Capítulo 27

1.9K 140 155
                                    

Revolví la comida en mi plato una vez más

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Revolví la comida en mi plato una vez más.

Ya estaba fría, y el puré se había convertido en una mezcla grumosa, grisácea, desabrida. No se veía nada apetitosa, más bien me daban ganas de devolverlo todo ahí mismo. Mamá suspiró frente a mí cansinamente y, sin decir una palabra, se levantó de la mesa.

Se había vuelto ya una monótona rutina. Papá me recogía, me dejaba en casa, recogía su almuerzo y se volvía a marchar; en todo el camino nadie pronunciaba palabra. Al llegar a casa comía con mamá en silencio y al cabo de algunos minutos nos marchábamos juntas a la casa de la señora Rosenfelt. Al hallarme sola y sin ninguna posibilidad de salir de allí, la anciana dueña de la casa se había convertido en mi mejor amiga. Hablábamos de muchas cosas, compartíamos intereses en libros y música: era fanática a muerte de The Beatles, y después de tanto tiempo con Boris me sabía todas las canciones del álbum blanco de memoria. Conocí a su hija, la que la venía a ver los fines de semana, Jennifer, tenía un par de años menos que mi madre y un par de maletas llenas de prendas cortas y camisetas con brillantina. Era agradable.

Se quedaba con su madre, porque era probable que tuviese algún tipo de recaída, y gracias a ella la jornada laboral de mi madre duraba menos. Llegábamos a casa a eso de las cuatro y media y cada una se encerraba en su respectiva habitación. Por lo general, yo me encerraba en el armario con Kiara y llamaba a Boris. Cuando olvidaba llamarlo lo hacía él, asustándome, pero llenándome de alegría de todas maneras. Cenábamos a las seis y papá llegaba a un rato después, si nos veíamos en el pasillo, nos saludábamos, si no, nos veíamos en la mañana. Era una pesadilla.

Una semana y media después de nuestro último encuentro, con una familia distante, un corazón triste y la cabeza en las nubes, me di cuenta de que estaba mucho más tranquila.

No había vomitado por la ansiedad en días, las cutículas de mis uñas estaban intactas y mi sistema nervioso estaba en paz... y eso no me gustaba.

Me había acostumbrado al caos en cada rincón de la casa, a una amena conversación en medio del almuerzo, a la adrenalina de salir corriendo de la casa de Boris para llegar a tiempo a la mía o el revisar la hora cada tres segundos para asegurarme que el horario de mis padres no terminara antes de que Boris saliera de la casa. Extrañaba los gritos de mi chico mientras corrían por la casa y los besos robados en la cocina mientras le preparaba algo rápido de comer. Extrañaba el sabor a licor en sus labios y el olor de la nicotina en su ropa.

¡Quería esa vida de vuelta! ¡Quería esa tormenta que Boris traía consigo! No quería sentarme en silencio por horas solo a contemplar la nada y mirar por la ventana deseando estar fuera. Era demasiado joven para perderme lo que estaba pasando al otro lado de las paredes de mi casa.

Pero ¿qué podía hacer al respecto?

Mis padres no darían su brazo a torcer, eran demasiados tercos para siquiera escucharme un segundo. De todas maneras, hablar con ellos significaba tener que explicarle mi complicada relación con Boris y eso era algo que no estaba dispuesta a hacer.

Sinner | Boris PavlikovskyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora