Inocencia

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Los veía, los escuchaba hablar, a algunos llorar horrorizados. Esa aldea era una de las más prósperas , susurraban, tenía su propia escuela, juegos infantiles, pequeñas fábricas, templos. Era casi una ciudad. El número de víctimas rebasaba las cuatro cifras ¿Cómo era que ningún Pilar hubiera detectado la presencia de una Luna Superior allí? Cómo era posible que hubieran arrasado por completo en sólo una noche. Porque no había signos de que hubieran llevado a nadie fuera del sitio, todos habían sido devorados, confirmó Himejima haciendo que todos se estremecieran de la misma manera. Tanjirou debió guardarse sus propias elucubraciones sobre que era obra de sólo dos demonios. No había presencia de nadie más y por el aroma en el aire, no era que hubieran incendiado a nadie con vida. Lo hicieron para arrasar con otras formas de vida, en una perversidad demasiado evidente. Para evitar que algo volviera a crecer alguna vez. No había mucho que pudiera decirse.No había nadie con la entereza suficiente para hablar. 

-¿Puedes olerlo?-Yuichirou había recogido una de las hojas de ceniza, cuidándola entre sus dedos para que no se deshiciera, temblando y tan pálido que sus facciones eran ilegibles. Se lo dijo susurrando, temeroso pero desesperado y Tanjirou quiso decirle que ese no era momento, que su hermano debía estar, y lo decía con su propia alma desgarrándose, más que muerto, que era imposible que guardara alguna relación con...

"Antes que te vayas  ¿No quieres que te lea la fortuna?"

Volvió a cubrirse la boca, a sujetar su estómago por esa fina duda que se había clavado justo en su espina, recorriéndolo en escalofríos. Cómo pudo olvidarlo. Las cenizas pronto serían recogidas por el aire aunque Yuichirou las sujetara así que se acercó a sus manos, cerró los ojos para privar sus sentidos inútiles y enfocarse sólo en el olfato. Olía a luna, a flores del camino sangre y dolor. Dulce y humilde se permitía ser enmascarado pero también estaba ese aroma a tristeza tan conocido, a dulce de melocotón y casa ¿Cómo pudo ignorarlo? Se le retorcieron los huesos, sus músculos en un dolor venido de muy adentro, de una realidad fragmentada en millones de filos que no podía procesar de una sola vez. Dos años, tuvo dos años para hacerse a la idea de haber perdido de nuevo, de haber visto esa esperanza , esa humilde vela en el camino resplandecer para iluminarle, para consolarle sólo para ser arrebatada en el mismo momento. Dos años para lidiar con la asfixiante culpa de no haber presentido al demonio, de haber ido a dar la cara por el incidente con los Pilares y el mismo señor Ubuyashiki, explicar que sí, él estuvo en ese pueblo más de una semana y era prácticamente su responsabilidad no haber detectado amenaza alguna porque había estado perdiendo el tiempo. Tiempo que se había vuelto en su contra, quitándole a Muichirou. Yuichirou los primeros días lo trató como el peor de los criminales, lo aniquiló moralmente al reprenderle con todo el derecho del mundo por haber fallado en su misión. Era cazador de demonios, su responsabilidad era cuidar de la gente, no dejarse distraer por una cara bonita. Su descuido le había quitado a su única familia en el mundo, le gritó delante de los Pilares, de sus compañeros y de su hermana. Ni siquiera Nezuko pudo entrometerse. Por eso Tanjirou pidió que Yuichirou fuera aceptado en la asociación, asegurándole a todo el mundo que él mismo lo entrenaría sin descanso, que se le permitiera viajar con ellos. Nada más que por la maldita culpa que se lo comía vivo cuando aquellos ojos menta se le clavaban con rabia, gritando mil cosas que en cualquier idioma serían menos lacerantes que en el del silencio. A fuerza de trato y quizá porque no le quedaba más opción, Yuichirou fue relajando su actitud, sin llegar nunca a ser amable, sin embargo. Era más que claro que no podía perdonar al muchacho y en algún momento Tanjirou dejó de buscarlo. Tuvo dos años para asimilar su pérdida, dos años para decidir que su único camino era el de la espada y estando así de solo, al menos no iba a volver a fallarle a nadie. Dos años con las noches más crudas, donde debía llorar a solas y en silencio ya que nadie podía darle un consuelo siquiera. Dos años para ver a Yuichirou crecer, sonreír y sentir dentro de él un dolor insoportable al no dejar de pensar si Muichirou hubiera crecido igual, si tendría sus mismos gestos, si su cuerpo hubiera desarrollado esa misma musculatura o si habría sido igual de ágil. Dos años en los cuales sin embargo olvidó su último encuentro, demasiado apurado por volver a sus misiones y ahora estaba recordándole que lo último que Mui hizo fue advertirle que su futuro iba a estar sembrando de llanto. 

Una sola lágrima se tambaleó en su mejilla mientras giraba la cabeza, buscando en el aire lo que pudiera quedar de su aroma, su rastro para seguirlo dejándole totalmente claro a Yui que sus sospechas eran ciertas. Se mordió los labios, apretó la espada andando en el rumbo contrario a Tanjirou, siguiendo al resto de los cazadores. En la lengua guardaba la certeza que le estaba haciendo veneno la saliva, que no tardaría en volverse sangre en sus venas y latir en su corazón a un sólo ritmo imposible de acallar, de censurar. Muichirou no había sido devorado. Lo habían convertido. Estaba vivo y era dulce en su pecho, el canto de un pájaro al alba. Era un demonio, estaba de parte de Muzan o de otra manera sería imposible que hubiera matado a tanta gente. Era un demonio con las manos llenas de sangre.

-Pero está vivo- susurró, incapaz de disimular lo sonrisa, las lágrimas que venían de una euforia que debía ocultar de todos para no lucir como un desquiciado o sospechoso. 

No estaba en el aire, se había abierto y cerrado como una flor de noche, llevándose su aroma. Pero seguía el rastro del humo y muerte, mirando de soslayo para comprobar que nadie lo había notado. Yuichirou debía estar cuidando sus espaldas, lo sentía latiendo la esperanza. La urgencia le nublaba, le hacía olvidar el negro de la desgracia, la infamia para sólo sentir el peso de la certeza de saberlo vivo. No era el demonio que guardaba en su interior restos de su esencia, era Muichirou. Podía ignorar los velos de sangre y asesinato que encubrían la delicada nota corazón de su perfume, se disolvían como capas de azúcar mientras iba rogando por esa vida, por esa última segunda oportunidad. El camino se volvía más escarpado mientras se adentraba en la montaña, mucho más arriba de lo humanamente posible respirar había un pequeño templo olvidado. El arco de la puerta estaba roto y era tan pequeño que debía caminar de lado para no entrar por el centro como dictaba la costumbre. La respiración no podía fallarle, cerró los ojos de nuevo para ignorar lo que sus ojos o sus manos percibían. El aroma se volvió mucho más limpio, a algodón simple. Debía ser un truco, era imposible que no percibiera el polvo o la humedad del sitio. Era un truco, estuvo seguro cuando del interior del pequeño templo iluminó una pequeña luz de vela y no aspiró la cera quemada. Su corazón le asfixiaba contra el pecho, se enterraba en sus pulmones incapaces de absorber más aire, de expulsarlo. Se relamió los labios, notando su garganta tan seca que no pudo evitar toser.

Una figura fina, en los límites de la infancia y el recuerdo se abrió paso entre las sombras. Sus piernas blancas y largas sobresalían del traje de primavera blanco con adornos de nube, el cabello negro con puntas azul  menta le caía por la espalda hasta los muslos, sus brazos delgados, blancos de porcelana y sus manos redondas e infantiles sostenían una jarra de agua.  Su rostro lucía sonrosado, un sano y vivo rubor aduraznado le cubría las mejillas todavía redondas. De sus labios de media luna sobresalían un par de colmillos afilados y marfilados al estar sonriendo. Sus ojos. Eran menta, cerceta en sus recuerdos. Pero ahí estaban en un opaco cerúleo centelleado de brillos dorados. De su frente sobresalía un único cuerno, negro y afilado.

-Debes tener sed- su voz le retumbó caliente y amarga, un soplo de nubes entre las campanas, mientras se acercaba a él. Tanjirou dejó caer la espada y después a sí mismo de rodillas, haciendo que el muchacho andará más aprisa a él. Le ofreció la jarra y su necesidad ganó, bebiendo la mitad de golpe, sin notar al otro sentarse frente a él, recogiendo su espada por él- no la dejes caer así, es peligroso- le sonrió, entrecerrando los ojos. Infantil, con esa inocencia que no le había dejado de doler cada noche. Tanjirou estiró las manos, temblando y Muichirou le extendió la espada todavía sonriendo. En lugar de tomarla, estiró sus manos a sus mejillas, sintiendo un calor que no debía estar en ellas. Las manos que terminaban en garras azuladas, afiladas se posaron sobre las suyas- tanto tiempo sin vernos, Tanjirou-

El mencionado escuchaba al mundo afuera, quemarse y acabarse para una aldea entera. Y sin embargo ahí dentro sólo sentía su propia alma rogarle ser aliviada mientras se inclinaba sobre los labios de Muichirou.

Manzanas de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora