Estocada Final

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Las frías calles de la Ciudad de México fueron invadidas por casi nueve mil Heraldos llegados de todas partes, armados con todo tipo de objetos y listos para dejar en alto la valía del pueblo mexicano. En el camino hacia Palacio se fueron uniendo cada vez más y más personas, por lo que el número al llegar a su destino fue cercano a doce mil civiles mexicanos y aproximadamente cuatro mil militares haciendo frente al enorme edificio y organizados en distintos puntos del Zócalo, los líderes de las divisiones tenían listos sus teléfonos, a espera del mensaje que serviría como señal para iniciar el asalto. El clima estremecía los cuerpos presentes, pero la expectativa y la rabia se acunaba en sus corazones, de tal forma que la temperatura era solamente un número más, un número que estaban dispuestos a ignorar.

En cuanto llegaron a las puertas de Palacio se fueron disipando por el perímetro, cinco mil Heraldos se quedaron frente a las tres puertas principales, dos mil fueron a cubrir el ala izquierda, tres mil se movilizaron hacia la zona trasera y otros cuatro mil fueron a parar al ala derecha, justo frente a la puerta de Honor, la que daba acceso directo al apartamento del Presidente; los militares de las tropas de Isaura se dividieron entre los cuatro grupos rápidamente, encabezando las primeras líneas de ataque. Víctor se hizo de un megáfono y lo empuñó con fuerza, algo dentro de él no dejaba de revolotear, un sudor frío recorría su espalda y estaba cagado del miedo, pero su voluntad fue más fuerte en todo momento y solo se permitió aflorar las ansias de lograr lo que todos esperaban.

—¡Heraldos! ¡Valientes hijos de la tierra árida que nos vio nacer! ¡Esta noche estamos aquí para cumplir lo que tanto le hemos prometido a la nación, esta noche acabaremos con los oligarcas que nos mantuvieron con la cabeza baja durante tanto tiempo! —Gritó alzando uno de sus puños, mientras su corazón palpitaba fuertemente. La gente silbaba y gritaba a modo de apoyo, ellos ya estaban listos, el conjunto de sonidos envolvía a todo el Zócalo, todo México estaba expectante—. ¡Intentamos negociar términos pacíficos, y ellos hicieron lo que han venido haciendo todos estos años, nos quisieron callar con dinero y promesas de asqueroso poder! ¡Pero eso no lo van a conseguir jamás, y doy gracias de seguir con ustedes en vida, y lloro la muerte de la hermana que perdí, las de los familiares que estas malditas bestias les arrebataron de la noche a la mañana! Esta noche vamos a ejercer el libre derecho a vivir en armonía como sociedad, y si esta es la única forma de lograrlo... que así sea.

Las tropas femeninas de Isaura se habían deslizado como serpientes por el Zócalo, estaban organizadas frente a la puerta de Honor y mezcladas con la primera línea de militares, se habían camuflado de tal forma que pasaran desapercibidas como un Heraldo más, dejando a los hombres muy por detrás de ellas, manteniéndose calladas y con el rostro cubierto para evitar que sus delicadas facciones las delatasen.

—Derriben la puerta de Honor, debemos entrar primero para despejar los pasillos y capturar tantos mercenarios como nos sea posible.

—Debemos esperar la orden de Hernández, mi General. —Espetó uno de los adjuntos, tratando de contener los planes de la mujer.

—No dejaré que Víctor muera y se pierdan más vidas de las que podrían si hacemos esto antes, ¡es una orden, derriben la puerta! —Le gritó al grupo de hombres que estaban a cargo de manejar el vehículo táctico que habían traído consigo.

La multitud de Heraldos se abrió como el mar de Moisés y los militares subieron rápidamente al carro, Isaura se apartó de la puerta y levantó la mano derecha para prepararlos, la bajó rápidamente tras asegurarse de que no había nadie en medio y dio su primera embestida, desestabilizando la puerta, pero hicieron falta un par más para separarla de sus goznes por completo. El vehículo retrocedió rápidamente y las primeras filas femeninas se colaron entre la multitud que ingresó furiosa, adentro los esperaban mercenarios en los tres pisos del edificio fuertemente armados, pero la agilidad de las chicas fue pieza clave para que llegaran rápidamente a poblar los demás niveles y pudieran reducirlos ayudadas por los uniformados. Algunos hombres las siguieron y gran parte se redujo en los primeros cinco minutos, cuando apenas los otros grupos recibieron la alerta para poder entrar a Palacio o vigilar con más cautela el perímetro.

Memorias del Poder. [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora