Capítulo 8

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Astrid

    Me levanté y salí de la cocina al ver que Diana no tenía el mas mínimo interés de salir de allí, al parecer no quería ver a nadie pues se quedó completamente con la mirada puesta en un punto fijo inexistente, así que volví a la sala con Mario para seguir viendo las noticias ya que tal vez nadie iría a darnos información quien sabe hasta que día.

-¿Cómo está? – me pregunto Mario.

-Creo que mejor, se quedó pensativa y decidí dejarla sola.

-Pensé que te quedarías a su lado – dijo a modo burlón.

-¿Qué estas tratando de decir?

-Nada, solo que tú le gustas a ella.

-¡Estas loco! – dije en voz baja.

-Es la verdad, te mira con cara de que le gustas y mucho, no aparta la vista de ti.

-Calla, que te va a escuchar – le dije también en susurros.

-Deberías divertirte un poco si se te da la oportunidad – dijo guiñándome un ojo.

- Eso sería aprovecharme de ella y de la situación.

- Tu no te aprovecharías de nada, solo tomarías lo que ella te ha de brindar por propio placer suyo, nada más.

   Poco después Diana volvió a la sala con nosotros, esta vez observe que tenía unas ojeras bajo sus ojos negros que parecían aún más tristes, tomo asiento en el otro sofá y miró la televisión sin prestar atención a nada, parecía sonámbula pues claramente se veía que tenía mucho sueño, nadie hablo nada y así pasaron tres horas hasta que la vi quedarse dormida con el mentón recargado en el brazo que descansaba en el brazo del sofá, Mario y yo nos miramos y sonreímos por ver aquello, seguimos ahí hasta que le dije a Mario que pusiera algo mas que noticias porque ya me habían aburrido.

   Pasado un poco el medio día nos dispusimos a preparar algo de comer para los tres, Diana aún seguía dormida pero despertó cuándo deje caer una cacerola al piso, momento después llegó a la cocina con rostro confundido.

-¿Qué están haciendo? – nos preguntó mirando nuestro desastre en la cocina.

-¿Cocinar? – dije yo con algo de duda.

-Aja ¿y que cocinan? – dijo con una media sonrisa.

-Pues que será….algo de sopa – dijo Mario.

-Ya veo – dijo ella entrando de lleno a la cocina para lavarse las manos – veo que no tienen ni idea de como hacerlo. Yo cocinare.

   Y tras sus palabras se puso a cocinar mientras Mario y yo la veíamos, yo sólo le ayude a lavar unos tomates rojos y algunas hierbas, frio la pasta para sopa mientras yo molía en la licuadora tómate, cebolla y alguna que otra especia, para al final verterla a la cacerola pero  con ayuda de un colador (por eso de los granulados) en donde estaba la pasta frita, a continuación le ponía las hierbas aromáticas, después se puso a freír carne molida para ponerle a la sopa, cuando dejó todo listo en el fuego se giro y nos miró como si estuviese feliz de haber podido hacer algo por nosotros.

-Solo hay que esperar unos minutos – dijo.

-Muchas gracias – dijimos Mario y yo al unísono.

   Mario salió de la cocina y sabía que lo hacía para dejar que Diana me mirará con ojos de esperanza, con ojos de que se conformaba con solo mirarme y al mismo tiempo terminaban apagándose dejando sin brilló esos ojos negros, esos ojos que me atraían tanto como su poseedora, tomo asiento frente a mí a esperar que estuviera lista la comida.

-¿Quién te enseño a cocinar? – le pregunté.

-Mi mamá, pero al caer enferma fui yo quien se la pasó cocinando, cuidándola, además de trabajar para tener dinero y comprar medicinas, comida y cosas que hicieran falta.

-ya veo ¿y tu padre?

-No lo conocí, él abandonó a mi madre a penas yo naciera y tras esto mis abuelos la rechazaron, quedando solas ella y yo, y al final solo quede yo.

-Lo siento – dije con sinceridad si es que era verdad lo que me decía.

-Yo más.

