Capítulo 35

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Amor de verano. Lo he escuchado tantas veces, en películas, en canciones, justo como la canción de Adan Jodorowsky que Frida no ha dejado de escuchar desde ayer. Lo he visto tanto, ese amor intenso que inicia en el verano y termina en septiembre, esos amores que según lo que he escuchado, son inolvidables. Sin embargo, casi todos esos amores fugaces tenían en común que se daban entre dos extraños que se conocen durante las vacaciones y se olvidan en cuanto regresan a sus vidas comunes y corrientes. Y este verano, me he enamorado de alguien que es todo menos un extraño para mí, me he enamorado de alguien a quién no conocí en unas vacaciones en la playa y que esperaba, no olvidar en cuanto tuviese que regresar a mi vida universitaria aburrida.

Inevitablemente, había comenzado una relación de verano con mi ex novio. Pero no se sentía cómo si estuviésemos reanudando lo que ya teníamos antes de terminar, porque no era así. Ya no nos peleábamos, ya no había mensajes secos por WhatsApp, ya no habían celos... Ahora simplemente no podíamos quitarnos las manos de encima. La frase «dónde hubo fuego, cenizas quedan» cobró más sentido que nunca, porque de las cenizas nosotros volvimos a hacer fuego.

Las salidas nunca habían sido tan divertidas, el sexo nunca había sido tan bueno. Matías se encargó de recuperar la confianza que perdí en él y se ha ganado más que eso, creo que nunca me había sentido más enamorada de él como me siento en este momento. Siempre escuché decir que las segundas partes no son buenas pero esta definitivamente estaba superando a la primera versión de la relación que tuvimos. Además, mantener en secreto todo este affair le daba un toque totalmente diferente a lo nuestro. Así nadie podía arruinarlo.

Matías rápidamente logró tener en mí el efecto que tienen las drogas, cada vez quería más y más de él y parecía nunca saciarme.

—Hola guapo.

Sonreí apenas vi a Matías subir a mi auto, esperé a que se pusiera el cinturón de seguridad y quité las intermitentes para incorporarme al tránsito. Aún era inusual para mí esto, conducir con él a mi lado, escuchar su voz, escuchar de nuevo todas esas historias que suele contarme, o tenerlo conmigo para que escuche todo eso que tengo que decir, porque esa mala costumbre nunca se me ha quitado. Entre Matías y yo siempre era lo mismo, yo hablaba hasta por los codos y él escuchaba, casi siempre se trataba de mí.

—Te traje algo... De lo que tenías antojo el otro día.

—¿Un mordisko? Matt... Eres tan lindo.

Nos dimos un corto beso en los labios y regresé a lo mío en el volante, conduciendo mientras lo escuchaba hablar de su curso de ruso. Me encantaba que se desenvolviera hablando de un tema que le gusta tanto, me gustaba escuchar el tono de voz emocionado, no podía mirarlo a los ojos ahora pero seguro que le estaban brillando, siempre se ponía así cuando hablaba de la cultura rusa.

—Siempre he pensado que una vez que visite Rusia me voy a encontrar conmigo mismo.

—¿Tanto así?

—Te lo juro que sí.

Me detuve en la entrada del estacionamiento, tomé el ticket y esperé a que la pluma subiera para poder ingresar. Busqué un lugar en dónde dejar el auto, iríamos a comer hamburguesas y yo lo consideraba ya una buena cita, son mi antojo preferido y estaba con él. ¿Qué más podía pedir?

—¿A ti qué lugar te cambiaría la vida?

—No sé si a ese extremo de cambiarme la vida, pero si tengo muchas ganas de recorrer cada rincón de España.

—¿Por qué España?

—Me encanta su cultura. Yo siento por España lo que tú sientes por Rusia.

Solo te quiero para mí  [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora