22. Quédate conmigo

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Al otro día, Magdalena nos va a visitar, como casi todo el tiempo. No me molesta que venga a casa; es divertido estar con ella: hace chistes, se ríe de todo y su risa es muy contagiosa. Le pone color a todo lo que se cruza en su camino. Me dijo que no tiene a nadie más en casa, así que no le preocupa pasar tanto tiempo con nosotros.

—¿Qué quieren comer hoy, chiquis? —pregunta. Mi mamá nos decía «peques» porque le hacíamos recordar a los duendes de la serie: con la nariz de «puerquito», los ojos grandes y oscuros y los cachetes gordos y rosados. Nunca me gustó ese dibujito, me asustaba parecerme a esas cosas. Por lo menos, «chiquis» no me hace recordar a duendes.

—Puré de zapallo —decide Red. Odio el puré con zapallo. Detesto el zapallo.

—Y le ponemos milanesas de soja —concluye Magui. Detesto más las milanesas de soja. ¿Quién inventó eso?

—Y de postre, podemos cocinar cupcakes de harina de arroz —comenta Red.

—O una fruta, que es más saludable —opina mi tío.

—¿Acaso vas a cocinar vos, Ramiro? —lo regaña Magui, con el ceño fruncido y la cuchara de madera en la mano—. No, hoy cocino yo. Así que yo voy a hacer los cupcakes sin azúcar y con harina de arroz. Y le vamos a llevar uno a Blue, porque Blue sí puede comer cupcakes sin azúcar.

Mi tío rueda los ojos y asiente. Agarra su termo y su mate y se va de la cocina. Me da un poco de gracia ver que ambos están vestidos de forma casual e idéntica: con remeras de mangas largas y colores lisos (celeste para él, blanca para ella) y el mismo pantalón de algodón a cuadros. El de mi tío es azul marino y de Magui, rosado.

—¿Qué te pasó en la mano, Green? —me pregunta Magui. Luego se fija en que tengo ambas manos vendadas y abre tanto los ojos que parece que se le van a salir de la cara. También abre la boca en forma de «O». Sí, Magui es muy expresiva y eso me da gracia. Parece caricatura de televisión—. ¡¿Las dos manos, Green?!

—Me corté con una maceta. La rompí y quise arreglarla...

—Ustedes los hombres son tan bestias... —comenta, mientras se calma y toma el cuchillo para empezar a cortar el zapallo—. Bueno, yo me corté con un plato.

—¿Cómo te cortás con un plato? —cuestiona Red, con la mirada en el paquete de las milanesas de soja que acaba de sacar del freezer.

—Lo rompés y te clavás un pedazo filoso —admite Magdalena—. No lo hice a propósito, se me rompió el plato en la mano y me clavé un pedazo. Salía sangre a montones, como en las películas de terror. Encima que a mí me da impresión la sangre... Ay, lloré y grité como nunca. —Mueca de exagerada: ojos cerrados, cabeza negando, como si estuviese recordando una catástrofe. Se le pasa al instante y continúa—. Pero, por lo menos, no lavé los platos por una semana. Tuvo que lavarlos mi hermano.

Ahora pone cara de malvada. Mira un punto fijo en una de las esquinas de la cocina y achina los ojos.

—Fue la venganza de la hermana menor porque él siempre encontraba una excusa para no lavar los platos. Espero que ustedes no sean así.

—Estoy cocinando —le recuerda Red, mientras busca algunos ingredientes.

—No hablaba de vos, Red. Vos sos el angelito de la casa.

—¿Tenés hijos, Magui? —pregunto.

—Em... No. Me quedé embarazada una vez, pero tuve un aborto. Soy diabética y algo salió mal durante el embarazo.

Ups, diablos.

—No sabía que eras diabética.

—Me dolió mucho perder ese bebé.

Todo por una sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora