Capítulo 18

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Por alguna razón, el sonido de las zapatillas impactando contra los pasillos, los casilleros abriendo y cerrándose, las puertas, las voces, todo aquel sonido que llegase a mis oídos me molestaba, fastidiaba tanto que un zumbido invadía mi cabeza

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Por alguna razón, el sonido de las zapatillas impactando contra los pasillos, los casilleros abriendo y cerrándose, las puertas, las voces, todo aquel sonido que llegase a mis oídos me molestaba, fastidiaba tanto que un zumbido invadía mi cabeza. Para poder estar en paz necesitaba silencio, y lo único que tenía era un montón de risas y gente caminando a mis alrededores, ¡y apenas eran las ocho!

Quería salir corriendo y llegar a casa, meterme en mi cama y cubrirme con las sábanas hasta la cabeza, pero cuando lo hacía, en las noches en las que se suponía que debía dormir, pensaba. Horas y horas en las que mi cabeza se paseaba por las nubes, creaba escenas, diálogos, situaciones, nudos, desarrollos y finales trágicos y desgarradores, dignos de Shakespeare que me impresionaban a mí misma. Me encontraba totalmente despierta a las tres de la mañana garabateando perezosamente en una hoja cualquiera, iluminada por la tenue luz de la lámpara de mi escritorio, y dormía a las cinco de la mañana, aun siendo torturada por los pensamientos, para despertarme dos horas después, de tan mal humor que ni Kiara se acercaba a mí. Salía de la casa despeinada, ojerosa y cansada, arrastrando los pies y con la cabeza gacha, sin un ápice de ganas por seguir viviendo.

Suponía que me quedaban pocos días de luto. Eventualmente tenía que superarlo ¿no? Después de tanto daño, de tantos problemas y dificultades, después de haberme dicho a mí misma que era hora de un punto final, debía serlo para ambos, no solo para él.

Tenía que sacar a Boris de mi sistema.

Pero la vida parecía no querer cooperar conmigo.

—¡Nadezhda!

Había pasado por algunos de los escenarios de el después, Kali me los había enumerado, yo no recordaba el orden, pero sí haber pasado por la tristeza. Tan desoladora y maldita que me dejaba sin aliento, sollozando y aferrada a una camiseta que ya ni siquiera olía a él, que era tan grande que me llegaba hasta las rodillas, que tenía mil y un recuerdos impregnados en un estúpido estampado de gatos y me dejaba sin habla, postrada en la cama, deseando poder regresar el tiempo y no haberlo seguido ese domingo. Toda esa adrenalina que juraba amar no valía la pena después de presenciar todo lo que implicaba dejar que Boris formase parte de mí.

—¡Espera!

Había más escenarios, como la negación, la desesperación, un poco de ansiedad, y no recordaba qué más, lo único que sabía con certeza era que estaba estancada en la ira. Una cegadora y desenfrenada ira que hacía que quisiera golpear a todos en la cara. No hablaba, porque lo primero que formulaba mi cerebro cuando abría la boca era un insulto en ruso o polaco, algo que nadie vería bien. La mayoría de veces en las que me trasnochaba y miraba el techo, pensando en silencio, imaginaba que le soltaba un golpe en el rostro a Boris con tanta fuerza que se me dormía la mano.

—¿Qué mierda haces aquí? —Pregunté abriendo mi casillero, bufando como un toro y sacando humo por las orejas. Buscaba mi libro de química y no podía encontrarlo—. Supuse que jamás te volvería a ver en esta escuela.

Sinner | Boris PavlikovskyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora