Capítulo 1

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Caos.

¿Era necesario que todo esto pasara? Dime, ¿es así como debieron ser los acontecimientos? Se me estruja el corazón al decirte todo esto, así tomes la forma de la blanca pared que está frente a mí. Me consume el deseo de tenerte junto conmigo en este instante, abrazarte y contarte tantas cosas. Pero ya no puedo, ya no.

¿Este es mi destino? Lamentarme de por vida acerca de algo que no pasó, ¿es lo que me depara? Porque ahora yo estoy amando los blancos de los muros y las oscuras caídas de sol mientras que tú, olvidando lo sucedido, amas el calor de otros brazos y la ternura de otros besos que no serán los míos. ¿Es que quieres que lo acepte y prosiga con mi camino? ¿Quieres que entienda que debo quitarme de nuevo partes de mi corazón y tirarlas al vacío así cómo si nada? Ahora mi corazón está completo.

Cuando tú llegaste, viniste a ocupar la habitación de otra persona. Su cama, sus sábanas, su lámpara de mesa y los cubiertos de su alacena. Desde que te convertiste en una okupa, sujetando entre tus dedos un corazón que nunca te perteneció, tomaste una propiedad que jamás fue tuya, te adueñaste de los cubiertos y del plato de alguien que ya estaba saciada de alimento. ¿Entonces mi alma jamás te pertenecería? No puedo decir lo mismo hoy en día. Te has apropiado de todo, incluso de los pensamientos más dubitativos, de las noches menos grises, de las tardes más cálidas. Ahora, justo ahora, incluso los recuerdos anteriores a ti se evaporan con el tiempo y todo, cómo barro en manos de alfarero, toma tu forma y tu imagen.

Frágil y seca, mi alma tirita con nieve hasta en los bolsillos, recuerdos de épocas lejanas pero aún recordadas. Y de pronto, te he encontrado. Estabas ahí, regia y bella, cruzando sílabas con el otoño y conmigo, distrayendo pensamientos en mi cabeza; separando los labios un poco, lo suficiente para llamar mi atención hacia más nada. Orbitando como planetas alrededor de mi sol, procesando una clase de adrenalina no perfeccionada pero necesaria para hablarte.

Agitas la mesa, revuelves los papeles. Es que no estás acá, pero el solo acto de tu presencia en mi cabeza es tan fuerte que, de pronto, doy la vuelta y apareces en cada canción, verso y suspiro. ¿Que me has hecho? Es tan irreal, los momentos, las luces, la lluvia, tu voz... Quería estar solo por el resto del día, llegas tú y mi corazón se parte en dos, casi literalmente. Pero no frenas ahí: tomas la parte que te has robado, me saludas y sigues tus pasos. Es ahí cuando comprendo que ya no quiero estar solo, o más aún, ya no puedo hacerlo si te tengo cerca. Inesperado cuando me aislo del mundo, soy feliz en el mío y en las cuatro paredes que me rodean. Luego entonces (pasas por esa puerta que Dios sabe que no sé con qué fin dejé ahí), me llamas. Y cariño, las paredes -junto conmigo- caen a pedazos y todo se llena de polvo, de ripio, de humo y de ti. Estás aquí, de repente, como un suspiro en la tarde. Y de pronto, comienzo a sentir sueño cuando me abrazas, ¿es normal entonces? ¿o es mero aburrimiento? ¿y aún preguntas que qué me parece todo esto?

A mí, a la persona que olvidó sus miedos. Pero que me tiemblan los huesos si mencionan los bloques tu nombre, coreándolo.

Y entonces sé que no has hecho nada, más que aparecer en alguno de mis desvelos, no tan frecuentemente. Solo todas mis madrugadas, nada más. Ahora que nos hemos encontrado, prefiero seguir sin pensar demasiado en ello. Déjaselo a los dados, lanzalos y averiguemos el resultado. Contigo apuesto y arriesgo todo: mi sucio traje, mis viejos papeles, mi café frío, mis noches y horas, lo que reste de la tinta de un bolígrafo y veinticinco párrafos bonitos por semana. Quizás no bonitos, pero sinceros (que de hecho, es mejor).

Te conocí hace tiempo ya. Éramos, fuimos, somos, ¿seremos? Los días corren y la incógnita queda estancada. Dos piezas que se complementaban en una suma perfección, dados dobles de azar que apostaban su alma en una partida de todo o nada para llevar. Partes del rompecabezas uniformes, similares a lo sumo, únicas. Tú siempre tan extrema, derecha, superior; yo tan central, medio, interior. Encajabamos concretamente como polos opuestos, ese magnetismo, química y atracción que generaba lo nuestro era inmensa.

𝑳𝒆𝒙𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora