Encuentros forzados

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Josué tocó la puerta de la casa de los Hernández apenas unos minutos después de que Víctor le enviara un mensaje para indicarle que lo viera ahí en lugar de su departamento, no tuvo que esperar demasiado a que le abrieran y atravesó el largo y estrecho pasillo hacia la sala, su amigo no había dicho una palabra además del saludo, aquello incrementaba su curiosidad de maneras indecibles. Continuó caminando detrás de su amigo y lo siguió hasta la cocina, Víctor ya había sacado las albóndigas del refrigerador y el agua para el espagueti ya estaba en el fuego.

—Siéntate, pongo los fideos y te cuento. —Dijo muy dentro de su papel de amo de casa, Josué se sentó en uno de los taburetes alrededor del islote en medio de la habitación y se quedó observándolo durante un largo rato, bastante incómodo por el silencio, interrumpido únicamente por la pasta cayendo dentro de la olla humeante y el salero siendo agitado contra el agua.

—No es por ser indiscreto, pero... ¿te quedaste aquí anoche? Es que se me hace raro que vuelvas a tu casa luego de todo el problema que significó salir. —Josué se levantó para buscar bebidas en el refrigerador y encontró algo de vino enfriándose, Víctor se giró y le indicó que ni lo mirase, que mejor sacara un par de latas de Coca Cola sin azúcar, que seguro a su hermana no iba a importarle.

—Vine a dejarle un paquete a mis padres y cuando quise pedir un taxi para regresar al departamento, Máximo me dijo que no me preocupara y me prestó el auto. Vine a devolverlo y por eso te dije que me vieras aquí, no podían irse sin dejarme a cargo de alguna tontería en la casa, como cocinar para mis hermanos o que le echara un ojo al jardín. —En cuanto vio que el espagueti se había suavizado lo suficiente como para entrar en la olla sin ningún problema, puso la tapa encima, dejando una pequeña ranura para permitir que escapara el vapor y se sentó frente a Josué, quien ya había abierto su refresco—. No volvería aquí ni así me ofrecieran un puto millón de pesos.

—Pero no es de los problemas con tus padres de lo que vinimos a hablar, ¿verdad? —Víctor miró a su amigo con unos ojos que irradiaban aborrecimiento, Josué alzó las manos en señal de rendición—. Perdón wey, pero es que yo sé cuánto te jode irte por las ramas.

—Tienes razón, lo odio. —Suspiró profundamente, tal vez solo quería dilatar el tiempo todo lo posible para no hablar de Marina—. A ella la conocí cuando recién había empezado la universidad, fue una casualidad de Día de Muertos, literalmente si hubiera decidido ignorarla o pedir un taxi cinco minutos antes, tal vez ahora mismo no tendría idea de su existencia, pero los sucesos se reunieron para hacerme conocer a la dulce chica de cabello café y ojos tan profundos como la puta Fosa de las Marianas. Tratar de explicar la conexión que sentí con ella es simplemente imposible, fue como un soplo de viento fresco, como si la conociera de toda la vida y pudiera contarle todo sin temor a ser juzgado, me hacía sentir vivo y en tanta calma, pero a la vez tan confundido por la seguridad que tenía para decir ciertas cosas que a una chica regularmente le toma meses confesar. ¿Me explico? Es como si hubiera venido y deliberadamente me hubiese enterrado de un golpe, así de radical.

—No sé qué tan buena idea sea volver a hablar con ella si la describes con ese nivel de violencia... tal vez es una mujer un tanto extrema para ti, ya sabes lo que pasa contigo y las damas absorbentes, es mejor evitarlas a plenitud. —Sugirió Josué, bastante confundido por las percepciones de Víctor.

—Ella no es una dama absorbente, tienes que dejarme terminar. —Se justificó, y tras verificar que todo fuera bien con la pasta, continuó con su historia—. Lo nuestro duró poco más de un año, casi dos. Durante ese tiempo pude notar que era la persona más comprensiva y tierna que la vida me hubiera puesto enfrente, Marina no solo era bonita o muy inteligente, porque tengo que decirlo, podíamos pasar hablando horas de horas y siempre surgía algún tema interesante, nuestras mentes estaban en la misma sintonía y era perfecto. En ese entonces yo pasaba por el tema de la depresión, me desaparecía por temporadas que iban desde los pocos días hasta llegar al medio mes, ¿ella me reclamaba o se molestaba conmigo? ¡No! ¡Maldita sea! Esa mujer me acogía con todo el cariño del mundo y preguntaba si me había hecho daño, me tendía la mano y ofrecía su tiempo para escucharme, si acaso quería contarle algo o distraerme. A veces decidía tomar la oferta y pasaba horas de horas hablando de mí, son contadas las veces que le preguntaba acerca de su sentir, otras tantas me daba cuenta pero deliberadamente pasaba sobre él; y ahora que lo repaso en mi mente... te puedo asegurar que si alguna vez me mintió en algo, fue acerca de cómo se sentía. Te prometo, Josué, que ella me amó como ninguna otra lo hizo jamás, ella lo hizo realmente. —El rostro de Víctor podía reflejar lo desesperado que estaba, ¿acaso se encontraba haciendo su mea culpa en voz alta y en presencia de otro ser humano?

Memorias del Poder. [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora