Capítulo 3

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Me sientas fatal.

Cómo comida a altas horas de la noche, cómo desayuno al día siguiente con resaca, cómo apretar mi mano y no encontrarte en la palma de la misma, así... así de mal me sientas. Yo te recuerdo, solo a veces, la mayor parte de mi día, cuando respiro, o sea casi nada. Mientras me asfixio en la olas de una tormenta en altamar, lejos del puerto y de ti, de todo lo que quiero, me desespero. Y cómo último movimiento, me dejo caer, abatido por los esfuerzos de tenerte otra vez junto a mí. Y el abismo y la oscuridad me vuelven a devorar, hambrientos y asqueados de mi sabor y de lo que se refleja en el espejo cuando noto que ya no soy el mismo.

Y del demonio de la habitación sale del armario donde suele yacer escondido de las voces que normalmente la llenan, consumiendo cualquier otro tipo de ruido o silencio. Me mira y yo lo miro, después nos reímos sin ninguna razón, a carcajadas, cómo locos. Entonces, después de una hora de disociarme, noto que estoy solo. No parezco loco: me estoy volviendo uno, realmente. Estoy abatido.

Vos no estás para domar a la gárgola que crecía mientras nos conocimos. Yo no estoy para controlar mis impulsos de ser en lo que evoluciono, cómo Darwin, a la vez cómo un cangrejo. En reversa.

*

- Estás muy pensativo hoy...

Esmeralda interrumpe mis pensamientos. Tengo que bajar la mirada, la chica mide 1.49 y no la veo de frente. Olvido que no todos tienen la altura que yo tengo. Estoy tan acostumbrado a mirar hacia abajo, sobre las nubes, casi literalmente. Todos son tan inferiores, tan minúsculos, tan... no tan yo. Eso los hace menos. Eso los hace ser raros y a mí me hace elevarme la soberbia que me ha florecido desde que estoy fuera de mí, la mayor parte del tiempo, cómo personaje. Como actor dentro de una obra en la que me siento incómodo. No es que no haya actuado antes, solía ser el mejor haciéndolo, es que realmente estoy actuando para mí mismo. Y fastidia no ser yo.

- Descuida. Yo... lo siento. No medí el tiempo esperándote.
- Ajam... -me mira con sus ojos, brillantes y negros- La Doctora dijo que estabas extraño en su clase, cómo distraído.
- La Doctora... -una maestra que es amiga de Meral- ¿Qué más te dijo?
- Que te estabas arreglando para mí...

Cómo puede, sube sus manos rodeando mi nuca y me hace bajar la cabeza hasta que sus labios chocan con los míos. Cierra sus ojos y se detiene y luego sonríe maliciosamente.

- Quién diría que tú te arreglabas... -se ríe- Me gusta, es raro, pero es para mí, así que eso lo hace lindo.

No me arreglaba, microbio. Estaba peinándome porque llevaba el cabello hecho una mierda, no me había bañado porque el día anterior lo pasé fuera de casa y llegué de la calle al Instituto. Me veía cómo indigente.

- Supongo... supongo que sí lo hice para ti.
- Lo sé -me mira de esa forma provocativa- ¿Y que haremos ahora?
- Podríamos ir a caminar, quizá. Necesito refrescar mi cabeza un poco.
- Lo que tú quieras, cariño.

Olvidé mencionarlo, Meral es mi pareja. Estudia una carrera distinta, pero nos vemos muy a menudo porque solíamos ser amigos antes de venir a estudiar acá. Nos conocimos en primaria y nos llevábamos súper bien. Luego, se nos ocurrió la brillante idea (¿por qué no?) de enamorarnos en Prepa. Hacemos una pareja bastante extraña, pero funcional de alguna forma. Dispareja, pero funcional. Ella es demasiado detallista conmigo, muy a contraste de mi persona, que rara vez le recuerda que está feliz de haberla conocido. Otra víctima...

𝑳𝒆𝒙𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora