Portento

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Los días se sucedían con un motivo : La espera. No era ya solo la resignada monotonía, el mecánico existir. Estaba en su mente cada mañana, abrigado en su pensamientos que se habían esclarecido ante el cambio de actitud de su hermano, también. Todo era más amable ante sus ojos y eso había alejado las nubes que lo rodeaban constantemente. Se le hacía más ligero volver a casa, más ligero el camino cuando Yui estaba a su lado, contándole su día a día, cuando se detenían en la ciudad, cuando pasaban accidentalmente por el tren como esperando ver a alguien. Recordaba el sobresalto cuando la pequeña ave negra llegó con una carta por primera vez. Yuichirou casi la despluma, alarmado. La pulcra letra de Tanjirou, los dibujos y las anécdotas se volvieron constantes y Mui las esperaba con ansias cada noche, guardándole algún dulce para lisonjear al cuervo y se prestara a enviarle una respuesta a su dueño. Podía decir que tenía una vida calmada, una vida digna. 

-Esta primavera va a ser especialmente cálida- auguró Yui, abanicándose el interior de su ropa, tentando en el platito la rebanada de sandía , dejando las gotitas de rubí escurrirle por la barbilla, mirando hacia el sol que se colaba entre los árboles, ambos estaban sentados en el recibidor de su casa tomando un poco de aire.

-Deberíamos ir al balneario que hay a dos pueblos de aquí, he escuchado que tienen baños con sales relajantes, una de las mujeres que suele ir al templo le estaba diciendo a otra que la comida también es muy buena-

-Ajá- Yui se giró con una sonrisa pícara, clavándole el dedo en la mejilla- qué conveniente que tu novio acabe de decirte que está justamente allí, debe ser pura coincidencia- Muichirou se echó a reír, mojando sus dedos en el jugo de la sandía para salpicar el rostro de su hermano- no pueden dormir juntos hasta que venga a pedirme tu mano formalmente, más le vale ser un caballero-

-Eso no es justo- le enseñó la lengua, mordiendo su sandía- nadie va a querer casarnos nunca- soltó más al aire que para ser escuchado, estirando sus piernas para que el sol las alcanzara, abriendo los dedos de sus pies, disfrutando el calor que le erizaba los vellos.

-Me sorprende un poco que estés pensándolo tan seriamente- se limpió los labios con el antebrazo- no lo decía en ese sentido, pero sí me gustaría conocerlo, si se va a llevar a mi pequeño Mui me gustaría saber que va a estar en buenas manos- se quedó un momento en silencio, reflexionando - creo que nunca me has dicho a qué se dedica. Me dijiste que su única familia es su hermana y que trabajan juntos pero no en qué-

-Son cazadores de demonios- se lamió los dedos, todavía balanceando los pies- ¿Recuerdas cuando papá encontró un demonio por aquí?-

-Mamá seguía insistiendo en que era un oso, pero yo incluso llegué a verlo- suspiró, acomodando su cabeza en el regazo de su hermano, abriéndose más la ropa, sintiendo el sudor escurrirle por la nuca- debe ser muy interesante, no digo divertido pero imagina todo lo que han de haber vivido ellos dos-

-Siempre me cuenta historias muy interesantes, te mostraría las cartas, pero...-

-Una vez leí una- confesó , esquivando su mirada, imposible saber si el sonrojo era por el calor o la vergüenza- no estoy listo para saber que alguien tiene esa clase de sentimientos por mi hermanito, lo lamento- Muichirou se rió de buena gana, recogiendo el cabello de su hermano, abanicándole el rostro con la mano- te quiero, Mui- el mencionado detuvo su mano, mirándolo casi estático.

-Yo también te quiero, Yui- el sol ya estaba descendiendo, haciendo sombras que contra la tierra eran difíciles de interpretar. Las florecillas silvestres pasaban del rosa al morado sin la luz, del blanco perlado al azul cobalto. 

Una media luna partió el suelo, en un plata inconcebible si la luz dorada del sol apenas  terminaba de marcharse. El aire se enfrió en un segundo, congelando el sudor en sus pieles y ambos levantaron la mirada con el mismo tempo sólo para petrificarse al mismo ritmo. Esa media luna era como una barca transportando al tripulante macabro que había desdibujado el resto de esa tarde de primavera para inundarla con la noche más oscura en altamar, tan negra y cerrada que esa barca de luna era incluso más plateada, imposible. Imposible como él mismo, alto con una presencia que paralizaba el corazón mismo de la tierra, con el largo cabello en remolinos negros que acababan en mechones rojizos cayendo a sus costados y tras de sí mientras avanzaba hacia ellos. El cuello, ahí comenzaba una mancha rojiza como humo expulsado, subiendo hasta su mejilla. Otra idéntica en la parte contraria en su frente y hacia abajo. Tres pares de ojos sobrenaturales, rojos estriados con el iris amarillo y en lugar de pupila unas letras que no alcanzaban a leer por la distancia. 

Manzanas de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora