Indiсios

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Tanjirou podía ordenar sus recuerdos en una red para que lo sostuviera en sus momentos más dolorosos, a segundos de rendirse. Eran una compleja geometría, cristales que multiplicaban la fuerza de lo que reflejaban. En el corazón florecían y le dejaban un aroma a esperanza, a valor y sufrimiento sobrevivido que le hacían destacar aunque no lo buscara. Dos minutos, cinco días, una semana entera, Tanjirou vivía segundo a segundo de esa tregua a pesar de ir maquinando por las noches qué paso deberían dar si la asociación les condenaba, cuán rápido debería correr para cubrir a Yuichirou para que huyera junto a su pequeña canción de cuna para ponerle a salvo, el castigo que debería soportar antes de ser finalmente expulsado y lejos de tomarlo como un fracaso lo vería como su regalo de una segunda vida, mundana y calmada, amorosa y... 

Muichirou va a lucir como un adolescente eternamente, con su piel de porcelana, de cristales de seda, con sus cabellos de ese juvenil negro cerceta, con las mejillas de primavera y los labios floreciendo. Incluso si él alcanzaba la edad de lucir como si fuera su padre, su abuelo. ¿Qué haría? ¿Qué vida iba a poder sostener en las penumbras, como un criminal siempre escondiéndose y huyendo, esquivando espinas en el camino? No había paz, no había ninguna promesa de calma en un camino plagado de escapes, de huidas. Muzan les perseguía, lo sabía con la dolorosa certeza de lo mucho que amaba la piel de Muichirou en su piel, su aroma mezclado con el suyo. Los cazadores los marcarían como desertores y el eterno estigma de la masacre de Mui no iba a aminorar si él hablaba de su sonrisa, de su inocencia, del calor o de su manera de mirar a las nubes para construirle cuentos con las formas que iba viendo. Muichirou era un asesino ante los demás, y para él también. No podía ser tan ingenuo, había algo oscuro rezumando en él, en la forma tan felina en que a veces le miraba, como si le estuviera diciendo que sólo estaba dándole unos momentos de ventaja y que debía estar listo. Pero cada luz roja se perdía en la marea de sus ojos cerúleos, en la onda de su voz, en sus besos, en su cuerpo. Muichirou era su talismán contra la muerte, era su concepto de divinidad y aunque a veces el futuro le aterraba, sólo necesitaba una caricia de ese aroma a durazno, a hogar y todo se desvanecía.

-No me gusta esta bañera- protestó Muichirou, estirando las piernas para acomodarse en el espacio entre las de Tanjirou- la comida occidental está bien, las mesas occidentales están bien, pero el baño no. Lo odio. Cuando salgamos de aquí debes llevarme a unas aguas termales-

-A donde tú quieras ir, conejito- rió, esparciendo el shampoo por su largo cabello, masajeando su cuero cabelludo, esparciendo agua con sus manos para enguajarle. El jabón líquido en una esponja, un montón de cosas que le parecían un lujo, excesivas. Pero mimarlo era su mejor alegría.

-Me gusta el olor de este- suspiró, hundiéndose en el agua, haciendo un lirio en el agua con su cabello, burbujitas de aire. El sonido de la puerta abrirse no fue suficiente para sacarlas de su letargo, no cuando ambos se habían acostumbrado ya a esas casi inintencionadas interrupciones. Muichirou recogió sus piernas, resignado.

-Podrías tocar antes- la voz de Tanjirou estaba tan adormilada, pegada a su paladar, casi como si no deseara salir, sin dejar de pasar la esponja por los hombros de Mui, por su cuello.

-No es como si no los haya visto desnudos a los dos antes- resopló, aburrido, quitándose la ropa para entrar a la bañera, abriendo las piernas para chocar con las de Tanjirou por el reducido espacio, sin darle importancia, con los brazos en la orilla, con la cabeza doblada- estuve entrenando para no perder la condición pero al parecer ya lo hice, estoy molido-

-Debe ser el calor- Muichirou se dejó ir contra el pecho de su hermano, apoyándose contra él para estirar una pierna a la altura del pecho de Tanjirou, quien enseguida pasó la esponja por ella, amén de una línea de besos desde sus dedos hasta su rodilla, haciéndole reír- me haces cosquillas- Yuichirou lo sujetó por la cintura, mordiendo su mejilla mientras Tanjirou continuaba con los besos, haciéndole reír más alto- ¡No es justo! ¡Son dos contra uno!-

Manzanas de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora