Timidez

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Entró en el gris de la mañana para romperle, viendo los primeros visitantes del templo ya esperándole. Se había quedado dormido más de lo usual por haber llorado tanto la noche anterior y Yuichirou no tuvo la cortesía de despertarle. Se sentó agitando su hexágono de madera, esperando que el palito de madera dijera su número y pudiera buscar su fortuna pensando que había olvidado desayunar y la llegada de gente ya apuntaba a una mañana demasiado atareada. Al menos así podría olvidar el martilleo de las palabras de su hermano. Faltaba sólo una semana para el aniversario luctuoso de sus padres y eso siempre era el inicio de una batalla que lo dejaba herido y sin consuelo en una fosa cada vez más profunda y ajena. Si su hermano comprendiera, si él pudiera pintarle en otro idioma lo que no podía con sus palabras el dolor que estaba ahí y Yuichirou censuraba al nombrarlo debilidad, infantilismo, cuando no era nada más que humano. Muichirou rezaba porque su hermano encontrara el perdón. 

-Siento que aunque cortara todas las flores del mundo para ti, nunca lograría hacerte sonreír-exhaló apartando los ojos de sus manos manchadas de tinta para regresar a ese presente, a la entrada del templo de un dios que buscaba su refugio en esa montaña y se marcharía en primavera, cuando la vida ardiera en los campos de arroz y no en los ojos dormidos de esa montaña, al hexágono de madera que contenía la suerte de personas que apiladas en la entrada no eran más que hormiguitas cumpliendo su rutina sin cuestionarse, sin salirse de una línea en la que él también estaba formado. Pero ese viajero no parecía pertenecer a ningún lado, con su haori verde a cuadros negros y su sonrisa tan amable, con una bonita y solitaria rosa de un lila tan delicado que se perdía entre el verde de su tallo. Muichirou parpadeó, sin saber si debía estirar sus manos o si este gesto volviera una bruma su figura y su rosa.

-No me gusta sonreírle a los extraños- su voz estaba adormilada, guardada en el calor de su garganta saliendo en un humo grisáceo por el frío. El invierno estaba llegando a pesar que la nieve todavía no.

-Tienes razón- sonrió, sin inmutarse siquiera porque el chico esta vez no aceptó la rosa al primer ofrecimiento y en su lugar  extendió su otra mano- mi nombre es Tanjirou Kamado-

-Muichirou Tokitou- extendió su mano entre el susurro de las mangas de su ropa demasiado grande para ser de él, demasiado adultas también- tienes las manos muy lastimadas ¿Eres artesano?-

-Eh...- carraspeó, visiblemente nervioso- vendo carbón- Muichirou notó enseguida que estaba mintiendo, pero en realidad no era su problema- Estos días he visto que el templo ha estado lleno de gente y pareces muy popular entre las chicas, he visto a varias formarse hasta dos veces para que les leas la mano-

-¿Me estás espiando?- aquella pregunta era pura curiosidad sin una sola arista de reproche o burla.

-No, por supuesto que no, sólo que paso mucho tiempo por los alrededores y de todo lo que hay aquí, creo que tú eres lo más interesante de ver- un leve malva le serpenteó en las mejillas, haciéndole ladear la cabeza.

-No soy una atracción turística ¿Sabes? Aunque no lo parezca me tomo muy en serio la suerte. Entiendo a los viajeros como tú que piensan que esto es sólo una tradición pueblerina y nos toman como una especie de incultos de los cuales pueden mofarse, pero nuestras raíces tienen dignidad- 

-Lo lamento, mi intención no era sonar como un pretencioso, me refería a tu persona no a tu oficio- suavizó su mirada hasta lo íntimo, jugando con uno de los pétalos de la flor- yo también crecí en una montaña-

-¿Y viajas vendiendo carbón? Tu maleta es muy pequeña- vio al chico  ponerse nervioso una vez más y decidió que sería agotador mantener esa conversación- Pareces joven ¿Viajas solo? ¿Tu familia te espera?-

Manzanas de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora