Capítulo 32

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Tristán me ha convencido de que merezco escucharlo salir de sus labios, un perdón que debí escuchar hace un año tres meses. Me sentía increíblemente nerviosa al mirarme al espejo de vanidad de mi auto, sabía que era hora de terminar con esto. He pasado las últimas tres semanas dándole la vuelta al mismo asunto, un perdón que hoy iba a llegar, por fin dejando de lado a Tristán que ha fungido como intermediario.

Pero, ¿cómo sería una vez que lo tenga en frente? Creo que hace un año tres meses fantaseé demasiado con este momento, en diferentes escenarios hipotéticos. En uno de ellos, fantaseaba con la idea de sacar toda mi ira por lo de Carla en una bofetada que le dejara roja la mejilla. Me gustaba imaginarme en ese escenario en el que lo miraría de una forma fría, en el que le diría que ya es demasiado tarde porque ya no hay ni una pizca de amor por él. Y me gustaba más imaginarlo con la mano en la mejilla, mirándome con arrepentimiento, con el ardor en su rostro porque he sacado mediante ese golpe todo el coraje que me provocó enterarme por Facebook que decidió dejarme por alguien más.

Ese particularmente era mi escenario hipotético favorito. El otro, bueno, el otro también apareció algunas veces, pero ese no me gustaba tanto. Ese solía aparecer cuando me sentía más triste y ahí pensaba en él pidiendo otra oportunidad, casi implorando por ella. Eventualmente yo volvía a sus brazos y nos declarábamos amor eterno, nos prometíamos que nunca más nos íbamos a dejar...

—Nada de eso va a suceder hoy, Anette. —Decía, sin dejar de mirarme al espejo—. Okey, aquí vamos.

Con mucha fuerza de voluntad, me desabroché el cinturón de seguridad y bajé del automóvil. Intenté caminar con seguridad por la acera, aún dudando de nuestro encuentro, pero aquí estoy y ya lo he visto en la mesa que está al fondo en la terraza. Lo vi desde que entré al estacionamiento. Maldición, en verdad que sentía que mi corazón se iba a salir de mi pecho, sentía que mi nerviosismo se percibía a kilómetros y cuando abrí la puerta para entrar, sentí que mis piernas comenzaban a temblar.

Enderecé la espalda y caminé con seguridad hacia la mesa en la que él me esperaba. Un encuentro que —particularmente, aunque quisiera negarlo—, llevaba meses esperando.

—Creí que no llegarías.

Él se puso de pie en cuanto me vio, de inmediato se hizo notar nuestra diferencia de estaturas, los dos nos paralizamos por un momento sin saber que hacer el uno frente al otro. Era muy extraño, me sentía demasiado rara. El corazón comenzó a latirme con velocidad cuando lo vi a los ojos, no sabía si de miedo o de nervios, pero sentía que se me salía del pecho.

En otras circunstancias, yo me hubiera abalanzado sobre Matías, llenándolo de besos y él seguramente rodearía mi cadera con sus brazos, gustoso por recibir todo ese cariño de mi parte. Pero justo en este momento, todo se sentía tan incómodo entre nosotros. Nos volvimos a mirar a los ojos por un segundo, sonreí a medias y su respuesta inmediata fue abrazarme, un abrazo que me tomó por sorpresa... Le di dos palmadas en la espalda y después de aquel incomodo momento, decidí que era hora de tomar asiento frente a él para terminar de una vez por todas con este tema del perdón.

—Espero que te siga gustando el frappe de mocca.

—Ya casi no, ya casi no consumo tanta azúcar pero gracias.

Era un poco extraño tenerlo en frente. Nada se parecía con los escenarios con los que había fantaseado, no hay rabia ni un momento pasional, sólo éramos dos personas que estaban compartiendo la mesa en la cafetería, dos personas que se conocían como la palma de nuestras respectivas manos, pero que a pesar de eso, la comunicación aún se nos hacía complicada.

—¿Y cómo has estado? —Cuestiona.

—Bien, ahmm... He estado trabajando este verano para mi papá en su despacho.

Solo te quiero para mí  [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora