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Los días iban pasando, y con ellos corría la voz de lo sucedido con Sebastian. Era un puebo pequeño, era evidente que la gente iba a comentar cosas.

Pese a todo, Sam fue muy comprensivo conmigo, y entendió lo que suponía que una persona querida te olvidara de un día para otro.

Quien no fue tan comprensiva fue Abigail, que aprovechó la pérdida de memoria de Sebastian para volver a atacarle con el fin de seducirle.

Aunque la gente del pueblo parecía no querer herir mis sentimientos, cuando pasaba comentaban cosas en voz baja, además de preguntarme y recordarme a Sebby.

Esto provocó que muchas noches las pasara llorando, ya que los recuerdos me inundaban la mente y provocaban un vacío en mi corazón y un nudo en mi garganta.

Así fueron pasando los primeros días del invierno. No pasó mucho tiempo hasta que llegó el cumpleaños de Sebastian. Decidí sorprenderle preparando sopa de calabaza, como la que hice para la víspera de los espíritus. Según Robin, ese era el plato favorito de Sebastian, así que pensé que sería un buen regalo.

Me levanté temprano y empecé a preparar la receta. Afortunadamente había guardado algunas calabazas del otoño, ya que pensaba preparar algunas recetas durante el invierno.

Cuando acabé la sopa me dirigí hacia la carpintería, esperando que Sebby estuviera en su habitación. Al llegar, Robin me saludó sonriente y al ver que iba con la sopa de calabaza en la mano, asintió y sonrió.

Bajé las escaleras hacía el sótano, y piqué levemente en la puerta. Sebby abrió la puerta, e inclinó su cabeza como un poco confundido. Dentro de la habitación estaba también Sam, sentado delante de una mesa. Yo sonreí y le enseñé la sopa de calabaza.

— Feliz cumpleaños, Sebastian. — dije sonriendo.

Fue evidente que el regalo le cogió por sorpresa, ya que se quedó sin palabras. Lo que si que hizo fue sonreír, esa sonrisa suya tan bonita y que tanto me gustaba.

— Muchas gracias, _______. — cuando dijo mi nombre me hizo aún más feliz. — ¿Quieres pasar? Íbamos a jugar a las crónicas de Solorian.

— Oh, claro. — dije entrando en la habitación. — Pero nunca antes he jugado...

— No pasa nada. — dijo Sam. — Es fácil. Ven, siéntate.

Sebastian puso la sopa de calabaza en una mesa distinta a la que estabamos nosotros, para que pudieramos jugar con tranquilidad. Una vez me explicaron lo más básico, empezamos a jugar.

Allí pasamos la mañana, entre risas y juegos. En un momento dado, Sebastian fue a buscar una cuchara para probar su regalo de cumpleaños.

— Has jugado muy bien. — dijo Sam. — ¿De verdad ha sido tu primera vez?

— Sí... — dije yo, sonriente.

— Que sepas que me ha dolido que curaras a Sebastian y no a mí... — dijo él, fingiendo estar muy afectado. — Pero solo un poco.

Yo reí ante su comentario, y él rió también. Finalmente bajó Sebastian, listo para probar su regalo.

— ¿Que te ha parecido? — dije cuando a penas le quedaban otras tres cucharadas.

— Está muy buena. Me ha encantado. — dijo sonriendo.

— Me alegra oír eso.

Robin bajó a la habitación, seguida por Abigail. Esta, nada más entrar, abrazó efusivamente a Sebastian, y ambos parecían estar muy felices juntos, tanto que nos ignoraron a Sam y a mi. Yo solo quería salir de ahí y librarme de la incómoda situación, y eso fue lo que hice.

— Yo me voy a ir yendo ya... — dije.

Subí rápidamente las escaleras, me despedí de Robin y me fui hacía un lugar tranquilo y solitario: el centro cívico.

Entré y me senté cerca de la pecera rota. Así me sentía yo: rota. Abigail era una persona muy rastrera y se había aprovechado de la pérdida de memoria de Sebastian para hacer de las suyas, y eso era de ser una persona muy retorcida.

Estando allí sentada, empecé a llorar. A llorar de impotencia, de dolor, de rabia. Estaba manipulando a Sebby a su antojo, eso me enfurecía. Y no solo por el abrazo, sino porque siempre hacía planes con Sebastian para que ni Sam ni yo pudiéramos pasar tiempo con él. Abigail sabía que si Seb no hubiera perdido la memoria no querría estar con ella. Pero como no me recordaba, Abigail intentó tomar ventaja sobre mí. Ventaja que, obviamente, consiguió.

Apoyé mi cabeza en mis rodillas y escondí mi cabeza en el hueco de mis piernas. Ese era mi rinconcito para desahogarme.

Poco después de mí entró alguien al centro cívico. Alguien que simplemente se sentó a mi lado y pasó su brazo por mis hombros, y me permitió llorar en su pecho.

— S-Sam... — dije yo mirándole. Debía tener los ojos hinchados, porque se quedó mirándolos.

— Shhh... — dijo él acariciándome el pelo. — No digas nada...

Y así nos quedamos durante un par de horas. Ambos en silencio, disfrutando de la compañía del otro.

Tras eso, simplemente volvimos a nuestras respectivas casas, no sin antes agradecerle a Sam el haber pasado su tarde junto a mí.

🖤 Newbie | Sebastian 🖤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora