Capítulo 5

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El juego de la triple polaridad.

Es extraño. Amaba estar con ella, ¿en qué otro lugar debería encontrarme? Me hacía feliz, me daba tiempo de calidad y me volaba la cabeza. Lexi es de ese tipo de personas de las que no puedes evitar el disparo: cuando menos te lo esperas la bala ya está encerrada en la tráquea. O al menos, así compararía la certera forma que tenía la fastuosa muchacha para atraparme entre sus garras. A veces caprichosa, a veces tajante y orgullosa a morir. Una flama en movimiento, ardiente y discreta. La mismísima definición de lo indefinible, aunque quisiera darle los adecuados conceptos acerca de lo que en ella vi, es imposible. Cómo observar algo tan profundo que es complicado de explicar, así era Cristina. De raras máscaras, parecía otra chica más de entre el montón, no observarías nada peculiar a menos que te acercaras lo suficiente. Y yo caí en el engaño de Lexi: dejarme llevar por lo que vi a simple vista y entender que nunca fue cómo el resto tarde o temprano.

Juego con los interruptores. No es cómo que vaya a provocar algo malo, de todos modos he estado haciendo esto desde hace días. Ya hice que explotaran los focos que existieron alguna vez en la habitación. En teoría, intento frenar mi ansiedad creyendo (o haciéndome creer) que en algún momento, alguna de las luces prenderá y mi habitación se llenará de blanco otra vez. Pero no sucede nada. Es la quincuagésima tercera vez que lo intento desde que he despertado. Aún no cambia mi estado, aún no consigo salir de estos muros.

Anoche soñé contigo. Posiblemente uno de esos sueños lindos en los que terminas despertando abruptamente porque se convierte en pesadilla. Me decías que querías hablar conmigo a solas y me llevabas jalando de mi chaqueta hacia uno de los pasillos del Instituto. Yo quería tomarte de la mano o que simplemente me soltaras, pero tu brazo parecía casi intangible y tus dedos se encargaban de arrugar mi camisa. Cuando llegamos a una esquina que, raramente parecía igual de desolada que el resto del lugar, te acercaste lentamente hasta tener nuestros rostros a centímetros de distancia. Tus ojos, más grandes y alertas de lo habitual, parecían fijos sobre los míos y tu expresión facial no denotaba algun cambio. Te veías perpleja y sombría. De la nada, una pesada bofetada caía sobre mi rostro y me dejaba sin equilibrio. Me hizo caer estrepitosamente contra el suelo y ahí, me rodeaste el cuello con tus manos y comenzaste a ahogarme.

Lo sé, debo dejar de ver series de narcos en Netflix. Luego debo soñar contigo y con la serie y la mezcla de ambos no me gusta.

- ¿Todo eso dijo el sofá, mi amor? -mi mejor amigo interrumpe mis últimos pensamientos.
- Ah, miren quien se dignó en aparecer -respondo intentando despertar del sueño de media hora que me tomé recién.
- Te perdiste un largo rato, bello durmiente. Mientras estabas soñando con angelitos nudistas comiendo nubes de algodón, Cristina se besó con uno de otra sección.
- Y yo soy Chayanne -le digo, incrédulo.

Sin embargo, una sensación extraña aparece de repente en mi estómago y recorre mi pecho hasta formarse en mi garganta. Y luego, un nudo que no comprendo se atora, como bola de pelos, en mis cuerdas vocales. Me invadió un sentimiento de miedo. ¿Tenía la suficiente cara para temer?

Retrocedamos tres años.
¿Por qué no? A una iglesia típica en uno de los suburbios de la ciudad.

Su grueso cabello era de un precioso castaño. Tenía unos ojos grandes color café, una piel pálida, unas aperladas manos y una mirada desenfocada. Y probablemente anemia, yo qué sé. Era de baja estatura pero las facciones en su rostro revelaban que no era una niñita de ocho años. Era, probablemente, de la misma edad que yo. Traía encima un vestido color verde menta. Recordarla me aterra un poco. No es precisamente miedo.

𝑳𝒆𝒙𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora