Crónicas de un alma desgastada.
Sé que te preguntas por qué no te escribí hace dos días. Pero deja de hacerlo, no obtendrás respuestas, ni por tus medios ni por los míos. No puedo decirte que me llevó a no escribirte ese día, tal vez la misma vergüenza y culpa de la que te vengo hablando desde que comencé a escribirte. No lo sé.
Pero sé con certeza que no fue algo que tú hicieras, descuida. Fue algo que yo hice... O mejor dicho, que no hice. Nunca hago nada y ese es el maldito error.
Me siento a la deriva, en un barco sin sentido que rema cada vez más fuerte hacia un acantilado, ¿sabes? De esos acantilados por los que es imposible no caer, así que te dejas llevar.
El agua te arrastra, caes en ella, llena tus pulmones, te ahoga y sufres. Pero no mueres, nunca lo haces. Lo cual, pensándolo bien, es más horrible. Porque el agua en tus pulmones te tortura, aprieta tu pecho y no te deja respirar, te oprime, te desespera, pero nunca te mata. ¿A qué clase de ser superior se le ocurrió crear este tipo de dolor?
Quiero devolvérselo, quiero que se lo lleve o sino, poder llegar a un pacto. Si no quiere llevarse el dolor, que se lleve mi alma. Mi jodida alma desgastada.