Capítulo 13

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-Narra Willy-

Deshizo la última arruga con sus manos, separándose después para mirar las sábanas blancas por décima vez consecutiva. Frunció el ceño, su rostro estaba oculto bajo una máscara de inconformidad. Me dolía la mandíbula de tanto sonreír, mis ojos rebosantes de alegría seguían cada movimiento del mayor. Volvió a mirar las sábanas, carraspeó. Cogió el revoltijo de sábanas usadas que había dejado en el rincón de la habitación, enterró su nariz en ellas y aspiró. Cambié mi peso de un pie al otro, estaba recostado contra la pared del dormitorio, disfrutando del espectáculo. Samuel volvió a dejar las sábanas usadas, se inclinó hacia el colchón y en esta ocasión inspiró el aroma de la almohada. Se añadió una arruga a su ceño. Volvió a mirar la cama recién hecha, inspeccionando las mantas con ojo avizor, intentando vislumbrar el mínimo atisbo de una prueba de su infidelidad. Al parecer, para el mayor, cualquier ínfimo detalle sería delator de lo que habíamos hecho en esa cama. Llevaba media hora asegurándose, posteriormente a habernos despertado. Había vuelto a girar el marco en la mesita de noche, tiró al contenedor los cartones de pizza, borró el historial de búsqueda de su ordenador, se aseguró de hacer que me llevara mi ropa sucia y ahora hasta había cambiado las sábanas.-Se va a dar cuenta.-Repitió circunspecto y de brazos cruzados, mientras seguía observando. Apreté los labios. Desde el despertar, él veía fantasmas de nuestro amorío deambulando por toda la casa, pero tenía el firme convencimiento de que eran sólo imaginaciones suyas. Negué con la cabeza, me despegué de la pared y aproximé hacia él.-Estás siendo paranoico.-Murmuré, empleando en ello toda la tranquilidad de la que él carecía. Porque no creía que su novia pudiera darse cuenta por un simple descuido, y lo más importante, no consideraba tan grave que tal cosa ocurriera. ¿Qué más daba? Samuel pensaba dejarla igualmente. Pero me guardé mis pensamientos para mí, pues no quería presionar al mayor con aquel tema, sabía que tarde o temprano sucedería. Y suponía que él no deseaba que Jessica se enterara de una forma tan imprevista, que prefería tantear el terreno y decírselo con delicadeza para que sufriera menos.-Huele a ti.-Dijo, y se encogió de hombros. Samuel era tozudo, llevaba lejos sus pensamientos aunque fueran simples alucinaciones, y el carácter meticuloso que le poseía no contribuía a tranquilizarle. Él parecía asustado, como si la probabilidad de ser descubierto le infundiera un terrible miedo.-Ya has cambiado las sábanas.-Le recordé, suspirando después. El mayor no se había mostrado tan cauteloso hasta recibir una llamada de Jessica. Desde que su novia le había llamado para confirmar que dentro de unas horas estaría en casa, él había enloquecido. No dejaba de repetir que ella sería capaz de darse cuenta, que notaría que algo no iba bien.-¡Pero aún huele a ti!.-Exclamó, realizando un ademán con los brazos que buscaba abarcar todo el territorio que nos rodeaba. Traté de aspirar el aroma impregnado en el dormitorio. Arrugué la nariz, no percibía nada extraño.-Deja de exagerar, me bañé ayer.-Bromeé, curvando los labios en una sonrisa. Samuel entornó los ojos, cogió el ambientador pulverizador de limón y roció la estancia. El fuerte olor me embotó las fosas nasales, era desagradable en exceso.-No seas tonto, no estoy diciendo que huelas mal. Pero huele a ti, y ella lo notará.-Explicó, parecía un lunático cuando insistía tan vehementemente sobre un tema. Dejó el ambientador en su posición originaria y se quedó mirándome. Pese a sus divagaciones mentales, su apariencia física era mejor que nunca. Sus ojos brillaban, parecía más joven y había desaparecido todo rastro de sus ojeras. La barba incipiente le sentaba genial, lucía con despreocupación una camisa azul arremangada que por lo tanto dejaba al descubierto sus antebrazos.-En ese hipotético caso, puedes decirle que he estado aquí, somos amigos.-Le recordé, pues el mismo Samuel me había utilizado como excusa para no acudir a aquel viaje romántico que les habían regalado. Ahora me alegraba por ello. Estos dos días en su compañía habían sido mágicos, me sentía más feliz que nunca, y no los hubiera cambiado por nada. Y él se comportaba genial, cuidándome y haciéndome reír hasta que me doliera el estómago y me brotaran lágrimas de los ojos. Y me había incomodado con sus tonterías, y me había incitado a burlarme de sus peculiaridades. En resumen, había sido tan.. él. Todo propio de Samuel, extraño pero gracioso y fascinante, al igual que su personalidad.-Claro.. le diré.. sí cariño, nuestra cama huele a mi amigo Willy, sí.. ¿Qué porqué estaba él en la cama? Pues tropezó en la cama, y yo tropecé también, así que me caí dentro de él.-Entonó teatralmente de manera jocosa, mientras que realizaba toda clase de gestos extraños con las manos.-Sí, le diré eso, claro.-Sentenció sarcásticamente, fulminándome con sus ojos almendrados. No esperaba semejantes declaraciones, me avergoncé un poco por la franqueza inesperada de lo que había dicho, pero apenas tardé tres segundos en reponerme.-¿Cariño?Pensaba que ahora me llamarías así a mí.-Mascullé tras arquear una ceja, procurando simular indignación. Samuel sonrió, mis palabras consiguieron hacer desaparecer algo de la frustración reflejada en su rostro. Sus anchos brazos me rodearon el cuerpo y atrajeron contra el suyo.-¿Te vas a poner celosito?.-Preguntó con picardía.-Pensaba que se te hacía raro que te llamara así.-Añadió. Desde el principio había intentado pensar lo menos posible en cómo serían ellos cuando estaban juntos, y solos. No quería visualizarlos besándose, acostándose o intercambiando seudónimos cariñosos. Por aquel motivo le había pedido en su día que no hiciera ninguna de esas cosas con ella, y esperaba que hasta el momento estuviera intentando cumplir su promesa.-Se me hace raro.-Confirmé.-Pero eso no significa que quiero que llames así a otra persona.-Mis palabras disminuyeron de volumen a medida que las pronunciaba. Realmente ese apodo no tenía ningún significado especial para mí, pero aún así me desagradaba que se llamaran así, porque quizá para ellos sí que lo tenía.-Está bien, no lo haré.-Su respuesta dejó entrever cierta satisfacción. Samuel parecía estar deleitándose con la especie de celos que estaba demostrando, lo que no me resultó entusiasmante. Antes de tener la ocasión de formular una queja respecto a su placentera expresión, me cogió del rostro y me besó. Obviamente le correspondí, respirar su cálido aliento era muchísimo mejor que el olor a limón embotellado. También le abracé el cuerpo y lo pegué contra el mío, de modo que no hubiera ninguna distancia entre nuestros torsos más que un trozo de tela. Nos besamos pasionalmente, su lengua húmeda acarició la mía con sensualidad, produciéndome un cosquilleo de placer que me bailó por la columna vertebral. Noté el sugerente roce de su pantalón y el calor no tardó en comenzar a abrasarme la piel. El viento me sopló sobre la espalda cuando el mayor enredó los dedos en la tela de mi sudadera, levantándola un poco. ¿Teníamos tiempo? Profundicé el beso y dirigí mis manos a su camisa, desabrochando el primer botón.-Oye..-Dejó escapar una risilla ahogada. El beso le había dejado los labios húmedos y apetecibles.-Si no paras, tendré que volver a cambiar las sábanas..-Advirtió seductor, sin haberse despegado un sólo centímetro. Me acercó la boca a la oreja y mordisqueó suavemente el cartílago, produciéndome un hormigueo estremecedor en la zona. Pero no estaba dispuesto a soportar un Samuel todavía más frenético, que tras haber terminado pasaría horas buscando explicaciones lógicas al hecho de haber ensuciado dos pares de sábanas en tan sólo dos días. Muy a mi pesar, coloqué las palmas sobre sus pectorales y le aparté de mi cuerpo.-Tengo que irme igualmente.-Recordé en un suspiro. Él asintió con desgana, ambos sabíamos que las cosas serían distintas a partir de ahora. O más bien todo lo contrario, sabíamos que volverían a ser como antes.-Lo sé, yo también.-Murmuró, mientras se abrochaba el primer botón de la camisa. Desconocía si debía ir a recoger a Jessica a algún lado, pero opté por no preguntar. Me bajé la sudadera y traté de colocarla lo mejor que pude. Había llegado el momento de abrir las puertas a la realidad. Nuestra utopía terminaba, nuestro oasis de felicidad empezaba a desvanecerse y pronto volvería a encontrarme solo en mitad del desierto. Sediento de su cariño.

Sensaciones Pasadas (Wigetta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora