Sorpresa, Sorpresa

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Ella sonreía amable mientras ese hombre le tocaba una pieza con su violín. Había intentado evitar sentirse celoso, le estaba resultando realmente difícil, sobre todo por las cosas que susurraban en la corte, Merlín unos días antes lo había notado, lo llevo a un lugar alejado de los jardines y le había dejado claro que no se atreviera a desconfiar de su problema. Él había leído entre líneas, sabía que era una advertencia de su amigo, él era su segundo al mando y mejor amigo, pero si se atrevía a faltarle el respeto a Ginebra y la acusaba de adultera definitivamente su amigo lo retaría a un duelo, un duelo dónde seguramente el moriría.

No es que Ginebra actuará diferente, ella lo trataba tan amorosamente como siempre. Sus días con ella eran radiantes, desde que el sol salí hasta que la luna aparecía en el cielo, no podía quejarse, su reina era perfecta y su esposa era encantadora.

Demasiado encantadora.

Había insistido en traer a su lacayo a Camelot, él hombre rara vez se me despegaba, Ginebra le había explicado que ese hombre le había jurado lealtad para toda la vida, él la defendería de cualquier ataque. Por un lado eso lo tranquilizaba, con Morgana rondando su vida estaría agradecido con todo aquel que quisiera proteger a su familia, pero ese hombre lo ponía de nervios.

Estaba celoso.

-Su Majestad- No pudo evitar hacer una mueca cuando Nimue apareció por el pasillo, la muchacha había llegado hace unos meses a la corte, y desde el primer día había encandilado a Merlín como solo Morgana lo había logrado hacer. Debía admitir que la muchacha era bonita, pero la comparativa de madurez respecto a Merlín solo se notaba en la edad, la chica era gentil y elocuente, solo tenía veinte años mientras ellos ya llegaban a los treinta, pero era tan sabía cómo una anciana, eso se debía a la dura vida que había tenido en su niñez. Ginebra la había encontrado en su camino del reino de su padre hacia Camelot y la había adoptado como su dama de compañía.

-Señorita Nimue- Ella hizo una reverencia.

-Su Majestad ¿Quiere que lo anuncie a la reina?- Él evitó mirarla mal, Nimue era una legeremante, una bastante buena, seguro ya había detectado su línea de pensamiento o su incomodidad, la muchacha traía un canasto con ropa, pero seguro sabía que dentro de la zona de la reina estaba ella con su lacayo.

-No es necesario, entremos juntos- La muchacha asintió, abrió la puerta con una mano.

-Su alteza- Saludo a la reina, él la observó reír de algo que una de sus damas había dicho mientras dirigía su mirada a la puerta.

-Arturo- Le saludo con completa adoración, todos sus pensamientos quedaron olvidado, ella estaba sentada sobre unos cogines en el suelo, ella extendió la mano y él hombre le ayudo a levantarse, ella camino hasta él con una sonrisa -¿Has terminado con tus responsabilidades?- Él tomó su mano y depósito un beso, sus damas soltaron risas mientras que el hombre sonrió un poco, Arturo lo observó con atención, no había ninguna reacción más que empatía en su mirada.

-Lo he hecho, quería invitarte a montar- Ginebra sonrió.

-Valery, prepara mi ropa para montar, Camelia, Dorotea, ayuden a desvestirme, Lancelot, tienes libre la tarde, no necesitaré tus servicios- Todos hicieron una reverencia y se dirigieron a realizar sus tareas -Nimue, querida, me acompañaras, ve a cambiarte- La muchacha asintió e hizo una reverencia.

-¿Acaso mi señora se ha convertido en casamentera?- Ginebra le dió un golpe juguetón.

-¿Se está burlando de mí, su majestad?- Él tomó su barbilla, al verse solos en el salón, él la besó, Ginebra le devolvió el beso fervientemente.

-Mi señora, si sigue así no iremos a montar- Besó su frente -¿Te gusta esa muchacha para Merlín?- Su esposa sonrió traviesa y asintió -Sabes que a tu hermano no le gusta que le impongan cosas-

Los Herederos de MerlínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora