𝐝𝐨𝐜𝐞

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Jasper se ofreció a llevarme hasta la línea del tratado, tuve que admitir que conducía bien cuando iba a una velocidad razonable.

Apenas miraba a la carretera, los neumáticos nunca se desviaban más de un centímetro del centro de la senda. Conducía con una mano, sosteniendo la mía con la otra. A veces fijaba la vista en el sol poniente, otras en mí, en mi rostro, en mi pelo expuesto al viento que entraba por la ventana abierta, en nuestras manos unidas.

Había cambiado el dial de la radio para sintonizar una emisora de viejos éxitos y cantaba una canción que no había oído en mi vida. Se sabía la letra entera.

— ¿Te gusta la música de los cincuenta?

—En los cincuenta, la música era buena, mucho mejor que la de los sesenta, y los setenta... mejor no comentar—se estremeció—. Los ochenta fueron soportables.

Me encogí de hombros.

—Supongo que para alguien con más de cien años esto es normal.

Apenas había comenzado a lloviznar cuando frenó el coche. A unos metros de distancia podía vislumbrar el coche de Sam, ya que le había mandado un mensaje para que me recogiera.

—Supongo que adiós —comenté mientras posaba la mano en la manilla de la puerta.

— ¿Quieres...?

—Si —respondí sin dejar que terminara si quiera la pregunta.

—No sabes ni lo que iba a decir —negó riendo.

—Bueno, cualquier cosa que propongas está bien para mí.

—Mañana iremos a jugar a béisbol, toda la familia —explicó— y estaba pensado que quizá te gustaría venir con nosotros...

—Ya sabes mi respuesta.

—Espera —Me frenó antes de que abriera la puerta, buscó en el asiento trasero y cogió una chaqueta grisácea, con seis botones y el cuello en pico. La reconocí al ínstate.

—No creo que a Edward le moleste, tiene muchas iguales —comentó encogiéndose de hombros al ver había supuesto al dueño de la prenda.

La colocó sobre mi cabeza y se inclinó para abrirme la puerta, guiñé un ojo y salí del coche.

—Hueles fatal —fue lo primero que pronunció Paul cuando entré en el coche.

—No sabía que ahora te hablaras a ti mismo cachorro.

Jared comenzó a reírse mientras señalaba la cara de Paul.

—Es imposible tío, siempre se queda encima.

Llegamos a nuestro destino, y podía asegurar sin ningún ápice de duda que la casa de Emily era el lugar más acogedor del planeta. Ella parecía haber asumido el rol de madre de la manada y cada vez que llegábamos tenía una enorme bandeja de comida esperando ser devorada.

Los chicos parecían más cansados que de costumbre, debido a las patrullas durante la noche para proteger a la tribu. Desde que les expliqué como Alice había visto a los nómadas llegar todos parecieron ponerse en alerta. Nadie quería que ocurriera lo mismo que con tío Waylon.

Su muerte aun dolía demasiado, y procuraba no pensar en ello, pero el ánimo de mi madre era un recuerdo constante de ello, y sinceramente no sabía quién lo llevaba mejor. Yo por no querer pensar, o ella por sumirse de lleno en el recuerdo.

—Deja sitio cabezón —dije mientras empujaba a Jared del sofá. Sam nos miraba de reojo desde la cocina, pero su atención estaba centrada en Emily.

Su rostro una vez había sido hermoso, ahora estaba marcado por un trío de cicatrices oscuras que arrancaban de la esquina de su ojo derecho y habían deformado su boca hasta convertirla para siempre en una mueca torcida.

Comprendí el dolor constante de Sam, herir a quien debes proteger debía ser una sensación espantosa. Sin quererlo mis pensamientos me llevaron a Jasper.

Él era un vampiro y, por lo que acaba de descubrir hace por, bastante indestructible. Pero esa sensación de preocupación por su bienestar nunca abandonaba mi cuerpo, sentía que debía protegerlo, hacerle todo más fácil, procurar que fuese feliz.

Y supe que estaba llegando a un punto en el que no era solo por el lazo que nos unía, el conocer su historia me había hecho darme cuenta de era una persona—al menos en apariencia—que merecía todo eso.

La voz de Paul me sacó de mis divagues.

—No, así no es —hablaba a Jared, mientras este otro movía la cara de forma extremadamente rara.

La ceja derecha se le alzaba, y cerraba el ojo contrario. Además su cara hacía una mueca muy graciosa.

—Prueba tú, si sabes tanto —contraatacó después de darse por vencido. Pero, por lo que parecía ser tampoco lo conseguía.

—Te toca princesa.

— ¿Qué? —pregunté mientras cogía una magdalena del bol en el centro de la mesa.

Poner ambos ojos en blanco a la vez.

—Cachorro, cabezón —lo nombré respectivamente—, observad a la maestra.

Cerré mis ojos e intente que estos fueran para atrás, para abajo y hacia los lados. Pero por la carcajada general supe que yo tampoco era capaz de ello.

Dándome por vencida me sumé a la risa, y entre bromas de este tipo la tarde pasó.

𝖜𝖎𝖑𝖉𝖊𝖘𝖙 ━━ 𝐓𝐖𝐈𝐋𝐈𝐆𝐇𝐓Where stories live. Discover now