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Emerson Willows bajó las escaleras lentamente, recuperándose de la pesadilla que la había atormentado apenas unos minutos atrás. Apoyó su mano en la barandilla de la escalera, mientras bajaba cada uno de los escalones con sus pies descalzos. La casa estaba silenciosa, el único ruido que se escuchaba era del reloj que colgaba en una de las paredes, cuando la aguja se movía pasados los segundos. Le había pertenecido a su abuela y en sus tiempos mejores, no era un pedazo de chatarra. El artefacto tenía abolladuras en casi todos los lugares y el cristal se había roto en algún momento. Lo había arreglado decenas de veces en su parte funcional, pero se negaba a tocarlo más de lo necesario. Le había pertenecido a la mujer que la había criado y eso era el único recuerdo que tenía de ella.
A pesar de ser las siete de la mañana, la joven caminaba casi a oscuras por la casa. Estaban en una larga época invernal y poca luz solar entraba por las ventanas. Se apresuró a prender los dos veladores de la sala de estar y luego a encender la chimenea caliente. Con una manta en su cuerpo, se recostó en en el sillón y permaneció allí por al menos unas dos horas, mientras veía la televisión con aburrimiento. En la mayoría de los canales televisivos, aparecía la recapitulación de los últimos Juegos del Hambre. Siempre evitaba ver más de lo necesario, porque aquello solo le traía recuerdos de lo que había vivido cuando solo era una niña. No se sentía preparada para ver todo lo que sucedía y tal vez nunca más lo haría. En un canal diferente, apareció el rostro de Katniss Everdeen, la última ganadora de los Juegos del Hambre. Ella estaba acompañada de su pareja, quien también había salido también victorioso. Ella los vio besarse en los labios y sintió una punzada en su corazón. Emerson observó atenta sus rostros, analizando cada signo de debilidad. Pero la única debilidad que tenían, era que se querían. Románticamente o no, ellos se querían lo suficiente como para morir uno por el otro.
El nombre de Katniss y de su pareja se repetían en las calles y en todos los escasos lugares que visitaba en los últimos meses. Ellos eran las nuevas figuras famosas de Panem, la que todos parecían adorar como un romance propio. Y podría admitir sin pelos en la lengua, que ellos le gustaban un poco. No era porque le agradaba el romance que ellos demostraban frente a las cámaras, o cualquier similitud con ello. La vencedora se había aburrido de las trágicas historias de amor, pues ninguna de ellas parecía terminar bien. El amor romántico no era algo que valía la pena en los distritos más pobres. El dinero lo era. A Emerson le agradaba la idea que Katniss Everdeen y Peeta Mellark habían demostrado frente a sus ojos. Ese exacto momento en el que ambos habían decidido morir en la Arena, antes de tener que pelear por ello. En su perspectiva, había notado una cierta rebeldía en las acciones de los tributos; ellos habían desafiado el poder del Capitolio frente a todas las cámaras del país, y eso no había pasado en años.
