Capítulo 29

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"—Perderás tu libertad hasta que aprendas a amar a aquello que juraste destruir. Cuando el inocente aún conociendo tus pecados, elija liberarte en vez de clamar justicia, serás libre."

Y desde aquella sentencia, habían pasado trescientos años. Trescientos años atado de cuello, muñecas y tobillo en una cueva. ¿Cómo diablos se suponía que iba a cumplir con su condena así?

Trescientos años allí adentro, y jamás un humano había llegado tan lejos como para hallarlo. Y aquello hubiera seguido del mismo modo, si no fuera por el desprendimiento de la montaña dónde se encontraba, que lo hizo descender varios metros, dejándolo más cerca del pie de la misma.

Y aunque ahora pudiera estar a la vista de los humanos, jamás creyó que alguien realmente pudiera interesarse por él.

Una joven muchacha de cabello negro azabache pasaba por allí juntando unas hierbas, cuando vio a un hombre atado contra la montaña.

—Dios mío —pronunció desconcertada, dirigiéndose a él para ayudarlo—. ¿Estás vivo aún?

Él levantó la cabeza, y sus ojos azules brillaron, haciéndola detenerse en el mismo lugar, sin querer continuar.

—¿Q-Qué eres?

—Soy eso que vive más allá de la oscuridad de la noche. Quién hace que las sombras se vuelvan más oscuras, y saca a flote los peores deseos de los humanos.

—Un demonio —jadeó.

Él sonrió de lado, divertido.

—Sí, así me llaman ustedes los humanos, demonio.

Dio unos pasos hacia atrás, y cuando se giró para irse, él la detuvo.

—Espera, sé que esto no suena creíble por venir de mí, pero no voy a hacerte daño, tienes mi palabra. Llevo atado a ésta piedra hace trescientos años. Si tú me liberas de aquí, te serviré todo lo que dure tu vida humana.

—Los demonios engañan, y si tan poderoso eres ¿Por qué no te liberas tú?

—Porque fui castigado por alguien más poderoso que yo ¿Quién en su sano juicio estaría atado trescientos años por gusto propio? —le inquirió con obviedad.

—Demonio, si tú mismo no puedes liberarte ¿Cómo una humana como yo podría hacerlo?

—Porque sólo un humano que se apiade de mi alma puede soltarme.

Ella lo miró a los ojos, insegura.

—¿Cuántos humanos pueden tener la suerte de decir que tienen un demonio guardián? —sonrió—. Libérame, y cumpliré con todos tus deseos, serás conocida por el mundo entero.

Y guiada como una polilla hacia la luz, ella fue hasta él y tocó las cadenas que ataban su cuello, haciéndolas desaparecer, al igual que las de sus muñecas, y luego sus tobillos.

Y al ponerse de pie, él la tomó del cuello con una de sus manos, sonriendo.

—¿No tienes miedo de mí ahora?

—Tú mismo lo dijiste, me debes servicio hasta que la muerte venga a buscarme. Cumple con tu palabra, demonio, honra la divinidad que hay en ti.

—Vaya, para ser una humana, y mujer, estás muy bien informada —sonrió subiendo su mano hacia su rostro, acercándola a él—. ¿Qué más sabes de nosotros? —le preguntó sintiendo el aliento de ella chocar contra el suyo.

—He visto como las brujas se entregan a sus demonios en largas orgías en el bosque.

Él río ronco, divertido.

Ofrenda a la bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora