Epílogo

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Ocho años después.


La alegre voz de mi madre al otro lado de la bocina me hacía querer reír sin parar, pero temía que la gente a mi alrededor me mirase como si estuviese loca.

Una vez más, me arrebujé dentro de mi abrigo y acomodé mis pantalones, tratando de cubrir toda mi pierna, pero el estar sentada me dificultaba un poco la tarea.

—Sí, mamá —murmuré divertida—. Muchas fotos, lo prometo.

—¡Y un recuerdo! —exclamó ella. A pesar de no tenerla cerca, pude sentir su sonrisa—. Uno de esos globos de vidrio con figuritas dentro.

—Está bien —sonreí, trazando círculos sabre el borde de la copa de vino sobre mi mesa—, ¿papá quiere algo?

La escuché removerse en la cama y murmurar algo.

—Dice que nada —bufó—, pero tráele una camiseta o algo. Cuando despierte le preguntaré bien.

Reí. El cambio de horario era insufrible y el trabajo no me facilitaba comunicarme con mis padres. Tener un teléfono en el bolsillo de mi bata al caminar por los pasillos del hospital era como cargar una bomba. Si llegaba a sonar en cuidados intensivos y quería hacer el amago de contestar estaba fuera.

Calculando las varias horas que me llevaban, supuse que era de madrugada, y aunque mamá siempre estaba despierta desde muy temprano, sentí pena por ellos.

Era un alivio volverlos a ver.

—Está bien —reí. Miré mi plato de comida con un poco de nostalgia y piqué un trocito de zanahoria con mi tenedor. En los casi tres años que había estado viviendo en Ámsterdam jamás había ordenado otra cosa en aquel restaurante que no fuera stamppot. Había algo sobre la combinación de diferente verduras, embutidos y puré de papas que me volvía loca. Tal vez era la originalidad del plato, o la extravagancia del mismo, pero fuere lo que fuere, no podía dejar de comerlo—. Ve a descansar, hablamos luego.

Aunque yo sabía que no habría "luego", pues para cuando ellos despertasen yo estaría profundamente dormida. No podía darme el lujo de trasnocharme teniendo trabajo a la mañana siguiente. La única razón por la que estaba fuera era porque en el departamento que alquilaba se había ido la luz y no podía cocinar así, por ello estaba en el restaurante de la esquina tratando de no bostezar mientras comía.

—Está bien, cariño —respondió ella con voz pastosa y cansada, removiéndose entre las cobijas—. Ten linda noche, ¡y no olvides las fotos!

—¡Sí! —exclamé entre risas levantando la copa de vino con mi mano libre—. Descansa.

—Tú también, linda —y después de un par de segundos la línea quedó vacía y estuve sola de nuevo.

Miré la brillante pantalla de mi teléfono, tratando de no desviar mi atención de la cena a esos cuatro mensajes de Francis que no había respondido. Me había contactado al saber que estaría devuelta en Las Vegas, pero después de tanto tiempo, con miles de recuerdos abordando mi mente cada vez que pensaba en esa maldita ciudad y un agridulce sabor en mi boca, no es que tenía muchas ganas de recordar ese período de mi vida, por ello sus mensajes eran algo que no quería contestar.

Sinner | Boris PavlikovskyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora