En contra de todo el mundo

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Recuerdo que esa noche pude dormitar un poco, mi estómago vacío terminó por despertarme en la madrugada y hacer que me tambaleara hacia la cocina, con los ojos ligeramente hinchados por el desvelo. Tuve que tener mucho cuidado de no hacer tanto ruido con las ollas y platos mientras me servía una generosa cantidad del arroz chaufa que yacía olvidado desde la noche anterior, recordé que habíamos comprado albóndigas listas para hacer en el microondas y, aunque pensé que podía ser una marranada, nadie me detenía de combinarlas con el arroz. Mientras esperaba que se cocinaran fui a buscar algo con qué cubrirme, la ropa aún estaba tirada en la sala y el ambiente aún tenía aquel olor tan característico que deja un encuentro sexual, una especie de perfumes combinados, feromonas y sensación salada en el aire, olía a adrenalina. Me encorvé para recoger la camisa de Víctor, pero el sonido de sus pasos me paralizó.

—¿Es otra invitación, acaso? —Preguntó con un tono coqueto en la voz.

—Nunca creí decir esto, pero me temo que he tenido suficiente por hoy. —Le respondí entre risas, mientras abotonaba su camisa y subía sus mangas. Tomé la ropa interior que había tirado no muy lejos del sofá y me la puse—. ¿Vas a cenar desnudo?

—¿Hiciste de comer en tan poco tiempo? No recuerdo que anoche hicieras una pausa para cocinar.

—Oh no, te esperé con la cena lista pero te adelantaste con el postre. —Me acerqué hacia él y rodeé su cuello con mis brazos, depositando un beso en su pecho desnudo—. ¿Te sirvo un plato? Hice arroz chaufa, ya que tanto estabas jodiendo con que hace tiempo no cocinaba.

—Sí, pero no demasiado. Últimamente me he estado sintiendo más pesado y no me conviene subir unos kilos en estos días, aunque es raro, mi actividad física no ha cambiado mucho.

—¿Qué dices? Estás guapísimo, sé que es muy conchudo de mi parte decir esto, pero no quiero que te preocupes por tu peso, no cuando te ves tan sano como ahora.

Le serví un poco de comida, Víctor sacó de la nevera una botella de vino rosado a medio acabar y una copa, la sirvió casi al tope y volvió a guardar el licor. Él solo tomó un vaso con agua helada. Tomé asiento sobre la encimera y tras hacerme con un tenedor, comí sin culpa alguna, a pesar de la aberrante combinación en mi plato.

—Me alegra verte comer tan bien, a veces no entiendo por qué tu mamá me insiste tanto con el tema de tu alimentación, ¿hay algo que ignore, Marina? —Preguntó, tratando de averiguar lo que escondía ese espacio en blanco que significaba nuestra temporada de separación.

—¿No quieres un poco? —Le ofrecí la copa con una sonrisa, pero este negó—. ¿Por qué nunca bebes ni una sola gota de alcohol? No te va a pasar nada por un par de tragos, ni siquiera copas, tragos.

—Cuando nos conocimos te dije que era un intento de straight edge, Marina, y con el paso del tiempo lo he ido perfeccionando, a tal punto de sentir apatía absoluta por el sabor del alcohol o la sensación del tabaco. Además, abstenerse de eso es muy bueno para la salud.

Mordí mi labio inferior, frunciendo ligeramente el ceño y señalé hacia el sofá con un gesto de confusión.

—Acabamos de tener sexo, muy buen sexo. Tengo entendido que los straight edge tampoco se permiten ese tipo de actividades.

—Sí, pero ya he cumplido bastante tiempo con esa privación; además, no es que vaya a ser muy seguido, estamos demasiado ocupados como para vivir en la cama.

Sonreí ligeramente y continué comiendo sin decir una sola palabra, Víctor y su filosofía era un tema que me fascinaba y aterrorizaba oír. Las veces que habíamos terminado nuestra relación en el pasado, fueron, precisamente, porque se le ocurría filosofar de más y tergiversaba una idea que vagaba constantemente por su cabeza. Una idea casi siempre errónea, insustancial.

Memorias del Poder. [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora