Capítulo 9

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Diana

Cuando desperté me encontré con el rostro perfecto de Astrid que me dio una grata y enorme sorpresa quedándose dormida a mi lado mirando frente a mi, seguía dormida y quise acariciarle pero me contuve de hacerlo cuando mi mano estuvo a escasos centímetros de poder tocar su piel, de tocar ese rostro que me gustaba tanto, pero no debía, no una mujerzuela como yo que seguramente mancharía su piel, pero deseaba tanto acariciarla, acariciarla hasta con mi alma que tal vez podría ser lo único valioso en mí para ella, podría también darle mi vida si la necesitará. No me levanté, me quede allí disfrutando de verla dormir ya que aun no amanecía y Astrid era mejor que cualquier amanecer de todos los amaneceres de mis últimos años, mi corazón se sentía henchido de felicidad como hacía mucho no lo estaba y quise detener el tiempo para que este momento nunca terminará y se quedara por siempre así.

Note que llevaba su cabello castaño suelto, caía sobre su espalda y hombros haciéndola ver tan hermosa que me asombre a mi misma de que me gustara tanto una mujer, pero no tan sólo era gustar, si no que también sentía algo mas por ella, sentía admiración y me gustaba su forma de ser para conmigo, nadie nunca a parte de mi madre me había cuidado o preocupado por mi o por mis miedos, pero yo no sabía que era estar enamorada, así que no sabía si lo que estaba sintiendo era amor o solo era admiración por Astrid, pero lo que sentía se sentía tan bien que al mismo tiempo temí el día en que dejara de verla, di un suspiró y fue cuando ella comenzó a despertar, abrió sus ojos y me fascinó ver su rostro de confusión y relajamiento por un instante para luego ponerse serio y darme los buenos días para enseguida levantarse.

-Disculpa si te incomode - le dije, mientras la veía ponerse unos pantalones que había dejado en el suelo y le venían un poco grandes.

-No te preocupes - dijo restándole importancia - lo importante es que dormimos.

-Si, gracias por quedarte esta noche.

-No hay de que.

Otro día igual de largo y aburrido a no ser por la presencia de Astrid, nuevamente cocine y ellos elogiaron mi comida, pasado el almuerzo fui con Astrid a lavar nuestras ropas en el cuarto de lavado que estaba en el sotano de la casa ya que ambas estábamos inconformes con las ropas que había en la casa, al salir de ahí fuimos a ver de nuevo televisión mientras Mario hacía ejercicio, pero él a pesar de ser guapo y musculoso no me atraía en lo más mínimo y él tampoco se mostró interesado maliciosamente por mí, por lo que escuche en pláticas de ellos dos, él estaba casado y esperaba a su primer hijo y no quería estar mas tiempo en esta casa pues quería estar con su esposa a la espera de su primogénito.
Ya eran las ocho de la noche y estaba en el cuarto dándome una ducha, pero por alguna razón me sentía feliz y comencé a tararear una canción mientras el agua de la regadera caí sobre mi cuerpo, cuando salía del baño alguien toco a la puerta de mi cuarto, me tense un poco y guarde silencio.

-Soy Astrid - anunció - ¿puedo pasar? - mi tensión desapareció y me volvió a inundar la alegría.

- Si - respondí - estaba saliendo de la ducha.

-¿Te molesto? - dijo al entrar.

- No - "tú nunca me molestarías" pensé.

-Oye - dijo dudosa sin saber como decir lo que quería.

-Dime.

-Me duele un poco el cuello y los hombros por el estrés... ¿me podrías dar un pequeño masaje? - dijo tímida - no quiero que pienses que me aprovecho de ti.

-No te preocupes, no te estas aprovechando.

-Encontré esta pequeña crema - dijo mostrándome un pequeño botecito que llevaba en su mano derecha, mientras se acercaba a mí - cuando me pongo así mi madre es quien me masajea.

DESCUBRIENDO EL AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora