Vereda

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El parpadeo de Yuichirou le permitió tomar la hoja, sólo para sentirla evaporarse entre sus dedos y confirmarle que debía venir de algo sobrenatural. Su respiración y sus ojos debían guardar la calma y no preocupar de más a su compañero. Terminaron su baño y se fueron a dormir. La mañana llegó mucho más pronto de lo que hubieran deseado, todavía agotados y heridos por el combate. Yuichirou rodó los ojos y azotó la puerta cuando la anciana dueña de la casona donde reposaban le indicó que el desayuno estaría listo pronto. Tanjirou apretó los labios con molestia y se disculpó en su nombre, llevándolo personalmente y casi a rastras al desayunador. El muchacho comía de mala gana, rumiando su malhumor al haber sido despertado tan temprano mientras Tanjirou intentaba no perder los nervios, bebiendo el té relajante. Habían sido muy amables en recibirles y cuidar de ellos, pero Yuichirou siempre parecía demasiado huraño para ser agradecido. 

-¿Pudiste dormir bien?- Tanjirou quería calmar la tensión en el aire, comiendo con lentitud para no chocar sus manos con algo que su amigo quisiera tomar y comenzara a pelear. 

-Estaba demasiado cansado para tener insomnio- gruñó, dejando que la comida se disolviera más deprisa al beber de un trago el té.Miró los trozos de yōkan y aunque realmente no le gustaban demasiado las cosas dulces tomó la mitad. No le gustaba quedarse con hambre.

-Fue una misión difícil- suspiró, dejando en su plato los restos del arroz que no bajó por su garganta ante la preocupación. 

-Lo fue- Yuichirou se quedó unos momentos mirando su plato ya vacío, con un gesto más calmado- Anoche soñé con Mui- su voz bajó queriendo que Tanjirou lo escuchara pero no lo mirara, de pronto lucía más agobiado que enfadado- hacía mucho que no lo soñaba. Estaba en la ventana, sentado, sin decir nada, sólo mirándome y sonriendo mientras agitaba una carta de la suerte, no alcancé a leer lo que decía pero fue tan real, lo sentí tan tangible que por un momento- tragó saliva, negó con la cabeza- ayer sentí su presencia, Tanjirou. Puedes creer que estoy loco, que lo estoy inventando pero esa es la razón por la que no te seguí enseguida-

-Quizá el demonio que lo devoró estaba cerca- dijo con sumo cuidado, tratando de no sonar demasiado violento- la esencia de tu hermano debe seguir unida a la del demonio- Yuichirou suspiró, sirviéndose un poco del sake que habían dejado en la mesa-no creo que sea adecuado, Yui-

-Sí, bueno- se encogió de hombros terminando de un trago la bebida- tampoco creo que sea adecuado que tú y yo nos hayamos quedado huérfanos pero así es la vida ¿No?- 

Tanjirou apretó los labios, obligándose a morder el postre para no comenzar a discutir. Podía ser que físicamente fuera la viva imagen de su hermano, pero su carácter era tan diferente que dudaba que realmente hubieran sido gestados en el mismo vientre. Sus cuervos entraron intempestivamente haciendo un alboroto tal que era lo único que se escuchaba, graznaban sus nombres y la orden de dirigirse enseguida al sur, a una aldea cercana. No les permitieron ni siquiera despedirse y agradecer, graznaban y picoteaban para apresurarlos, repitiendo que era urgente que fueran. Ambos se miraban subrepticiamente , seguros que se trataba de una Luna Superior, calmándose sin palabras e intentando infundirse valor mutuamente. El aire de verano les hacía sudar más, sentirse alentados por el clima mientras iban acortando la distancia. El mayor bajó el ritmo de su carrera, alertado por el olor a fuego, carne quemada y terror que le golpeó incluso antes de que fuera visible la tragedia. Ambos se detuvieron, impactados de la misma desgarradora manera.

Todo, absolutamente todo había sido arrasado por el fuego. Cada choza, cada juego. Cada vida. Incluso las flores, los árboles y las piedras. No quedaba de aquella aldea nada más que un doloroso borrón ennegrecido de tizne. Yuichirou abrió la boca, cubriéndosela con la mano, incapaz de asimilar lo que estaba mirando mientras Tanjirou debió cubrirse la nariz para no dejarse caer de rodillas. Escucharon pisadas apresuradas tras ellos, se obligaron a juntar la entereza para encontrar a más cazadores de demonios llegando con el mismo apuro, sólo para quedarse igualmente petrificados. Tanjirou se obligó a flexionar las rodillas, hacer sus músculos moverse para entrar al corazón de la hecatombe, sabiendo que era inútil pero pegado a la esperanza de encontrar alguna vida por salvar. Los demás lo imitaron, movilizándose hasta más adentro, casi a la siguiente aldea. No tardarían en llegar los Pilares, estaba seguro y debían todos poder ayudar, juntar hasta la más pequeña pista. Tanjirou se arrodilló, intentando buscar en el suelo un rastro de aroma. Olía a sangre, era sin duda la obra de un demonio. Pero ¿Cómo era posible? Gruñó frustrado mientras intentaba seguir un rastro invisible, seguir buscando. Porque percibía sólo el frugal aroma del sándalo y otro difuso, a menta o durazno pero deslavado, casi como borrado y le parecía impensable que, por más poderosos que fueran, aquella masacre hubiera sido provocada por solamente dos Demonios. 

-Tanjirou- la voz temblorosa de Yuichirou lo hizo voltear, notando lo pálido que se había puesto, señalando el piso cubierto de flores negras de gingko, hechas con cenizas. Todas con el kanji de llanto en ellas. Tomó la espada, buscando mientras se ponía en guardia. Aquellas flores acababan de ser formadas, estaba seguro que no las había visto antes- esta es la letra de mi hermano-

Manzanas de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora