Llevaban alrededor de una hora sentados observando los deportes. Tan solo Emmett emitía de vez en cuando algún sonido. Tan ensimismados cada uno en sus pensamientos que parecían olvidar la presencia que los rodeaba.
Entonces, Alice saltó de la silla donde se encontraba sin mediar aviso alguno y cayó de pie con un ágil movimiento. Sorprendidos, todos giraron la cabeza para mirarla.
—Ya está en camino.
Su voz era acuciante, más no revelaba nada.
Alcanzó la puerta al mismo tiempo que Edward. Le puso las manos en los hombros y guio a Alice otra vez de vuelta a la silla, sentándola en ella.
— ¿Qué ves? —preguntó mirándola fijamente a los ojos. Todos los demás se inclinaron hacia la pareja. Tras pedir Carlisle mudamente a Edward que procediera.
—Veo un bosque. Todo está borroso, pero sé que ella está sentada y dibuja. Veo rojo, naranja quizá.
— ¿Dónde puedes ubicar el bosque?
— No lo sé. Hay una decisión que no se ha tomado todavía.
— ¿Cuánto tiempo queda para que ocurra?
—Pronto, puede que antes de lo previsto.
La voz de Edward era metódica, actuando con la tranquilidad de quien tiene experiencia en ese tipo de interrogatorios.
Cuando Alice terminó todos se miraban extrañados, excepto el telépata. Alice llevaba una larga temporada teniendo esa serie de visiones borrosas, como si algo le impidiera ver la claridad del todo.
Siempre era lo mismo, un bosque y una chica probablemente pelirroja.
—Sé que es ella Jazz, tienes que confiar en mí.
—No empieces con eso Alice—. Le contestó riendo por la insistencia de la pequeña vampira.
—Puede que tenga razón—, Razonó la mayor de la familia, con una sonrisa en su cara.
Al otro lado del Atlántico, en el pueblo de Kinvara una chica de diecisiete años trataba de limpiar los restos de sangre de su ropa sin éxito.
Hacía ya dos años que esto le pasaba: despertar con la ropa hecha girones y un montón de preguntas sin responder en su cabeza.
Tres toques en la puerta la sacaron de su actividad, y corriendo escondió bajo la cama las pruebas del delito. Murmuró un adelante y la puerta se entreabrió.
—Enya, cariño ¿has terminado de empacar? — La voz de su madre en un susurro preguntó.
—Sí, emm, solo falta...— Pareció pensar por unos instantes—. Mi caballete y los libros.
— ¿Sabes que esto es por tu bien verdad? — No, no lo sabía. Parecía más bien una forma fácil de huir de los problemas, pero aun así asintió.
Caroline Forge abandonó la habitación y la de ojos verdes suspiró. Desde su accidente todo había cambiado. Y no solo por la horrible marca de su hombro, sino la relación con sus padres y entre ellos mismos.
Enya los oía discutir cada noche por, lo que ella creía, su culpa. Todo esto ahora propiciaba la dichosa separación que la hacía abandonar todo lo conocido para mudarse a Forks, donde su tío Waylon las esperaba a ella y a su madre.
Tan solo esperaba que el cambio de aires por lo menos le aclarara las ideas con respecto a sus fugas nocturnas con amnesia como resultado.