1. Diagnóstico

1.6K 176 163
                                    

Cuando mamá me dijo que era importante no me alarmé. Ella siempre dice eso cuando hay una reunión familiar. Y las charlas de ella no suelen ser de temas «importantes». O por lo menos, yo no considero que podar el pasto de la entrada de casa sea algo de extrema urgencia.

Pero esta vez es diferente. Está demasiado callada, como cuando murieron mis abuelos y le dolía admitirlo. Y cuando bajo al living, me doy cuenta de que no nos ha llamado a los tres, como suele hacer. El mensaje parece ser solo para Blue y para mí. Red no está en el living. Seguramente se quedó en el dormitorio, intentando descifrar la teoría de los agujeros negros.

Ahora es cuando me asusto un poquitín. No sé si es esa telepatía que solo tienen los hermanos que se gestan juntos durante nueve meses en el útero materno (bueno, nosotros tres compartimos ocho meses ahí dentro), pero con Blue podemos adivinar que Red no está bien.

Me dan ganas de preguntar por qué Red no está con nosotros, porque el tremendo silencio de mis padres y sus caras tristonas me están molestando un poco. Mamá está por soltar un discurso y papá sostiene un papel entre sus manos: una receta médica.

Debí pensarlo: últimamente, las visitas de Red al médico se estaban volviendo muy frecuentes y sus actitudes estaban siendo un tanto extrañas: gritaba más, se molestaba por pavadas, dormía menos, mamá le cambió la dieta, y se volvió más distante.

—Blue, Green: seguramente siempre notaron que Red siempre fue algo...

Mamá busca la manera de decir una palabra que no conozco. ¿Qué noté yo en Red? Nada. Que no nos entendemos; que él es muy tranquilo y yo, muy ruidoso; que casi no tenemos tema de conversación; que siempre se queja cuando desordeno las cosas; que habla de cosas que no caben en mi cabeza.

—Red fue algo «diferente» a ustedes y a los demás niños. Pues bien, pero hace poco, él fue diagnosticado con...

El síndrome de asperger. O Autismo.

Una forma del espectro autista, la más leve, un poco imperceptible. Por eso, pasó tantos años sin una respuesta. Suele detectarse en la adolescencia porque es cuándo los síntomas se acentúan.

Red no suele reírse de los chistes y no le cuesta un poco entenderme cada vez que me angustio. Siempre me pregunté cómo podía memorizar tantas cosas en tan poco tiempo, por qué le molestaban los sonidos fuertes en Navidad o Año Nuevo (tenía crisis cuando era más pequeño. Podía pasar la noche entera llorando), o por qué rechazaba todas las prendas de vestir que no estuviesen hechas de algodón. Nunca comprendí por qué algo tan simple como una sonrisa él no la devolvía. Ni siquiera me miraba.

Mamá dice que las personas autistas no son capaces de reconocer emociones con facilidad, sin importar si provengan de ellos o de los demás. Las tienen, aunque a veces no las pueden descifrar con rapidez.

Bueno, no es que yo sepa qué me ocurre todo el tiempo. A veces, a mí también me cuesta entenderme.

—Ustedes saben que Red necesita su apoyo —continúa mamá, sin enterarse que no la estoy escuchando—. Saber lo que nos pasa es una forma de estar mejor, pero en ocasiones también es un duelo. Es ponerle nombre a lo que ocurre, una transición de un estado a otro que suele doler.

Claro. Por eso, es un duelo.

Y para superar los duelos se necesita paciencia.

El médico les contó que con el tratamiento adecuado se podría mejorar su condición. Comentó que hay reconocidas personas son autistas (o asperger) y llevan una vida normal. Que aprenden a mover las manos para hablar, que aprenden a comprenderse, que aprenden a mirar a los ojos.

Mamá sigue hablando, pero ya no la escucho. Innumerables recuerdos es lo único que tiene espacio en mi cabeza. No puedo creer que con quince años mi cerebro tenga la capacidad suficiente como para retenerlos a todos y que todavía haya espacio libre para más: risas y peleas, alegrías y tristezas, encuentros y despedidas, buenas y malas noticias, enfermedades y curas.

Cuando mamá deja de hablar, el más angustioso silencio se hace presente para reinar en la sala por segundos que a mí se me hacen infinitos. Mamá se incorpora y se retira. Papá se queda con nosotros y se ofrece a explicarnos todo lo que necesitemos saber. Blue lo mira y sonríe. Dice que todo va a estar bien en cuanto pase el tiempo. Que nosotros lo vamos a ayudar, porque somos sus amigos y estamos los unos para los otros, como si fuésemos «mosqueteros».

Claro que Blue sabe qué le ocurre a Red. Blue es como una Wikipedia con patas.

Me incorporo y me voy sin mirarlos. No quiero estar ahí sentado, esperando algo de la vida. Las cosas no van a cambiar porque «espere». Blue puede creer eso, mas yo no pienso así.

Subo las escaleras, doblo a la izquierda y me topo con la puerta de mi habitación. La comparto con mis hermanos porque la casa no es muy grande. Con un leve empujón, muevo la puerta y me encuentro con él: arrodillado en su cama, Red contempla su adorado libro de astronomía. Le fascinan las constelaciones y las conoce a todas. Nunca logré averiguar para qué se adueñó de un libro tan grande y pesado si siempre lo abre en la misma página para ver lo mismo: una imagen enorme que contiene las estrellas más conocidas.

Me paro delante de él. Le aclaro que con Blue lo ayudaremos siempre que lo necesite. Ni siquiera da muestras de haberme escuchado.

Me doy vuelta y veo a Blue en la entrada de la habitación. Ahora no se lo nota tan positivo. Volteo hacia Red, quien sigue estudiando sus estrellas. Ya se las conoce a todas: una noche, cuando éramos más chicos, me enumeró millones de nombres distintos. En ese entonces me sorprendí por su enorme memoria. Le dije que era un «bicho raro». ¿Quién memorizaría tantos nombres solo por gusto?

En ese momento, teníamos diez años.

No sé si irme o quedarme. Aunque de todas maneras da lo mismo. A Red mi presencia no le importa. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



Todo por una sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora