Expulsé todo el aire que retenía en mis pulmones de una sentada, sentía como un sudor frío bajaba por mi columna vertebral y cada paso me costaba horrores. Abandonar a Jasper era la decisión más dura que había tomado en mi vida, no ya por las implicaciones emocionales, sino por el dolor físico que la separación misma me causaba.
Me había convencido de que era lo mejor que podía hacer, tanto para él como para mi madre. Pues si cualquier luna llena me salía de control y les hacía daño no podría perdonármelo jamás. Necesitaba un tiempo para mí.
El problema era que el mundo no estaba preparado para mí. Desde que dejé Forks había dado tumbos por varios lugares, en un principio intentando que Jasper no fuera en mi búsqueda. Pero después de varias semanas y de recorrer de punta a punta el país me detuve. Estaba claro que tanto la manada como su familia lo habían convencido de darme tiempo.
Al norte del estado de Nueva York decidí asentarme de una forma semipermanente, en una pequeña localidad llamada Bear Valley, la cual tenía terrenos amplios en los que no dañaría a nadie durante mis transformaciones.
Eran pocos los días llevaba en el pueblo, y la luna llena aun no era una preocupación para mí, por lo que estaba intentado centrarme en dominar mi autocontrol. Y de una forma increíblemente patética estaba fracasando en ello.
Continué caminando por la calle hasta llegar a la pequeña cafetería —The Donut Hole—, la puerta chirrió al abrirla y pasar. O al menos yo pude escuchar el irritante sonido.
—Un café solo —hablé con la voz ronca. La camarera no tardó en servírmelo, y pagué de paso. Era un alivio que papá no hubiera dejado de transferir mi manutención a mi cuenta, supuse que tanto él como mamá pensaron que me había fugado y querían ponerme las cosas algo más fáciles. Se lo agradecía mucho internamente.
— ¿No preferirías uno irlandés? —preguntó una voz a mi derecha, con un tono bastante jovial y jocoso. Mire hacía mi camiseta del Connacht Rugby, aquella que llevaba el día que me mudé a Forks e inmediatamente pensé en Jasper. Apreté los dientes y las manos.
—Preferiría que los desconocidos no me hablaran —musité mirándolo de reojo—, pero ya ves, no siempre se cumplen mis deseos.
Él hombre sentado a mi lado sonrió, y sin motivo aparente me entraron unas ganas tremendas de partirle su preciosa cara. Apreté aún más las manos, la sangre comenzó a brotar, me estaba haciendo daño con las garras.
—Oh no, aquí no puedes hacer eso —habló mientras me cogía por los hombros, olvidé completamente mi café a medio tomar y sentí como el hombre me empujaba a la calle. Era extrañamente fuerte, pues podía perfectamente conmigo.
—Te aconsejo que te apartes —rugí. Ni lejos de Forks me iba a librar de herir a alguien.
Pero él no lo hizo, al contrario, me siguió arrastrando hasta un callejón completamente vacío. Me apoyó contra una pared de ladrillos y se apartó de mí. Luego hizo algo completamente extraño, se comenzó a desnudar.
Abrí los ojos al máximo, ¿pero qué cojones hacia ese payaso?
El dolor se extendió por toda mi columna vertebral, apreté los dientes aún más para no gritar. Mis transformaciones, a la par que descontroladas se habían vuelto dolorosas. Mucho más.
Y antes de perder la consciencia y pasar a ser una bestia salvaje, vi como el hombre frente a mí se convertía en un lobo castaño. Luego nada.
Desperté terriblemente cansada, y sentía como una apisonadora había pasado encima de mí.
— ¡Mierda! —grité mientras me incorporaba. Otra vez había perdido el control, encima seguro que había destrozado mi camiseta favorita durante la transformación.
Me tallé los ojos con las manos e intenté poner en orden los hechos ocurridos antes de que mi arrebato de ira me llevara a esa situación. Y fue entonces cuando lo recordé, el tío raro que se desnudaba.
—Hay otros hijos de la luna —susurré para mí. Los Quileute y los Cullen coincidían en que eran muy pocos, y parecía que sin quererlo había dado con uno.
—Preferimos la palabra licántropo —habló la misma voz que me había cabreado tanto como para provocar una transformación, aunque lo cierto es que no hacía falta mucho últimamente para provocarme.
Miré a mi alrededor, e identifiqué que estaba dentro de una casa, seguramente él me hubiera traído.
—El rarito que se desnuda a la primera de cambio —contesté mientras comprobaba mis nuevas heridas, no eran muchas. Y mis cicatrices antiguas seguían intactas.
—Te ha calado a la primera —comentó otra voz diferente, esta venía de otro hombre. Que esperaba en la entrada de la puerta de lo que parecía un estudio.
—Que gracioso, me parto contigo —. Le respondió, dejando de mirarme.
—Si bueno, esto, gracias por sacarme de ahí —hablé mientras me incorporaba dejando atrás la manta que me cubría —. No tanto por provocarme, pero quiero mi ropa e irme.
— ¿Provocarte? —preguntó incrédulo el nudista —. Eres una maldita bomba de relojería chica.
—Nada que no sepa ya.
—Y algo que deberías cambiar si no quieres que los humanos descubran nuestra existencia.
—Lo intento —susurré con resignación.
—Bueno pues has dado a parar al sitio indicado —habló de nuevo el hombre de la entrada—. Mi nombre es Jeremy Danvers, bienvenida a Stoneheaven.