Capítulo 3

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-Narra Willy-

Abracé con más fuerza el cojín, que de no haber sido un objeto inanimado ya estaría muerto por asfixia. Tenía la mejilla aplanada contra el brazo del sofá y miraba la pantalla del televisor con desinterés, pues tenía el volumen apagado. Lancé un profundo suspiro lleno de resignación. Repetía esta acción constantemente desde hacía horas, como si fuera un nuevo lenguaje para comunicarse mediante exhalaciones. Eli ocupaba el otro sofá del salón, estaba sentada con las piernas estiradas sobre el regazo de Sebas. Su coleta cobriza se agitó en el aire cuando negó con la cabeza, señal de reproche.-Vamos Willy, anímate.-Me pidió la joven con cansancio, por segunda vez consecutiva desde que acababa de llegar del trabajo. Aún vestía su uniforme de camarera, con la excusa de necesitar descanso todavía no se había cambiado, llevaba aproximadamente unos veinte minutos tumbada en el sofá intentando comprender mi situación. Quise responderla, pero notaba como si tuviera los labios adheridos con pegamento el uno al otro y hablar se tratara de un esfuerzo sobrehumano. Un simple e inexpresivo gruñido emergió de mi garganta como contestación. La imagen del televisor cambió, de lo que parecía una serie policíaca a la apasionante teletienda. Notaba los ojos ámbar de mi compañera de piso inspeccionándome con preocupación. Sebas ahogó un suspiro y continuó apretando el mando a distancia, como si el hecho de aplastar más fuerte el botón fuera capaz de conseguir que la televisión española emitiera mejores.programas.-Ni lo intentes, lleva así todo el día.-La informó sobre mi persistente estado anímico como si yo no estuviera presente. Bufé pesaroso, descartando objetar que técnicamente no llevaba así todo el día, porque algunas horas había estado trabajando. Pero sería absurdo, mi felicidad no aumentaba durante el horario laboral. Hasta Mónica había intentado sonsacarme la razón de mi disgusto, sin duda era mucho más cómodo estar triste en casa que en el trabajo.-¿Qué le pasa?.-Preguntó Elisa a Sebas, dedicándole una mirada acusadora. Sus ojos claros le inculpaban, parecían gritarle ”Has sido tú, le has hecho enfadar”. Pero Sebas no percibió la denunciante mirada que le estaban destinando, no solía fijarse demasiado en su entorno, ni prestaba atención a nada que no le incumbiera personalmente.-Vegetta no le deja ser su Bulma.-Explicó, ladeando una detestable sonrisa. Pensé en tirarle el cojín a la cara, pero sabía que de hacerlo no me lo devolvería para que siguiera abrazándolo.-Cállate Sebas.-Ordené desganado, fijándome en el rostro surcado de pecas de Eli. Ella rodó los ojos con agotamiento, conocía perfectamente el humor de nuestro amigo, así que ignoró por completo su chiste y se dirigió a mí.-¿Qué ha pasado con él?.-Me interrogó, haciéndome sentir en parte aliviado. Con Sebas no podía hablar bien del tema, apenas me hacía preguntas y no escuchaba mis respuestas. Yo no destacaba por ser especialmente charlatán, ni me había gustado nunca revelar mis sentimientos, pero todo el mundo de vez en cuando necesita desahogarse y por lo tanto sentirse escuchado. De lo contrario, los problemas se acumulan en nuestro interior, haciendo crecer la angustia y envenenándonos el alma. Ella era la única persona a la que confiaba todo. Recordaba que al principio se había mostrado tan receptiva porque temía que la actitud inapropiada de su amigo pudiera hacerme huir del piso, y les había costado mucho encontrar un compañero. Pero con el tiempo había pasado a escucharme por amistad, Eli era una gran oyente. Yo también atendía sus problemas, porque sabía por experiencia propia que en algunas ocasiones hay amigos que confiaban secretos en nosotros y luego nunca parecían dispuestos a escuchar los nuestros. La empatía entre amigos debía ser siempre recíproca.-Discutimos, estaba enfadado así que le dije cosas crueles.-Sentencié, recordando con tristeza como había reconocido el dolor en sus grandes ojos, dolor ocasionado por mis duras palabras. Era sin duda el aspecto que más odiaba de mi personalidad. Me enfurecía fácilmente, y cuando lo hacía no podía evitar ser hiriente, me parecía inevitable frenar el malhumor y me volvía cortante. Cuando el enfado se desvanecía, dejaba paso a un descomunal sentimiento de culpa. Pero los reproches y la rabia se habían amontonado durante cuatro años en mi interior, los notaba como un ardiente fuego en el cuerpo, quemándome los órganos internos, deseosos por salir y hacer arder todo cuanto tuviera vida. En cuanto se les brindó la ocasión salieron disparados, propulsados por una gran desilusión.-Anoche llegó a casa hecho una fiera. Lo cual es bueno para mí, ya sabes.-Añadió el chico, alzando las anchas cejas de manera sugerente. No mentía, llegué furioso y odiando fervientemente al mayor, había rememorado nuestra discusión mil veces en mi mente, con la falta de objetividad de quien acaba de ser víctima de una ofensa.-Y ahora te sientes mal..-Afirmó la pelirroja, ignorando nuevamente el inapropiado comentario de Sebas.-Claro.-Respondí al instante. Mi compañero de piso se había dado por vencido, dejó caer el mando sobre el sofá y se echó hacia atrás, mientras que tocaba sin interés alguno las huesudas rodillas de Eli.-Lo superarás Willy, él no es ni el protagonista. Algún día encontrarás un Goku.-Su incapacidad para tomarse las cosas con seriedad, me despojó de toda paciencia. Inspiré hondamente para calmarme, pero el aire frío no me ayudó. Su mirada triunfante era lo peor, satisfecho de sus propias tonterías.-Me cago en todo, Sebastian. Un chiste más sobre Dragon Ball, y pillas. No le hacen gracia a nadie.-Le amenacé, levantando la cabeza del reposa brazos para mirarle de manera directa. Aún envolvía el cojín entre los brazos, ahora rodeándolo contra mi cuerpo con cierta violencia.-¿Porqué no te disculpas?.-Cuestionó Eli, mientras que se deshacía del recogido para soltarse el pelo, cayendo este sobre sus hombros como una cascada de ondas anaranjadas.-No puedo, ya lo he pensado. Soy demasiado orgulloso, además seguro que está muy enfadado.-Dije con un deje de tristeza. Realmente quería disculparme, pero recordaba aquellas últimas palabras y me llenaba de indignación. A menudo el orgullo me impedía rectificar mis errores, temiendo sentirme humillado por el otro. Le pediría perdón si fuera capaz de soportar un ”no” por respuesta. Si tuviera altas probabilidades de alcanzar absolución.

Sensaciones Pasadas (Wigetta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora