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Eramos lo que se conoce cómo una combinación homogénea.
Un adicto a los libros y escritor a ratos. Una lectora de historias y creadora de algunas, a veces. Tinta y teclado vacilando, esperando salir en cualquier momento de nuestros dedos, asomándose al vacío.
Sthepanie, una chica de altura regular y rellena cómo arepa, cabello negro y ondulado. Mi ex compañera de secundaria y la persona con la que, tragicamente, terminé encontrándome también en preparatoria. La verdad, jamás nos habíamos llevado de mala forma. Era, quizás, que teníamos distintas formas de ser y convivir con las personas. Muy extrovertida a su naturaleza, Sthep rápidamente encontró, cómo en la secundaria, otra chica muchísimo más baja de estatura que ella para hacerse compañía.
Claudia, pelinegra y escasa de altura, aunque no del todo. Sustituyendo a Fátima, vieja compañera y confidente de Sthep, se convirtió en el nuevo llavero de la rizada. Y así, ambas te encontraron en el camino.
Fernando e Isaías, dos chicos nada inteligentes pero bastante bromistas y de buen convivir. El primero tenía una altura baja, moreno y con el cabello erizado con gel, con un lunar bastante característico en la parte de arriba del lado derecho de sus labios. El otro, más tostado por el sol, poseía un cabello rizado cómo el de Sthep, pero muchísimo más corto y era un poco más bajo que Fernando. Y ambos se encontraron conmigo y formamos la primera organización estudiantil a favor de los derechos de los chicos sin amor. Bueno, no. Juntos, el trío de rechazados, conectamos rápidamente y nos hicimos muy buenos amigos. Cabe aclarar que teníamos un pensamiento, cómo es normal en un joven de esa edad, bastante inmaduro sobre la vida en general. Y salvo por Fernando que, muy pocas pero ideales veces daba muestras de querer ser alguien en la vida, los tres pasábamos olvidándonos de qué hacíamos realmente en la institución.
Y así, sin quererlo, ambos tríos de amigos terminamos por crear un grupo. Bastante extraño y raro, pero grupo de amigos al final.
¿Y a ti cómo te describo? Cuando no tenía tiempo que perder con los chicos, me sentaba al lado tuyo y hablábamos. De tu gusto por los libros y de lo mucho que adorabas escribir, aunque no lo hicieras tan a menudo. De mi gusto por los poemas y las canciones, aunque en esto último, en ese entonces, no tuviese tan buen oído musical. Y sin darnos cuenta, de un día para otro, anudamos un lazo invisible que nos unía de alguna manera, quizás no con los mismos intereses pero con un par en cosas en común de las que solíamos conversar. Y cuando las clases acababan y los recesos se escuchaban mediante el melodioso sonido de una campana automática, me giraba (o tú la hacías, dependiendo de cómo estuviésemos sentados en ese momento) y hablábamos de todo un poco.
Debí observar más esa mano tuya apoyándose entre tu mejilla y mentón, pensativa y escuchando atentamente mis locuras e invenciones. Estoy seguro que pasé por alto algún brillo especial en tus ojos cuando estaba ocupado hablando sin parar de cualquier tontería que se me ocurriera. Pero es que no te miraba con otros ojos. Eras una compañera de clase, una simple vecina de asiento. ¿Podría esperar a que, de pronto, tus ojos de alguna sorprendete forma se fijaran en mí? Tampoco ignoraba tu belleza, pero me resultaría sorprendente que, con el ego que demostrabas y la superioridad que expresabas al hablar, casi natural, te quedases prendada de algo de mi persona. ¿Pero qué podría ser? ¿Acaso había en algún punto físico de mí algo que llamara tu atención? Me resulta difícil aceptar que así fue.
Las clases y los días avanzaban con rapidez y de pronto nos encontramos en la segunda semana de Febrero, cuando se sentía recién el inicio de año. Los centros estudiantiles tienen, a veces, la maldita costumbre de celebrar el 14 de Febrero cómo si fuese alguna fecha importante o similar. La mayoría cree que implementando la creencia de que el día es para conmemorar la amistad evitaran toda la avalancha de jovenes hormonales y personas con falta de atención ese día. Y bueno, para gustos, colores. En la clase, se hizo un pequeño acto al finalizar la última hora de clases por la mañana, nos otorgaron un tiempo asignado para compartir alimentos y básicamente, para no hacer nada de provecho. Algunos de nuestros compañeros declararon ese día su oculta pasión por algunas chicas de la sección, y claro que no podíamos faltar los integrantes de el trío de holgazanes de la clase.
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𝑳𝒆𝒙𝒊
Teen Fiction"¿Y que es más fácil que amar? ¿Y que es más complicado que dejar de hacerlo? La melancolía de lo añorable. Aquella voz en nuestra mente, quizá llamada conciencia, que nos recuerda algo que hicimos mal o un punto donde no actuamos cómo debimos hab...