No había servido de nada llorar, suplicar que no la llevaran, que tuvieran piedad... Los oficiales de todos modos la habían encadenado y subido a la carroza, que marchaba rumbo a su destino.
El castillo de Melok estaba a las afueras del reino del rey Vicentino, un lugar completamente lúgubre. Nadie sabía el motivo, pero todos los árboles y vegetación que circundaban las tierras de Melok, tenían un color negro.
En el comienzo de su reino, el suelo era fangoso, y muchos especulaban a qué se debía por la sangre de los caballeros y víctimas que allí derramaban.
Es por eso, que una vez llegados a ese punto, hasta los grandes muros de gruesos bloques de piedra, que rodeaban el castillo, debían hacerlo a pie.
Cuatro oficiales bajaron con la jovencita, y tirando de sus cadenas, que sujetaban sus muñecas, la obligaron a caminar hasta el castillo.
Esos casi cincuenta metros de distancia, los recorrió sollozando, sin saber como sería su trágico final, que cosas podría hacerle esa bestia, antes de acabar con ella.
Una vez frente a los grandes portones, los oficiales la ataron a las gruesas barandas, dejándola a su suerte.
—N-No, por favor, no. No hagan esto —lloró desesperada—. U-Ustedes...
Y ver cómo se alejaban, sin muestra alguna de piedad, la angustió por completo. Se arrodilló en el árido suelo, llorando desconsolada... Pensando en su familia, que jamás volvería a ver.
Sólo unos minutos después, los pasos de alguien más, la hicieron levantar la cabeza. No muy lejos de ella, del otro lado de los portones, una especie de caballero de armadura completamente de metal, se acercó lentamente a ella.
Cada paso que daba, cada pisada metálica, estremecía su cuerpo por completo. El chirrido de una de las puertas abriéndose, la obligó a ponerse de pie, temblando al ver sus ojos.
No era un hombre, de eso estaba segura, bajo esa armadura no había un humano. Sus ojos brillaban aún en la oscuridad, y tenían una tonalidad anaranjada.
Él observó como estaba vestida, luego su rostro, y sin esfuerzo alguno, arrancó la cadena de la baranda, haciéndola trizas. La miró, y sólo esa mirada fue suficiente, para hacerle saber que debía caminar.
Con pasos torpes, lo siguió por detrás, sintiendo constantemente una brisa helada chocar contra su cuerpo. Y aquel lugar era tan oscuro, que era imposible ver qué había a su alrededor.
Ni las estrellas brillaban en el cielo, lo cual le hacía sospechar, que había una especie de cúpula rodeando el castillo. La única iluminación que tenían, era la que provenía del interior del castillo, la luz que se escapaba por las puertas abiertas.
Entraron en él, y fue imposible para Alessia no comenzar a temblar, al ver a tantas criaturas extrañas, todas de piel oscura, y ojos que iban en tonalidades de amarillo a rojo.
Todo el salón se quedó en silencio, y observó como bajaban la cabeza, haciendo una reverencia. Ella giró su rostro, y vio como de las escaleras bajaba un tipo enorme, jamás había visto a alguien tan alto en su vida, ni siquiera los caballeros del rey.
Su rostro era como él de una calavera humana, y sus ojos eran de un color naranja rojizo, brillante. Sobre su cabeza había una corona de oro, alta, de puntas filosas.
Bajó lentamente por las escaleras, hasta estar parado frente a ella. La observó curioso y la tomó del rostro con su mano helada, haciéndola sentir sus filosas uñas, tocando con delicadeza su piel.
Alessia desvió la mirada, temblando, sintiendo sus ojos cubrirse de lágrimas una vez más.
—¿Quién trajo a ésta humana? —preguntó en un tono profundo, ronco, que le erizó la piel.
—Los humanos la dejaron como ofrenda. La ataron y huyeron —pronunció una voz inhumana detrás de ella.
Melok le giró la cabeza, para que lo mirara y ella observó con terror su rostro. Los huesos del cráneo de la calavera, no eran más que una especie de máscara, o un casco quizás, porque debajo de ellos, él también tenía esa piel oscura.
—¿Y qué se supone que haga con una humana? Ella no es fuerte, es débil y pequeña. No me sirve.
—Tal vez dársela a los animales.
Alessia negó con la cabeza, llorando.
Él la miró curioso, y apretó sus dedos en las mejillas de ella.
—¿No quieres ser el alimento de mis perros? Dime entonces para qué podría quererte.
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Ofrenda a la bestia
Ciencia FicciónSi mi historia fuera un cuento de hadas, hoy estaría rodeada de teteras y muebles parlantes, y no de cadáveres de valientes caballeros.