Capítulo 23

2.3K 170 275
                                    

A pesar de la reticencia de mi lado racional ante la insistencia de mi necio corazón, las cosas fueron cambiando de a poco

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

A pesar de la reticencia de mi lado racional ante la insistencia de mi necio corazón, las cosas fueron cambiando de a poco.

Boris se preocupaba; trataba de estar al pendiente de todo lo que pasara en mi vida, fuese bueno o malo. Intentaba con todas sus fuerzas ser un buen chico, crear un ambiente sano entre nosotros dos. Había leído un antiguo manual sacado de algún lugar de una librería publica que hablaba de caballerosidad, lo que era algo extremista, pero me halagaba de sobremanera.

De pronto un día, su toque dejó de quemar, los recuerdos dejaron de doler, las sonrisas no provocaban lágrimas, sino mariposas en mi estómago, pero el aleteo de estas se volvió brusco, violento, tanto que lograba hacerme daño.

—¿Puedo abrazarte? —preguntaba de pronto, un cigarrillo a medio fumar entre sus labios y el cabello rebelde siendo mecido por el viento caliente, ambos parados bajo el umbral de la casa en la tarde, minutos antes de que mis padres llegasen.

—¿Por qué preguntas? —inquirí yo, tratando de encontrar las palabras para decirle que podía abrazarme sin pedirme permiso. Me perturbaba ver lo cambiado que estaba, antes un ladrón de primera, tomando todo lo que estuviese a su alcance y ahora indefenso, preocupado de tomar un abrazo sin consentimiento y que las repercusiones fuesen demasiado para cargar con ellas solo.

Él se encogió de hombros y esperó a mi respuesta, la cual resultó en un rápido asentimiento de cabeza. Hundía su cara en mi cuello y aspiraba hondo, como si quisiera memorizar mi aroma. Se refugiaba en la curvatura de mi cuello como un niño y apretaba sus brazos alrededor de mi cintura para que no saliese de su agarre. Yo amaba tenerlo cerca. Pensaba en silencio lo mucho que habían cambiado las cosas desde el instante que cayó de bruces al suelo fuera de mi casa. Tienes suerte, me decía a mí misma al pensar que había encontrado el amor de la manera menos convencional posible, pero no en realidad.

Trataba de no dejarme llevar por el otro tipo de pensamientos, los pesimistas que me llevaban al borde del abismo, esos que me hacían girar varias veces entre las sábanas por la noche, y como estaba tan embriagada de amor, me limitaba a dejarlos pasar.

Sabía que su esencia seguía intacta cuando lo pescaba observando mis piernas con lujuria encendida en sus ojos, o cuando en media de risas y bromas recibía un empujón demasiado fuerte, cuando me pedía delicadamente un beso y terminaba explorando varios rincones con sus manos inquietas, cuando me decía "Oh, krasivyy" y añadía "ty vyglyadish' tak zharko segodnya". Pero todo ese barullo de acciones eran parte de él, cosas que no eran necesariamente malignas, cosas que no tenía por qué cambiar, y, aun así, lo encontraba a veces acunando su rostro entre sus manos, frustración viva en sus facciones, ojos cerrados, mandíbula apretada y el cabello cayendo lacio sobre sus ojos después de haber sufrido de varios tirones.

—¿Qué tienes? —preguntaba yo con viva preocupación.

—Lo siento por haberte tocado así —respondía, enfadado, pero no sabía diferenciar si lo estaba conmigo o consigo mismo—. Perdón por romper tu sujetador, te compraré otro.

Sinner | Boris PavlikovskyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora