El sol brillaba sobre nuestras cabezas, los rayos impactaban contra la piel de Jasper haciéndola brillar al igual que siempre. Aun me costaba acostúmbrame a que mi compañero era una bola de discoteca andante.
Pero el silencio que reinaba en el prado fue roto por un gruñido gutural. El vampiro a mi lado se incorporó, y se posicionó junto a mí.
Entre la espesura del bosque salió el inmenso animal que había proferido ese desagradable y escalofriante sonido.
Una parte de mi gritó que protegiera a Jasper, que debía interponerme entre él y esa cosa peluda. Y así lo hice.
Sentí mis garras crecer y mi boca comenzó a salivar tras la salida de los colmillos. Olfateé el aire en busca de algún indicio de lo que fuera ese animal. Pero solo encontraba olores familiares en el aire. Parecía que ni si quiera había salido de mi habitación.
Esa cosa volvió a gruñir, a la misma vez que yo.
Cuando la luz lo alcanzó pude distinguir la espesa melena blanca que cubría al gran lobo, sus ojos eran de un rojo anaranjados y no los apartaba de mi dirección. Pero en lugar de miedo me sentí extrañamente calmada.
Di un paso y la bestia lo dio conmigo, poco a poco comenzamos a acercarnos.
Miré a Jasper por un instante y vi una sonrisa plantada en su cara. No era posible que estuviera feliz con esta situación.
A pesar de dar la espalda al lobo este no atacó, y me giré de nuevo a él, curiosa.
Pero de lo único que me percaté fue del marco dorado que rodeaba la figura del animal. Sin comprender alce la mano, y con horror descubrí que en su lugar había una pata peluda. El lobo imitó mis movimientos pero donde nuestras patas debieron encontrarse, solo había frío cristal...
El sueño se convirtió en una pesadilla de forma brusca y vertiginosa.
Ése no era un lobo.
Era mi imagen reflejada en un espejo. Era yo, siendo una bestia cuadrúpeda.
Jasper permanecía cerca de mí, sin llegar a reflejarse en el espejo. Insoportablemente calmado.
Acercó su mano fría hacia mí...
Me desperté sobresaltada, jadeante y con los ojos a punto de salirse de las órbitas. Una mortecina luz gris, la luz propia de una mañana nublada, sustituyó al sol cegador de mi pesadilla.
Sólo ha sido un sueño, me dije. Sólo ha sido un sueño. Tomé aire y salté de la cama cuando se me pasó el susto. El pequeño calendario de la esquina del reloj me mostró que era el día, luna llena.
Durante el perfecto verano —el verano más feliz que he tenido jamás, el más feliz que nadie nunca haya podido tener y el más lluvioso de la historia de la península Olympic— había tratado de perfeccionar mi control.
Y parecía que lo conseguía por momentos, la mayoría cuando Jasper se hacía presente. El problema era que yo no quería ponerlo en peligro durante mis trasformaciones, y sin él cada vez se salen más de control. Lo que me hace quererlo aún más lejos de mí durante esas noches.
Un maldito circulo vicioso.
Cuando fui a lavarme los dientes, casi me sorprendió que el rostro del espejo no hubiera cambiado. Ni pelo, ni ojos amarillos, ni tampoco colmillos.
Sólo ha sido un sueño, me recordé una vez más. Sólo un sueño, y también mi peor pesadilla.
Con las prisas por salir de casa lo antes posible, me salté el desayuno. No me encontraba con ánimo de enfrentarme a mi madre y tener que pasar unos minutos fingiendo tener el control.
Hice un esfuerzo para sosegarme mientras conducía camino del instituto.
Resultaba difícil olvidar la visión de la loba —no podía pensar en ella como si fuera yo— y sólo pude sentir desesperación cuando entré en el conocido aparcamiento que se extendía detrás del instituto de Forks y descubrí a Edward inmóvil, recostado contra su pulido Volvo plateado.
Casi inconscientemente mi cuerpo giró solo y lo vi, estaba allí esperándome, igual que cualquier otro día.
La desesperación se disipó momentáneamente y la sustituyó el embeleso.
Jasper sonrió en mi dirección.
— ¿Hace buen día no crees? —preguntó Edward nada más acércame a ellos— Perfecto para un paseo bajo la luna.
Puse cara de pocos amigos cuando vi sus ojos dorados brillar e ignoré su pregunta, pasando de largo.
Jasper me tendió la mano cuando llegué donde estaba. La tomé con ganas, olvidando por un momento mi pesadumbre. Su piel era suave, dura y helada, como siempre. Le dio a mis dedos un apretón cariñoso. Me sumergí en sus líquidos ojos de topacio y mi corazón sufrió otro apretón aunque bastante menos dulce.
Él sonrió al escuchar el tartamudeo de los latidos de mi corazón. Levantó la mano libre y recorrió el contorno de mis labios con el gélido extremo de uno de sus dedos mientras hablaba.
—Hola —fue lo único que pronunció y bastó para que mi corazón se fuera en caída libre.