El principio del fin

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Los días habían pasado con rapidez, los TIMOs fueron pesados, tuvo sus complicaciones, sobre todo en Encantamientos y Herbología, pero creía que sacaría las notas suficientes para poder avanzar en las materias que él deseaba.

Ahora su preocupación se centraba en dos cosas: El partido que estaba a punto de presentar contra Beauxbatons y Elizabeth.

Había hablado con Scorpius después del examen de Historia de la Magia, no podían seguir retrasándolo más, después del partido llevarían a Rose y Beth al séptimo piso para hablar en la sala de los menesteres.

Tenía un sabor amargo en la boca.

Sabía que Beth lo detestaría, pero esperaba que el hablar con ella y decirle la verdad la ablandara lo suficiente para que no lo despreciara toda su vida. Debía de comprenderlo, no había sido su plan, algo así nunca hubiese cruzado su mente, ahora mismo odiaba mucho a Scorpius a pesar de que una parte de él lo comprendía; el respiró que les había Nott ese año había sido algo refrescante, pudo vivir un poco de lo que hubiesen sido sus años en Hogwarts si los rencorosos hijos de familiares de mortifagos caídos en desgracia nunca los hubiesen sometido. Sus primos, amigos y Beth hubiesen sido parte de su vida desde hace cinco años sin ataduras ¿Cuántos momentos había perdido gracias a Nott?

-¿En qué piensas?- Le pregunto Scorpius después de un rato, él no había probado bocado, estaba demasiado absorto en sus pensamientos.

-Puedes estar seguro que no en el partido- Le dijo él entre dientes, Scorpius hizo una mueca.

-¿Te sentaste aquí para no verla?- Le señalo Scorpius, se encontraban en la mesa de Slytherin.

-Ya sabes que si- Albus paso sus manos por su rostro y suspiró -Elizabeth siempre se levanta feliz y sonriente antes de un partido, si la veo así dudo que me anime a lo que planeamos hacer después- Scorpius tragó nervioso –Vamos, no voy a desayunar, no tengo apetito- Scorpius asintió, Albus tomo sus protectores de la mesa que todavía no se los había puesto, caminaron fuera del lugar, no miró hacia la mesa de Gryffindor ni una sola vez, sabía que Elizabeth ya debía de estar allí, sinceramente no quería verla o hablar con ella.

Lo que iba a hacer era lo más duro que había hecho en toda su vida.

Elizabeth había comenzado gustándole, siempre le había parecido una chica encantadora. La había observado a distancia a través de los años; su sonrisa pequeña y ojos grandes siempre habían llamado su atención, sus mejillas sonrojadas después de una risa o el brillo en sus ojos bicolor cuando alguien hacía algo gracioso cerca de ella, su soltura en clase y tranquilidad al realizar encantamientos eran cualidades que le habían provocado observarla cada vez que podía; le había gustado desde el primer día que la había conocido, en el tren de Hogwarts, sus mejillas se había sonrojado por la cercanía de la chica, lo había puesto tan nervioso que había olvidado su nerviosismo inicial por la selección; en el segundo y el tercer año había estado medio enamorado de ella a causa de su inteligencia y amabilidad hacía las personas, había observado el amor maternal había su hermana menor, como la cuidaba a distancia de cualquiera que quisiera hacerle daño; en cuarto año su cambio había sido notable, había crecido, atrás había quedado la niña de rostro en forma de corazón y estatura pequeña, se había comenzado a desarrollar y florecer como una rosa en primavera, no le había podido quitar la mirada de encima en toda la cena de inicio de año, pero el momento donde se dio cuenta que realmente le gustaba había sido el año anterior en la madriguera. Ella había bajado por un vaso de agua, se habían molestado como cada vez que estaban a solas, pero esta vez había sido diferente, cuando se acercó a ella sintió una corriente eléctrica recorrerlo y un impulso de callarla uniendo sus labios con los de ella.

Muchos días habían pasado desde aquel día, muchas cosas habían pasado desde aquel día, en ese momento solo podía concluir una cosa: estaba completamente enamorado de ella.

Los Herederos de MerlínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora