es agradable comprender el espectro que rodea a gran parte de la población mundial, ser mujer es una de las dualidades más grandes de la existencia humana; te deja un sabor amargo y dulce que se siente como una caricia y una patada en el estómago, es algo que puede elevarte hasta el más grande placer y hacerte sentir la peor escoria; todo esto en menos de veinticuatro horas. Mientras peinaba mi cabello frente a un tocador vintage con un cepillo de cerdas especiales para evitar dañar las fibras capilares, noté que a mi alrededor y apenas horas después de que Víctor había abandonado el lecho matrimonial, estaba desperdigada mi esencia femenina. Entre tacones primorosamente acomodados en una esquina del cuarto, un par de labiales abiertos, "Elvis and Me" abierto sobre mi mesa de luz y encima de un cuadernito rosa que servía como una suerte de diario, mi escritorio con la computadora reproduciendo una canción de Lana del Rey, mi vestido plateado de graduación tirado en el suelo y aquel característico rastro a jazmín y sándalo que dejaba mi perfume favorito; era yo invadiendo cada centímetro de la estancia, si hubieran podido enfrascar mi esencia estoy segura que hubiera sido de color púrpura, el color de la realeza. Sonreí de manera tranquila, era como si hubiera puesto una pausa a todas las lamentables circunstancias que me rodeaban y solo decidiera dedicarme al dolce far niente, pero para chicas.

Miré de reojo mi reflejo en el espejo e inconscientemente corregí mi postura, ¿había algo más femenino que ser una Emperatriz? Seguramente no, me imaginé rodeada de damas de compañía, escogiendo telas para mis vestidos y siendo invitada a grandes fiestas donde sería el centro de atención de todo el mundo, y no puedo negar que me encantó. Terminé de aplicar la crema que usaba después de desmaquillarme y caminé disfrutando de mi desnudez hasta la cama que compartía con mi esposo, me tumbé entre las sábanas de lino egipcio y envolví mi cuerpo en un revoltijo que terminó pareciendo una túnica griega. Estaba fascinada, en ese momento no podía disfrutar más de ser yo misma, y entonces recordé, hubo cierta época en la que nada me habría gustado más que dejar de serlo.

Diana Castro no era una mujer que aguantara dramas, para que mis escenas de depresión colmaran su paciencia no transcurrió demasiado, por lo que decidió sacarme de la carísima escuela en donde cursaba la secundaria sin siquiera consultar; hizo bien, de lo contrario me habría aferrado al estúpido mantra de: "Abandonar es de débiles". Aunque he de admitir que en primera instancia creí que no pudo haber peor momento para cambiar mis aires, iba en tercer año, próxima a las vacaciones de julio, y aunque en un principio se tuvo la idea de enviarme a una escuela igual de costosa, pero solo de mujeres, mamá prefirió probar con algo más simple, pero igual de bonito.

Fue así que una mañana se apareció para llevarme a conocer el plantel, pedí que fuéramos a casa para poder cambiarme, no quería que nadie supiera de dónde venía o las burlas iban a ser mucho peores, pero le restó importancia a mi petición y fuimos directamente al lugar acordado; no sé si es costumbre mía o una suerte de mierda que me arrastra a los mejores lugares en los momentos equivocados, pero nuestro arribo coincidió con los minutos finales del receso, y mientras mamá preguntaba todo lo relacionado a la matrícula, me quedé fuera de la oficina, cruzada de brazos y tratando de distraerme con lo que fuera.

Las chicas se veían bastante animadas y enajenadas a cualquier tipo de "norma de conducta" que seguían las muchachas de la otra escuela, su conformidad con ellas mismas las dejaba jugar al fútbol aún con uniforme formal y sin prestar atención a que llevaban faldas, el ambiente era tan simple que transmitía paz, incluso en medio de todo el ruido. De pronto, la campana de final de receso sonó y los gritos y risas de las demás alumnas se fueron aminorando a medida que volvían a los salones, agradecí internamente por permitirme estar relativamente sola al fin, pero las pocas personas que quedaban dejaron de oírse automáticamente (o al menos, eso percibió mi cerebro) en cuanto vi pasar a un grupo de chicas con gesto solemne, en completo silencio; la presencia que imponía la escuadra era increíble, ellas solo avanzaban tranquilamente por el amplio pasillo que cruzaba el patio, hacia las escaleras. Encabezando el grupo iba una mulata de finas facciones y deslumbrante melena rizada, a su lado, una chica de suaves rasgos asiáticos y cabello corto, a la izquierda de la asiática, otra morena, con piernas torneadas y deslumbrante mirada, a su derecha, una muy delgada chica de cabello castaño oscuro, con reflejos dorados y amplia frente. Las cuatro caminaban con la cabeza en alto, postura ideal y movimientos tan relajados, que evidentemente no eran algo que podías fingir. La asiática reparó en mi presencia y esbozó una leve sonrisa que respondí de igual manera, pero no se detuvieron.

Memorias del Poder. [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora