Los días pasaron, y con ellos el control y los poderes de Enya parecían irse. Comenzó con la falta de audición, más tarde fue su fuerza, y al final llegó a no ser capaz de transformarse a voluntad.
Enya trataba de parecer tranquila en mi presencia. Cosa que no conseguía, pero le hacía creer que sí. Ella tenía miedo, yo más que nadie lo sabía. Y yo, yo también lo tenía, estaba viendo como mi compañera se consumía ante mis ojos y no podía hacer nada para evitarlo.
Caminé hacia el porche de la casa, aparentando ser lo más normal posible, y sentí el latido desbocado del corazón de Caroline Forge procedente de la cocina.
El control es poder, me recordé mientras golpeaba, no usando ni la ínfima parte de mi fuerza, la puerta. Aguante la respiración que no necesitaba y apreté los puños, intentando no pensar en el sonido de la sangre bombeada.
Sentí el sonido de los pasos, y el suspiro pesaroso de la madre de Enya, antes de abrir la puerta.
— ¡Jasper! —exclamó, rezumando tranquilidad. Asentí a modo de saludo, confuso por sus emociones contradictorias— No sabes la alegría que me da verte.
—Es un placer verla de nuevo señora Forge —hablé—. ¿Podría decirle a Enya que he venido?
Toda la tranquilidad pareció irse de golpe de Caroline Forge, y no hacían falta mis poderes para sentir su desconcierto, se podía observar perfectamente en su cara. Sus cejas se arquearon, y su ceño se frunció al igual que su boca.
—Ya te he dicho que puedes llamarme Caroline —expresó y con una mano me invitó a entrar. Vacilé durante un instante —. Pero pensé que Enya estaría contigo.
— ¿Conmigo? —susurré, mientras caminaba por el pasillo.
—Pensé que habría salido por la mañana temprano —explicó mientras se sentaba—. Su cama estaba desecha y su bandolera con su material de dibujo no está en la casa.
—Quizá esté con mi hermana Alice —. Traté de que el ritmo cardiaco de la madre de mi compañera bajara por mi propio bien— Podría ir a la habitación de Enya, tenía que recoger una cosa, para ello he venido.
—Adelante, yo estaré en la cocina —accedió, mientras se levantaba—. Tengo mucho que hacer.
Esperé a que abandonara el salón, para correr hasta la habitación de Enya. Olía a ella, a nada más. Su cama estaba hecha, supuse que su madre la habría arreglado, y era cierto, ningún material de dibujo —aparte del caballete y un lienzo— se veía por la habitación.
No había nada que indicara peligro, posiblemente estaría con su manada. Tratando de poner solución a su problema, eso sería lo más posible.
Decidí salir de la casa antes de hacer algo de lo que me arrepintiera, cuando lo vi, era una marca. Justo en la esquina inferior izquierda del lienzo. Caminé hasta él y me agaché para observarlo bien.
Parecía estar un poco rasgado, pero eso no tenía sentido. Enya no dañaría sus cosas de dibujo, no al menos intencionadamente. Pero no es el lienzo lo que llama mi atención, no más, sino un pequeño trozo de él.
Estaba justo en el radiador que se encuentra tras el caballete, escondido entre dos rendijas. Cuando lo cogí observé que estaba enrollado. Lo abrí con cuidado y leí atentamente lo que ponía.
"Lo siento, Jazz."
¿Qué significa esto? Es la primera pregunta que se cruzó por mi cerebro, y no tardé en ponerme en pie. Salí de la casa, tras decirle un adiós apresurado a Caroline Forge y no me molesté en coger el coche. Sabía exactamente dónde ir para conseguir respuestas.
No necesité cruzar, ellos me sintieron antes siquiera de poder hacerlo.
— ¿Qué significa esto? —gruñí con el trozo de lienzo en la mano. No sabía de donde salía toda la rabia contenida, quizás de asumir anticipadamente que Enya había desaparecido.
El lobo negro que se encontraba frente a mi desapareció entre la maleza, para dar paso a Sam.
—Era necesario —dijo escuetamente.
— ¿Qué era necesario? — Traté de preguntar, pero de nuevo un gruñido abandonó mis labios.
—Marcharse.
— ¿Cuánto? —pregunté, pero esa no era la principal pregunta que rondaba mi mente. Sino ¿por qué? No por qué se había marchado, no por qué me dejaba atrás, si no, por qué no me había dicho nada.
Sentí como mi corazón congelado se rompía un poquito.
—Lo que sea necesario para ella.
— ¿Es por su control?
—Lo es.
El camino de regreso fue mucho más lento, recogí el coche de la casa de Enya y conduje hasta la mía. Un tortuoso paseo, oliendo constantemente su aroma impregnado en el asiento del pasajero.
Con rapidez me encerré en mi habitación, sin hablar con nadie. Sin responder la pregunta de Esme: ¿Qué ocurre? Había preguntado.
—Enya se ha marchado —. Edward había respondido, y de nuevo mi corazón pareció romperse otro poco.