𝐮𝐧𝐨

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Mi padre nos llevó al aeropuerto con las ventanillas del coche bajadas. Parecía que el tiempo se había puerto de acuerdo con nuestra despedida y llovía a cantaros. Aun así llevaba mi camiseta preferida, la del Connacht Rugby, a pesar de ser el equipo con menor potencial era una fan desde pequeña.

Las esperaba la península de Olympic, al noroeste del Estado de Washington. Allí había un pueblecito llamado Forks cuyo cielo casi siempre permanece encapotado, podía afirmar con total convicción que allí llovía más que en cualquier otro sitio de Estados Unidos. Cuando era niña solíamos visitar a mi tío Waylon a menudo, pero tras el accidente, cuando tenía catorce años, el señor O'Sullivan, mayormente conocido como mi progenitor se impuso. La sobreprotección surgió al yo pasar más de dos meses en coma en el hospital.

Ahora volvía y para quedarme.

—Enya —me dijo mamá por enésima vez antes de subir al avión—, no tienes por qué hacerlo.

Mi madre y yo no nos parecemos en nada, su pelo rubio contrastaba completamente con el mío y ni hablar de sus gigantes ojos marrones que parecían traspasar el alma cuando te miraba. Yo era, nunca mejor dicho, una completa hija de mi padre.

—Mamá, yo quiero ir —. Esperaba que allí todo fuera diferente y además quería volver a ver a todos con los que jugaba los veranos.

—Saludad a Waylon de mi parte —. Dijo papá con resignación.

—Sí, lo haremos.

—Te veré pronto—. Insistió lo mismo que había dicho antes de salir—. Puedes regresar cuando quieras. Iré por ti si es necesario.

Pero en sus ojos vi lo que suponía esa promesa.

—Soy Enya O'Sullivan, todo me irá estupendamente—. Me abrazó con fuerza durante un minuto y murmuró contra mi pelo un te quiero; luego, subimos al avión y él se marchó.

Teníamos un vuelo hasta Seatle y desde allí a Port Angeles una hora más en avioneta y otra más en coche. No me agradaba para nada volar y cualquiera que me viera aferrarme como si mi vida dependiera de ellos a los reposabrazos se daría cuenta de ello.

Estaba lloviendo cuando aterrizamos en Port Angeles, parecía que no había atravesado un océano en una terrible maquina voladora. Tio Waylon nos esperaba con su coche, un Citroën Xsara color mostaza. Supuse que este sería el único coche disponible, y con el que tendría que ir al instituto.

Una vez dentro mi madre y Waylon llevaban todo el rumbo de la conversación.

—Estuve hace poco con Charlie Swan y Billy Black ¿os acordáis de ellos? — Asentimos a la vez y me reí internamente por la sincronización—. La hija de Charlie se muda también y le ha comprado su viejo Chevy a Billy.

Recordaba claramente esos nombres, tan solo había pasado dos años y poco más desde que no venía. Charlie era el jefe de policía y Billy el hombre que vivía en La Push, una pequeña reserva india situada en la costa.

Solía hacer pastelitos de barro con sus hijos en la playa.

Miré a través de la ventanilla en silencio. El paisaje era hermoso. Todo era de color verde: los árboles, los troncos cubiertos de musgo, el dosel de ramas que colgaba de los mismos, el suelo cubierto de helechos. Incluso el aire que se filtraba entre las hojas tenía un matiz de verdor.

Finalmente llegamos a lo que sería mi nuevo hogar. Era una casa pequeña, de dos pisos. Subí mis cosas a este y entre en la que sería mi habitación. Mi caballete y mis libros ya estaban en la habitación, por lo que no preste más atención a nada.

La noche pasó más rápido de lo esperado y a la luz de un nuevo día las dudas afloraron, el instituto puede resultar aterrador si lo afrontas de la manera incorrecta. Y yo, como la mayoría de los jóvenes de mi edad, lo estaba haciendo.

𝖜𝖎𝖑𝖉𝖊𝖘𝖙 ━━ 𝐓𝐖𝐈𝐋𝐈𝐆𝐇𝐓Where stories live. Discover now