Refugios

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"A shadow of a laughing man, 

the sound of a man in tears. 

Everyone is praying for hapinnes"

Deseaba haber mentido en algo más que sólo su verdadero aroma. Justo en ese momento, rogaba no haber dicho la mitad de las cosas que dijo, no haber hecho lo que hizo. Minutos antes, años atrás. Jadeó, se detuvo y Tanjirou voltéo a mirarlo, desconcertado. Yuichirou iba mucho más adelante, pero de tanto en tanto miraba hacia ellos. Se detuvo también, sintiendo una ráfaga de espinas en la espalda al ver a Muichirou abrazarse a Tanjirou, comenzando a llorar y balbucear frases que a esa distancia no escuchaba. Pero lo sentía, era algo en el espejo de su alma, las lágrimas comenzaron a caerle, era la ilusión de su refugio vuelta pedazos, la calma que sabían breve y aún así deseaban extender hasta cubrir cada rincón del planeta para que pudieran vivir en ella, no verse quebrados por la incertidumbre de cómo lo irían a tomar los demás, quién iba a tirar la primera piedra y quién arrojaría la que fuera mortal, la lapidaria. La espada le pesaba en la cintura, el calor de su traje de cazador le picaba y sólo quería continuar, terminar de una buena vez con eso. Lo había hablado con Mui y Tanjirou abiertamente. Si los demás lo rechazaban, él huiría con Muichirou, se esconderían el tiempo que fuera necesario para que Tanjirou los encontrara y vivirían así. En la infamia, quizá pero cumpliendo su historia de amor algo torcida. Si eran aceptados, todo sería una caricia de rosas, Tamayo podría darles la esperanza de regresarlo a la humanidad, él les acompañaría a sus misiones. Harían el amor cuando nadie estuviera en casa, se alegraría genuinamente de ver el amor entre los dos, lo protegería, besaría sus mañanas gota a gota en sus secretos para no interponerse pero no aflojar su propio amor. Había tantos pensamientos al unísono, tantos sentimientos en él en ese momento que las lágrimas parecían adecuadas, mientras  paraba a su lado, dejando que Tanjirou lo envolviera también, escondiendo su rostro en su pecho como un niño pequeño. Muichirou negó con la cabeza, con los labios temblando, apartándose. Sin que ninguno pudiera detenerlo, se echó a correr en otra dirección. Con el llanto todavía en la garganta, se echaron a correr gritando su nombre.

Deseaba haber mentido, se repetía, haberse detenido cuando supo que se estaba desviando de sí mismo, que estaba dejándose ir demasiado abajo. Hubiera comprendido mejor las cosas pero siempre fue alguien distraído, insensible quizá. Quería protegerlos, esa era su motivación, pero al sentirse a sí mismo a salvo, colmado de un amor excesivo, demasiado consecuente, algo en él se volvió avaro. ciego. No podía culpar a Yui aunque tampoco podía eximirlo ¿Qué pensaba cuando lo enredó en sus juegos? Su amor había nacido para morir, igual que todo en el mundo, pero también para dañar a todos quienes se vieran involucrados. Quizá era sólo él que estaba maldito. El kanji de llanto, quería reírse, esa fue la primera advertencia que debió leer. Los condenó a las tres, los arrastró y Muichirou no fue humilde para comprender la enseñanza de lo sobrevivido. Fue egoísta, fue inmaduro.  Ya no era posible volver atrás. Ya no era posible disculparse no con palabras que al final ningún peso tienen, sino con actos. Se estaba perdiendo a sí mismo, después de sobrevivir perdió la noción de cómo vivir. Volvió a negar con la cabeza. Ya no había tiempo, sino se apuraba pronto iba a encontrarlos y aunque sabía que Yuichirou y Tanjirou eran excelentes espadachines, ni con todos los planetas alineados a su favor podrían derrotar a Muzan solos. Y sabía que estaba cerca, a pesar de no tener la maldición en su sangre,habían sido demasiado descarados y algún otro demonio debió descubrir su escondite, debió haber descubierto su traición y sabía que iba a matarlos con sus propias manos.Los Pilares, el señor Ubuyashiki, los demás cazadores, podía confiar las vidas de sus personas amadas en ellos. Ese aroma en particular le comenzaba a quemar en los pulmones, le daba ganas de llorar porque supo que desde el primer momento eso era lo que debió haber hecho.

Pero tenía tantas ganas de volver a verlos, de ser amado. De ser feliz.

-¡Mui! ¡No vayas por ahí!- La voz de Tanjirou partió el silencio de la noche, desesperado, corriendo si era humano más rápido-¡Mui! ¡Es un laberinto de glicinas!- Yuichirou jadeó, sintiéndolo en el pecho, el mismo presentimiento que tuvo esa mañana cuando sus padres murieron, esa misma desesperación. Comenzó a correr más rápido, dejando que el aire se muriera en sus pulmones, que el aire se llevara las lágrimas para no secarlas aunque le nublaran la vista.

-Por favor, no- gimió, viendo en el horizonte ese delicado lila casi blanco, una falsa cortina de hielo rosado, delicado y casi inhumano. Vio a Muichirou detenerse en la entrada, centímetros antes del primer árbol.

-Debiste cambiar tu predicción- jadeó, intentando sonreírle a Tanjirou- No debiste dejarla en mis manos, siempre he sido olvidadizo. Yui, no debiste tomarla - los labios le temblaban, los mordía, las lágrimas iban regando el suelo que pronto...- Los amo mucho a los dos- 

Ambos lo vieron correr laberinto adentro. Sin un segundo por perder, corrieron a su interior, arrancando los racimos de flores  que no les dejaban ver, queriendo quemar todo el laberinto al estar intuyendo el dolor que debía estarle provocando, lo intoxicado que cada segundo debía estarle dejando. La voz les temblaba, se separaron, tácita estrategia, gritando ese nombre, los nombres secretos que el amor les concedió, amenazas, ruegos. Las flores caían, el tiempo se acababa y ellos no eran capaces de escuchar las pisadas de Muichirou. Tanjirou era incapaz de detectar su aroma, demasiado empalagado por la esencia de las glicinas. Sus ojos querían abrirse más allá de sus párpados, escuchar de alguna de esas flores alguna señal, ver cualquier mínimo indicio. El corazón comenzaba a dolerle más al ver las línea de leche que iba corriendo por el cielo, pronto borrando el negro azulado para teñir del mismo rosa mortal de las glicinas. El tiempo, el tiempo era una cuerda atada a sus cuellos, dando más peso para alentarlos. 

-"Nació la claridad de tu última día"- Muichirou apenas podía respirar ya, le quemaba todo el cuerpo por dentro, por fuera. Apenas podía mirar por dónde iba, tan envenenado que él mismo se sorprendía de seguir caminando. Al menos debió darles las gracias, tosió, viendo su mano manchada de sangre, la suya que había sido protegida por la de su hermano y la de Yuichirou, el calor que le habían brindado, el amor y las horas que le cobijaron. Debió haber mentido, no, no quería que ese fuera su último pensamiento. Se recostó en el suelo, seguro que pronto iba a colapsar o por fin la aurora vendría a reclamarlo. Un viajero parándose para darle una flor silvestre, un beso en la frente a mitad de los árboles que no pueden tocarse. Un niño igual a él besando su rodilla raspada, el sabor de las sandías en una tarde de primavera. Cerró los ojos. Sonreía. 

-Mui, por favor- estaba agotado, por más que se esforzara, sus fuerzas no iban a soportar más. Aunque la adrenalina le mantuviera de pie, seguía siendo un humano, débil y con un límite que ya había excedido, corriendo en ese laberinto sin encontrar más que flores que ahora se le antojaban malditas, mortuorias. Los rayos del sol, tímidos, cálidos comenzaron a acariciar su rostro, en cualquier otro contexto haciéndole pensar en la vida que abrazaba en él, ahora sólo fueron una alarma, una burla que le hizo jadear, desesperado, palmoteando al aire- te lo suplico, no me dejes, no me hagas esto- no podía llorar, debía guardar esas energías para seguir andando.

Supo que ya no tenía sentido cuando en un claro encontró a Yuichirou, de rodillas, llorando a gritos mientras veía las manzanas de plata en el suelo y un ahora maduro aroma a árboles de ginkgo cubriendo, sólo un segundo, la esencia de las glicinas en el aire. 

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Ahora iré a esconderme y reflexionar sobre lo que he hecho.

Manzanas de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora