Capítulo 1 - ¿Qué?

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Me pasé todo el camino con los ojos cerrados disfrutando del viento pero en el momento que Martha aminoró la velocidad los abrí. Mis ojos se desplazaron lentamente por los muros de ladrillos que continuaban una reja negra y enorme. La vista se me fue al horizonte donde una casa de varios pisos resaltaba entre jardines, como sacado de un sueño.

—¿Vives aquí? —Las rejas se abrieron lentamente y ella puso la moto en marcha de nuevo. El camino de piedras se rodeaba de unos jardines que tenían fuentes y cascadas con muchas flores. A la derecha de la casa había una puerta de un garaje al que no entramos, sino donde dejamos la moto en la puerta y nos bajamos.

— Si, pero no es mi casa. — Su mirada estaba fija en mi, como si evaluase mi reacción. Pero yo solo pude ver la casa blanca a mi izquierda. Tenía unas escaleras de piedra para subir a la puerta de madera oscura que ya dejaban un toque elegante. Estaba llena de ventanales que le daban ese aspecto de casa moderna. Pude contar  unos tres pisos y que se extiendía a los lados de una manera exagerada.

—Menudo casoplón.— Susurré y ella sonrió. Cogí una bocanada de aire y la miré. —Y si no es tu casa,  ¿de quién es? 

Pero la pregunta quedó en el aire porque la puerta se abrió y la casa pasó a un segundo plano cuando salieron tres chicos. Los tres con un enorme parecido, el primero el más alto y venía quitándose la corbata de un traje de chaqueta gris que le quedaba perfecto, sus ojos azules se alternaban entre las dos y su ceño estaba fruncido. 

El segundo traía una sonrisa pícara y era el más bajito de los tres aunque me seguía sacando al menos dos cabezas. Sus ojos también azules me observaban divertidos y cuando sonrió casi me caí de culo porque era la sonrisa más bonita que jamás había visto. Pero el que más llamó mi atención es el tercero, sus cara no muestró ningún tipo de expresión, no parecía ni preocupado ni feliz como los otros, él solo me observaba desde lo alto de la escalera con una mirada fría e impasible. Su pelo negro hacía contraste con sus ojos azules pero también con los tatuajes que le recubrían los brazos. Tenía una postura tensa como si mi presencia le molestase.

—¿Martha? — El primero preguntó cuando llegó a nuestro lugar y no me pasó desapercibido el tono de sorpresa, como si no estuviese acostumbrado a que la chica trajese gente a la casa. —¿Por qué estáis mojadas? ¿Qué ha pasado? ¿Estáis bien? ¿Habéis puesto los ojos en blanco las dos a la vez?  

Mi mirada se encuentró con la de Martha y las dos sonreímos. Tengo la manía de poner los ojos en blanco en muchas ocasiones pero esta vez ha sido involuntario. — Estamos bien tranquilo. Te presento a Lydia. 

— Puedes llamarme Man. — Estreché la mano que me extiendió justo cuando el segundo chico llegó a nuestro lado. De cerca el parecido era mucho más notable, la nariz fina, la mandíbula marcada, el mismo color de pelo y de ojos, no hacía falta que me asegurasen que eran hermanos.

— Y yo soy Christian, Chris para mis amigos y para los amigos de ella. — Sus ojos fueron a Martha cuando pronuncia lo último y noté una especie de complicidad. También extiendió la mano y la acepté con una sonrisa. No sé quienes son estos tíos pero me agradan. — Y él es David. Le cuesta socializar con desconocidos, no es nada personal. — Mi mirada se posó en la figura imponente que se mantenía de brazos cruzados en los escalones y que parecía no tener intención de bajar a saludar.

— Vamos a subir a por ropa, hemos tenido un problema con la lluvia. — Puse toda mi atención en lo que decía porque estaba mintiéndoles aunque nunca es fácil decirle a alguien que casi mueres ahogada, supongo. La seguí escaleras arriba y por alguna extraña razón me puse nerviosa cuando nos acercamos al tercero de los hermanos. — David.— Martha pronunció a modo de saludo y me permití subir la mirada y observarlo. Tenía los mismos rasgos que los otros aunque él con un aura diferente que no transmitía la misma tranquilidad. Me fijé en algunos de los miles de tatuajes de sus brazos, como unos guantes de boxeo o una rosa con espinas a la altura de su codo. 

— Hoy no ha llovido.— Pronunció y mi corazón se aceleró pero no me paré, seguí andando tras ella y me adentré en la casa con los nervios a flor de piel. Las dos lo habíamos escuchado e ignorado.

Si la casa me había parecido increíble por fuera, por dentro fue mejor. La entrada que tenía frente a mi era blanca y sencilla pero con detalles que te dejaban claro que no era una casa cualquiera. Había una alfombra roja que daban paso a unas escaleras, a los lados unas puertas de cristal, y justo en frente de la puerta una enorme escalera para ir al piso de arriba. Con varios cuadros adornando las paredes que seguían a las puertas y también algunos armarios del mismo color oscuro que la puerta principal.

Subimos dos pisos y giramos a la derecha para entrar a un pasillo con una enorme ventana al final. En el pasillo sólo había dos puertas y una es la que Martha abrió.

— Es la habitación que comparto con Man.— Dijo y entró. Man.  Ahí cobró sentido la preocupación del chico al vernos llegar, que fuese el primero en venir y que ella viviese en una casa que no era la suya.

— Tu novio. — Dije aunque no fue una pregunta sino más bien una afirmación. Ella asientió igualmente y se tiró en la enorme cama morada. Parecía que le daba igual estar mojada aunque con el viento en la moto nos secamos un poco. Si yo llegase a mojar mi cama así mi madre me mataría.

La habitación era elegante,con una pared llena de armarios empotrados, que ya me gustaría a  mi tener tanta ropa para ponerme, un escritorio lleno de papeles perfectamente ordenados, un tocador y otra puerta que según mi intuición llevaría a un baño.

— Mi casa de antes entera podría tener perfectamente el tamaño de esta habitación.— Dijo mientras se sentaba en la cama para quitarse los zapatos.

 — Esa cama es cuatro veces del tamaño de la mía. — Sonreí y quité mis zapatos también. Por un motivo que desconocía se sentía bien estar ahí con ella. 

Mi vida era tan monótona y aburrida que hacer algo tan diferente y quizás arriesgado sólo me hacía tener ganas de seguir. Se levantó y seguí cada movimiento que hacía abriendo y cerrando armarios hasta que consiguió dos montones de ropa. Me puse un poco nerviosa, ella y yo tenemos cuerpos muy diferentes, probablemente yo tuviese varias tallas de ropa por encima de la suya. Mi mirada se quedó fija en la ropa que dejó frente a mi en la cama y pareció notar mi indecisión.

— Es de una amiga, te quedará bien. —Le agradecí con una sonrisa y cogí el montón siguiéndola al baño.  —  ¿Tienes un nivel de autoestima bueno como para cambiarte delante de mi o salgo? 

Y en ese momento, en casa de unos extraños a punto de ponerme la ropa que me daba una desconocida y con una historia tan surrealista, decidí que quería conocerlos y formar parte de su vida.

— Hoy lo tengo por las nubes.— Respondí quitando mi camiseta y dejándola caer al suelo.

Los trillizos RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora