Tras el accidente tuve que ponerme en contacto con papá, el que puso el grito en el cielo cuando se lo conté. Si hubiera sido por él ya estaría camino a Kinvara, pero mamá consiguió convencerlo de que me encontraba en perfecto estado.
Esa misma noche volví a tener los sueños que me atormentaban desde hacía dos años. Solo que esta vez no era un ser peludo y con ojos rojos quien me atacaba, sino Jasper Hale, con los ojos aún más rojos que la criatura.
Después de aquel sueño me visitó cada noche en el mundo etéreo, pero siempre desde la distancia, como si fuera completamente inalcanzable para mí.
El último contacto que había tenido con Jasper Hale había sido en el hospital, aunque todos los días estuviera ahí, a treinta centímetros. A veces, incapaz de contenerme, le miraba a cierta distancia, en la cafetería o en el aparcamiento. Contemplaba cómo sus ojos dorados se oscurecían de forma evidente día a día, pero en clase no daba más muestras de saber de su existencia que las que él me mostraba a mí. Me sentía miserable. Y los sueños continuaron.
Pero esa mañana parecía que iba a ser diferente, y era el peor día del mes para que lo fuera. La señorita Spencer comenzó a hablar. Suspiré y yo comencé a dibujar en mi libreta.
Jasper me miraba con curiosidad, aquel habitual punto de frustración de sus ojos negros era ahora aún más perceptible.
Le devolví la mirada, esperando que él apartara la suya, pero en lugar de eso, continuó estudiando mis ojos a fondo y con gran intensidad. Me comenzaron a temblar las manos.
— ¿Señor Hale? —le llamó la profesora, que aguardaba la respuesta a una pregunta que yo no había escuchado.
—1965—respondió; parecía reticente mientras se volvía para mirar hacia la pizarra.
Clavé la vista en el libro en cuanto los ojos de Jasper me liberaron, intentando centrarme. Siendo completamente cobarde dejé caer el pelo sobre el hombro derecho para ocultar el rostro. No era capaz de creer el torrente de emociones que palpitaba en mi interior, y sólo porque había tenido a bien mirarme por primera vez en seis semanas. No podía permitirle tener ese grado de influencia sobre mí. Era patético; más que patético, era enfermizo.
Intenté ignorarle con todas mis fuerzas durante el resto de la hora y, dado que era imposible, que al menos no supiera que estaba pendiente de él. Me volví de espaldas a él cuando al fin sonó la campana, esperando que, como de costumbre, se marchara de inmediato.
— ¿Enya?
Su voz no debería resultarme tan familiar, como si la hubiera conocido toda la vida en vez de tan sólo unas pocas semanas antes.
Sin querer, me volví lentamente. No quería sentir lo que sabía que iba a sentir cuando contemplase aquel rostro tan perfecto. Tenía una expresión cauta cuando al fin me giré hacia él. La suya era inescrutable. No dijo nada.
— ¿Qué? ¿Me vuelves a dirigir la palabra? —le pregunté finalmente con una involuntaria nota de rencor en la voz. Sus labios se curvaron, escondiendo una sonrisa.
—No, en realidad no —admitió.
Cerré los ojos e inspiré hondo por la nariz, consciente de que me rechinaban los dientes.
El aguardó.
—Entonces, ¿qué quieres? —le pregunté sin abrir los ojos; era más fácil hablarle con coherencia de esa manera.
—Lo siento —parecía sincero—. Estoy siendo muy grosero, lo sé, pero de verdad que es mejor así.
Abrí los ojos. Su rostro estaba muy serio.
—No sé qué quieres decir —le dije con prevención.
—Es mejor que no seamos amigos —me explicó—, confía en mí.
No sé de donde salieron mis fuerzas ni mi enfado al escuchar eso, pero haciendo gala de aquello que apartaba a todas las personas de mi lado contesté.
—Para eso tendríamos que haberlo sido anteriormente—. Y no volvimos a hablar durante el resto de la clase.
La suerte no estaba de mi lado ese día por lo que al salir del aula me choqué con mi gran amiga Jessica, esta pasó sin siquiera dirigirme la mirada mientras Bella murmuraba un lo siento.
El trascurso de las horas parecía ser eterno, y la luna llena que pugnaba por salir al caer la noche lo empeoraba todo. El coche de Sam se encontraba aparcado en el estacionamiento del instituto cuando atravesé las puertas de salida.
La reunión, que se celebró hacía varias semanas, con el consejo fue corta pero la conclusión era clara. Estaba dentro de la manada de Sam—según me explicaron lo había encontrado inconscientemente en mi primera transformación en Forks, lo que lo convertía en mi alfa— y él era el encargado de que no matara a nadie cuando me transformaba en bestia. La situación era de los más bizarra posible.
— ¡Enya espera! —giré la cabeza para ver a Alice venir corriendo hacia mí.
—Oh, hola Alice—. Lo cierto es que a pesar de que su hermano no hubiera hablado conmigo en un mes ella se había portado bastante bien conmigo. Hablábamos en las clases que teníamos juntas, y nos saludábamos por los pasillos—. ¿Querías algo?
—Quería hablarte sobre Jasper—. Fruncí el ceño ante su sola mención —. Tienes que entender que él es un poco... diferente, diría yo.
—Alice no entiendo por qu...—La respiración comenzó a irme errática y mi pulso se aceleró de golpe. Sentí como garras crecían en el lugar de mis uñas y cerré las palmas causando que estas me infringieran heridas—. No puedo, no puedo...
— ¿No puedes qué? ¿Qué te pasa? —Parecía preocupada, pero no era capaz de abrir la boca, y era lo mejor porque si no las hileras de colmillos se verían claramente. Cerré los ojos de golpe.
— ¡ENYA! — Era la voz de Sam—, ¡Apártate de ella!
—No puedo Sam— le hablé con voz temblorosa mientras me hacía un ovillo en el suelo—. No puedo controlarlo, es la luna.
—Tengo que sacarte de aquí.
Pero no le dio tiempo, ya que un gruñido brotó de mi garganta a la vez que sentía como cada musculo de mi cuerpo se partía. El ardor era insoportable.
—Puedo llevarla al bosque más rápido que tú—. Era la pequeña Cullen la que hablaba.
—Ten cuidado.
No se cómo pudo hacerlo pero Alice me cogió en volandas y sentí el aire en la cara. Abrí despacio mis ojos, que ya serían de un amarillo brillante seguramente y vi como todo estaba borroso por la velocidad. No se parecía en nada a cuando yo corría.
Alice me dejó en el suelo apartándose un poco, y un rugido salió desde lo más profundo de mi garganta. Mi espalda comenzó a encorvarse y supe que estaba en plena transformación. Las trasformaciones habían disminuido la intensidad del dolor, pero aún tenía lagunas. Eran pocas en las que llegaba a conservar la consciencia.
— ¡VETE! —Medio gruñí, medio grite a Alice. No quería hacerle daño—. ¡VETE POR FAVOR! —Pero no se movía del sitio.
Mi visión comenzó a nublarse y ya no veía a Alice, sino una presa. Salté hacia ella completamente trasformada, lo cual le pillo de improviso, por lo que la derribé. Estaba encima de ella a punto de morder cuando empecé a olerlo.
Antes de que llegara siquiera, y giré mi cabeza antes de tiempo.
Jasper me alejó de ella y me acorraló contra un tronco derribado.
—Enya—. Hablaba con voz suave—. Escucha mi voz, respira conmigo. Tienes que calmarte.
Trataba de hacerlo, pero me era muy difícil. Sentí un millón de cosas en ese momento, pero la principal era el miedo. Me tenía miedo. Lo intenté de nuevo, calmarme era un verdadero desafío con el satélite en el firmamento.
—Lo siento...—murmuré cuando todo acabó y los observé. Alice tenía una sonrisa amable en la cara y negó con la cabeza restándole importancia, pero Jasper ni me miraba, su cabeza estaba gacha y me sentí aun peor por ello que por la luna llena.