CAPÍTULO UNO

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Emerson se escabulló por las calles de su distrito, intentando hacer el suficiente silencio como para pasar inadvertida

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Emerson se escabulló por las calles de su distrito, intentando hacer el suficiente silencio como para pasar inadvertida. Vestía un pantalón negro y un abrigo de la misma tonalidad, que abrigaba su cuerpo y la hacía actuar como una sombra oculta en la oscuridad. Para que nadie la reconociera, colocó un pañuelo en su cabeza, que tapaba gran parte de su rostro. Solo sus ojos eran visibles con la luz de la luna y quizás un poco de piel.
En el distrito nueve, muy pocos Agentes de la Paz se encontraban patrullando por la noche. Sabía que en el Once y que en el Diez, luego de los sucesos, todo era mucho más estricto de lo que una vez había sido. Sin embargo, agradecía que en el suyo las cosas seguían momentáneamente tranquilas, como lo habían sido por un largo tiempo. De igual manera, el toque de queda estaba rigiendo en ese preciso momento, por lo que no podía caminar como si lo estuviese haciendo de día. Por más que había sido una Vencedora, nadie tendría clemencia con su accionar.

La mujer dobló una esquina y realizó el mismo recorrido que había hecho varios días atrás, el que llevaba haciendo desde muchos años atrás. Ya había memorizado el trayecto de memoria, lo hacía de una forma mecánica. Conocía cada una de las calles como la palma de sus manos, reconocía cuál sector de su distrito eran mucho más seguros para ella y cuáles no. Evitaba pasar por las zonas de más atención, donde las mujeres pobres transitaban las noches allí en busca de dinero y los hombres con dinero aprovechaban su desesperación. Emerson los odiaba, odiaba la prostitución que acompañaba a su distrito.
A veces, sentía como si las cosas día a día empeoraban aún más, que todo lo bueno se volvía malo de repente y que lo puro se marchitaba hasta la muerte. O tal vez, se trataba de que en cada día que llevaba con vida, abría sus ojos un poco más, viendo todo aquello que antes ignoraba. Sabía que nunca podría olvidar todo lo que sus ojos veían, jamás.

Las fábricas aparecieron en su campo de visión. La mayoría de ellas estaban en funcionamiento, aunque solo algunas pocas seguían con sus luces encendidas en la noche. En ellas se procesaban los granos y luego eran enviados en transporte hacia los demás distritos y al Capitolio, para alimentar a todo el país. Algunas pequeñas porciones se mantenían en el nueve, otras eran enviadas a los distritos, aunque a todos no le llegaba en la misma proporción. Los que menos recibían eran el once y el doce. Emerson había hablado con uno de los empleados de la fábrica, las cifras eran detestables y cada vez que pensaba en ellas le angustiaban. Para los demás distritos, como el uno y el dos, las porciones eran el doble de las que llegaban al cinco. Con cada número, los alimentos bajaban consigo. Salvo el nueve, que al ser dicho productor de los granos, se quedaba con lo mismo que recibía el tres.

La castaña traspasó la reja de la fábrica, era una de las que aún se mantenían con las luces encendidas. Deambuló con más seguridad por el pastizal, intentando ocultarse ante las cámaras que posaban en lo alto y de los guardias de seguridad que vigilaban el entorno. Un aerodeslizador estaba estacionado en el sector trasero, donde varios trabajadores cansados colocaban cajas. Serían enviadas a los demás distritos. Divisó un rostro que reconocía en medio de aquellos hombres y movió sus ojos por el espacio, dándose cuenta de que no había nada más que trabajadores cansados. A ellos no le importaba su presencia, solían ignorarla cada vez que aparecía por allí. Estaban demasiados cansados como para preocuparse de algo.
Agilizó sus piernas y comenzó a correr hacia Marlee. Cuando la pelirroja la vio, una sonrisa se formó en sus labios.

Panic ⋆ Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora