Algo había cambiado cuando abrí los ojos por la mañana.
Era la luz, algo más clara aunque siguiera teniendo el matiz gris verdoso propio de un día nublado en el bosque. Comprendí que faltaba la niebla que solía envolver mi ventana.
Me levanté de la cama de un salto para mirar fuera.
Una fina capa de nieve cubría el césped y el techo de Perrito Caliente—este tenía cadenas entrecruzadas en las llantas—, y blanqueaba el camino, pero eso no era lo peor. Toda la lluvia del día anterior se había congelado, recubriendo las agujas de los pinos con diseños fantásticos y hermosísimos, pero convirtiendo la calzada en una superficie resbaladiza y mortífera.
Mamá me saludó al bajar y puso un cuenco de cereales delante de mí, el tío Waylon seguramente se habría marchado temprano.
La perspectiva de ir al instituto me emocionaba, y me asustaba saber que la causa no era el estimulante entorno educativo que me aguardaba ni la perspectiva de ver a aquellas la jauría de adolescentes hormonados que en él había.
Sino unos ojos, bastante bipolares, y a quien estos pertenecían.
Llegué al coche, tratando de no perder el equilibrio y caerme de culo, lo cual sería horrible para él. Es decir mojado y dolorido antes de ir a clase, no es el entorno idóneo para propiciar el conocimiento.
Aparqué con cuidado y salí cerrando con un culetazo.
—Esto...hola...— Giré hacia la voz que parecía dirigirse a mí—. Sólo quería disculparme por el comportamiento de Jessica, a veces parece que no tiene filtro—. ¿No me digas? Me dieron ganas de preguntar. Luego recordé que por mi actitud no tenía amigos y me reprimí. Ella pareció notar mi actitud y habló de nuevo—. Pero es buena amiga.
—No tienes que disculparte por algo que no has hecho Bella—. Si bien era cierto que me había sentado mal el comentario no era ella la culpable, y no tenía que cargar con las culpas.
—Ya, pero...espera, ¿me conoces? —Parecía sumamente extrañada de que la otra chica nueva la conociera.
—Solíamos jugar de pequeñas, haciendo pasteles de barro con un chico de la reserva—. Viendo que ni siquiera se acordaba de este hecho continué—. Soy sobrina de Waylon.
Pareció recordar algo porque asintió con la cabeza. Antes de siquiera abrir la boca ninguna un ruido captó nuestra atención.
Era un chirrido fuerte que se convertía rápidamente en un estruendo. Sobresaltada, alcé la vista.
Vi varias cosas a la vez. Nada se movía a cámara lenta, como sucede en las películas, sino que el flujo de adrenalina hizo que mi mente obrara con mayor rapidez, y pudiera asimilar al mismo tiempo varias escenas con todo lujo de detalles.
Edward Cullen se encontraba a cuatro coches de distancia, y miraba con rostro de espanto en nuestra dirección. Su semblante destacaba entre un mar de caras, todas con la misma expresión horrorizada. Pero en aquel momento tenía más importancia una furgoneta azul oscuro que patinaba con las llantas bloqueadas chirriando contra los frenos, y que dio un brutal trompo sobre el hielo del aparcamiento. Iba a chocar contra la parte posterior del monovolumen de al lado, y nosotras estábamos en mitad de los dos vehículos. Ni siquiera tendría tiempo para cerrar los ojos.
Algo me golpeó con fuerza, aunque no desde la dirección que esperaba, inmediatamente antes de que escuchara el terrible crujido que se produjo cuando la furgoneta golpeó contra la base de mi coche y se plegó como un acordeón. Me golpeé la cabeza contra el asfalto helado y sentí que algo frío y compacto me sujetaba contra el suelo. Estaba tendida en la calzada, detrás del coche color café que estaba junto al mío, pero no tuve ocasión de advertir nada más porque la camioneta seguía acercándose. Después de raspar la parte trasera del monovolumen, había dado la vuelta y estaba a punto de aplastarme de nuevo, un gruñido brotó de mi garganta y sentí como algo crecía desde la punta de mis dedos mientras apretaba el suelo con mis manos.