   Guardo un profundo silencio mientras miraba el fuego de la estufa, después fue como si no existiera ella misma, se sumergió en su silencio mientras yo me preguntaba en que mas pensaba esa mujer, quería saber que pensaba, si pensaba em mí  o en alguien más.

    Al estar la comida todos nos sentamos a comer y tanto Mario como yo dijimos lo buena que estaba, comimos hasta llenarnos mientras que ella solo se sirvió una vez, quizás por eso era que estaba delgada, cuando terminamos de comer yo lave los platos mientras ella siguió en la cocina sin hablar solo se limitó a mirarme y debo admitir que sus ojos negros me ponían nerviosa.

    Las horas pasaron lentas hasta que cayo la tarde y Diana dijo que se daría un baño para irse a dormir. A las ocho de la noche yo hice lo mismo luego de haber hecho ejercicio hasta sudar, al buscar ropa en los roperos de la casa no me gusto nada lo que encontré allí, ya que era ropa de talla mas grande pero no había de otra, sin dudas solo le vendría bien a Mario, mañana tendría que lavar mi ropa para volverla utilizar.

    Alrededor de la media noche me desperté y salí de mi habitación para hacer un rondín, baje las escaleras con cuidado y me asegure de que  todo estuviera en orden, regrese de nuevo a la planta de arriba y por alguna razón me detuve ante la puerta del cuarto de Diana y sin poder evitarlo la abrí para saber si dormía.

-¿Quién esta ahí? – preguntó asustada.

-Soy Astrid. Lo siento, no quería asustarte.

-¿No puedes dormir? – me pregunto sentándose en la cama.

-Me desperté y quise asegurarme de que todo estaba bien.

-Pasa – me dijo.

-¿No puedes dormir? – dije caminando hacia ella.

-No, no puedo, he tenido pesadillas.

-¿Te sucede a menudo?

-No, solo cuando tengo miedo o estoy estresada – me indicó con una palmada en la cama que me sentara.

-Tienes miedo ahora y por eso no duermes – dije sopesando lo dicho por ella – te entiendo, yo en tú lugar también tendría miedo ¿quieres que me quede contigo hasta que te duermas?

-¿Podrías hacerlo? – me preguntó con cierto alivio y alegría en su voz.

-Si tú quieres – dije sonriendo, por alguna razón quería protegerla.

- Por mí, me gustaría que te quedarás toda la noche.

-Bueno, mejor trata de dormirte mientras yo estoy aquí.

     Ella volvió acomodarse en la cama mientras yo la miraba, se cobijo con la sabana y quedo mirando hacia mí, la claridad que se colaba atraves de la ventana me dejaba ver con total claridad su rostro y sabía que me estaba mirando con atención, como si estuviera pendiente de cada detalle de mi rostro.

-El cuarto tiene demasiada claridad y es muy grande – me dijo -  donde vivo es mas pequeño y mas oscuro, llevo toda mi vida viviendo en ese lugar, por eso no me gustaría dejar ese cuarto ya que ha formado parte de mi vida al lado de mi madre. Aunque mi miedo mas grande era perderla y ya ha sucedido.

-Todos tenemos miedo a perder a un ser querido – dije alcanzado su mano para darle consuelo, debo admitir que fue algo que nunca solía hacer con personas que no conocía muy bien.

   Su mano era cálida y suave, le di un suave apretón que ella correspondió sin dudar, sin duda esta mujer estaba haciendo algo conmigo y no podía evitarlo, me hacía hacer cosas que jamás había hecho con nadie, solo con mi madre porque ella era todo para mí, en el fondo me identificaba con Diana, con ese sentimiento que tenía o que tuvo con su madre, no aparte mi mano de la suya y a ella tampoco pareció molestarle el gesto, nos quedamos en silencio sin separar nuestras manos, poco después vi como se fue quedando dormida, pasado unos minutos de que ella se quedara dormida sentí que los ojos me pensaban, sin pensarlo me quite los pantalones, me acomode a su lado guardando cierta distancia y me quede dormida.

DESCUBRIENDO EL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora